Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

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sábado, 31 de mayo de 2014

El Príncipe y el Demonio



El Príncipe y el Demonio


Los escasos momentos de placer, esos tan breves que se escurrieron entre mis dedos como gotas de lluvia, quedaron atrás. El perfume de Rowan aún estaba pegado a mi camisa, condenándome a sentirlo como un cálido abrazo, mientras observaba a lo lejos aquella siniestra figura. Era la visión más terrorífica que podía tener. Aquellos cabellos castaños de reflejos dorados, algo ondulados y largos, cayendo por un rostro masculino con rasgos femeninos, como aquellos profundos ojos que me escrutaban sin medirse ni un ápice, me hicieron temblequear y tomar una decisión. Sabía que era inútil correr, pero lo hice. Deseaba esfumarme de aquel lugar, encontrar la salvación y que Dios me diese acogida entre sus ángeles. Tenía que intentarlo.

Mis pisadas hacían eco sobre las baldosas de la calzada, cortando el aire como una sombra, pero él me atrapó. Pude sentir sus manos agarrándome de los brazos empujándome hacia un callejón. Allí, cerca del barrio francés donde residía ocasionalmente, me sentí atrapado cerca de la hoja de la espada de Damocles.

Sus ojos eran azules y profundos, como las aguas de las playas caribeñas o los cielos color pastel que dibujan con cera los niños, pero tan seductores, y hermosos, que no podía dejar de verlos. Podía sentir su aliento pegándose a mi rostro, pues se había pegado a mí, y pronto también noté su cuerpo. Tenía mis brazos aprisionados por sus garras, que no eran más que sus finos dedos de uñas puntiagudas, y su pecho pegado a mi figura.

—Lestat...—susurró.

Tenía un tono de voz acaramelado, muy atractivo al oído aunque sin dejar de ser masculino, porque posiblemente deseaba adularme para hacerme caer. No comprendía porque se divertía jugando conmigo de ese modo. Estaba harto, cansado y frustrado por sus juegos.

—¿Por qué?—pregunté algo aterrado. Deseaba respuestas y él me las daría.

—¿Por qué?—respondió repitiendo como si fuera un viejo eco—. Es divertido.

—¡Tu diversión me agota y hace daño!—exclamé furioso intentando soltarme—. Déjame, ve con ese maldito brujo y diviértete. Habéis arruinado mi vida, mis sueños, mi corazón y todo lo que he podido llegar a tener. ¡No tienes escrúpulos y seguro que Dios es tan estúpido como tú mismo!—aquellas palabras no las esperaba, pero lejos de su sorpresa continuó tomándome entre sus manos—. Déjame, por favor—rompí a llorar como lo haría un chiquillo y él apartó sus manos de mis brazos, pero no su cuerpo.

—¿Por qué lloras?—susurró tocando mis lágrimas con la punta de sus dedos, como si fuera un milagro—. La sangre de Cristo.

—Olvídame—murmuré.

—Gracias a mí bebiste de él, y viste cosas tan magníficas que aún retumban en tu mente y sé que jamás dejarás de ver los infiernos con ese encantador ojo. ¿Cuántas veces me has visto caminando o gozando de mis súcubos? ¿Tan terribles son esas visiones? Creí que me amabas y comprendías—había abarcado con sus manos mi rostro, pero yo no lo miraba. Tenía los ojos cerrados, igual que mis puños, intentando mantenerme firme.

—Deja que me marche—dije colocando mis manos sobre las suyas abriendo los ojos, para mirarlo directamente a los suyos. Seguía teniendo unas hermosas gemas, pestañas pobladas y labios carnosos que parecían titubear alguna respuesta a mis deseos—. Deja que sea libre.

—No—dijo apoyando su frente contra la mía—. No—sus labios se colocaron sobre mi frente y sentí sus besos como si fueran espinas—. No, no y no. No puedo ni quiero. No.

—Si este es un plan de Dios permite que yo hable con Él—mis palabras le arrancaron una carcajada—. ¿Qué? Deja que lo intente.

—No es el plan de Dios, pues Él no tiene nada que ver en esto—su voz era nuevamente aterciopelada, como si fuese un amante en plenas confidencias—. Ven conmigo a la capilla, ven. Yo te haré santo entre mis brazos, te llevaré a orar el amor de Dios y luego verás que los infiernos llevan tu nombre.

—No entiendo—sus pulgares acariciaban mis mejillas marcando mis pómulos, bajando hasta mi mentón y subiendo de nuevo rozando la comisura de mi boca—. Memnoch...—dije colocando mis manos sobre sus hombros, atreviéndome entonces a tocarlo tras tanto tiempo— explícame tu mensaje.

—Soy tan egoísta—dijo negando suavemente mientras me tomaba del cuello, dirigiendo su mano diestra hasta mi nuca y la zurda bajó hasta mi pecho—. No te quiero para Él.

—Tú no me amas—tuve el impulso y el arrojo necesario para decirlo, pero lo hice en un murmullo mientras lo miraba a los ojos—. No sabes amar, eres incapaz—dije en un tono más firme provocando que me mirara consternado—. Cuando me tocas de esa forma tosca, tan bruta y cargada de odio, no veo amor. No veo amor en tus besos rudos ni en tus castigos que no merezco. ¿Eso es amar? Castigas mi cuerpo, torturas mi alma y me acorralas en calles desiertas. No me amas, sólo estás obsesionado conmigo porque resulté un igual demasiado interesante. No, no me amas—recordé en aquel momento aquel sueño, en el cual era suyo y él era mío, y que me hizo vibrar en medio de los mares blancos de mis sábanas de algodón. Me odié por recordarlo, pues mis mejillas se sonrojaron y sentí un calor sofocante calcinando la escasa voluntad que poseía.

—Me deseas—se inclinó rozando sus labios contra los míos—. Me quieres sentir tanto como yo a ti, pero lo niegas—su aliento se pegaba al mío, que era gélido en comparación con el suyo.

Bajé los párpados y subí mis manos hacia su cuello, rodeándolo como si fuera una colegiala, para invitarlo a besarme. Mi cuerpo me traicionaba. Quise gritar por la mezcla de sentimientos, pero sólo me apoyé mejor contra el muro que estaba tras mi espalda y le invité a besarme entreabriendo mi boca. Él no rechazó la invitación, pues rápidamente sentí su lengua colarse entre mis labios y acariciar mis dientes, hundirse buscando mi lengua hasta enredarse y finalmente sellar su boca con la mía. Cerré mis dedos arrugando la tela de su camisa, pues sólo eso llevaba. Era una camisa negra que contrastaba con su piel clara y que llevaba algo abierta pudiéndose ver su largo cuello, la nuez de adán y parte de sus clavículas.

Mi cuerpo vibraba contra el suyo, e incluso oscilaba rozándome, mientras mi sexo se endurecía y mis piernas se abrían buscando que él se situara entre ellas. Pude notar como su mano zurda abría mi camisa, los botones saltaban golpeando el suelo y perdiéndose por la penumbra del estrecho callejón, para colar su mano buscando mi tetilla derecha. Solté un gemido ahogado cuando pellizcó el pezón, pues lo besaba desesperado.

—No...—balbuceé, apartándome de ese beso tórrido que me había dejado las piernas temblorosas.

—¡Sí!—me tomó del rostro de nuevo y me hizo mirarlo—. Sí, sí... ¡Sí!

—Amo a Rowan, no puedo ser tuyo—repliqué.

—¡Olvídate de ella! ¡Ámame a mí!—me agarró del cuello de la camisa, cerrando bien sus puños mientras arrugaba la tela—. Si me amas te daré todo lo que desees.

—¿Y si no?—pregunté—. Ya poco queda para que destruyas todo lo que realmente aprecio.

—La muerte nunca te llegará y sufrirás eternamente. Soy Memnoch, no juegues conmigo.

Su rostro tenía una expresión terrible, pero no tuve miedo. Pude ver en sus ojos la misma desesperación que yo había visto en los míos. Puse mis manos en su mentón, para luego colocarlos en su boca mientras acercaba mis labios a él. Quise calmar su furia, pero no por miedo. Veía a un igual, comprendía su dolor y quise mitigarlo. De nuevo nos unimos en un beso que me cruzaba como una sacudida eléctrica. En ese momento nos abrazamos y pude percibir que nos movíamos, llevándome con él como en aquella ocasión.

Caí sobre aquel convento helado de gruesos muros de piedra, desnudos de cualquier aislamiento, manteniendo aquel recinto con un frío espectral. Hacía frío, pero en las calles era distinto. Podía oler de nuevo los mirtos y las magnolias del jardín. San Antonio y Santa Lucía me esperaban en la capilla, como si jamás me hubiese ido, y había numerosas velas encendidas. Memnoch se había apartado dejándome libre, aunque excitado y confuso, mientras observaba las vidrieras que yo mismo había ordenado restaurar. Todo estaba limpio, el perfume de la cera se mezclaba con el incienso y las flores. Quise llorar, pero me contuve.

—Pensé que...

—Que los demonios no podemos estar en la casa de Dios—susurró acercándose a mí para colocar sus manos sobre mis hombros—. Por eso Rowan te citó allí, en la casa del Padre—sus dedos apretaron suavemente mi carne y giré mi rostro hacia él—. Pude impedir que la vieras y que la tocaras de esa forma tan impúdica, como si no temieses a Dios.

—¿Por qué no lo hiciste?—balbuceé turbado.

—Por la misma razón que te he traído aquí—me giró hacia él y comenzó a quitarme la ropa mientras hundía su rostro en mi cuello—. Te haré el amor aquí, como te lo hacía cada noche mientras permanecías inmóvil.

—No...

Me negaba, pero a la vez cedía buscando con mis dedos su cinturón. Jalé de la correa y logré desabrochar la hebilla, la tiré a un lado y bajé el cierre de la bragueta. Pronto me arrodillé frente a él, lamiendo la tela de forma lasciva, metiendo mi mano dentro del pantalón para acariciar su miembro bajo la tela. Entonces sus manos, enormes y finas, se colocaron nuevamente en mis hombros mientras me miraba con entusiasmo.

Tan sólo me había librado de mi chaqueta, mi camisa estaba fuera de mi pantalón con los botones abiertos y mis pantalones seguían sin haberse movido ni un milímetro. Él se quitó su camisa y dejó ver su pecho de musculatura marcada, aquellos brazos finos y fuertes, con aquel pelo suelto rozando sus pezones y la cruz de su espalda. Tras él estaba la imagen de Jesús crucificado, con sus ojos alzados hacia el cielo y sus labios recitando sus últimas oraciones, dando la vida por todos los hombres y el pecado que cargaban.

Memnoch desabrochó el botón principal del pantalón y lo hizo caer, me apartó un momento para quitarse la prenda seguida de la ropa interior, para mostrarse desnudo, como si fuese un tórrido milagro en medio de un lugar santo, aproximándome el glande hasta los labios; lamí este con la punta de mi lengua, saboreando el meato. Escuché como suspiraba y pude ver su boca ligeramente abierta, con sus ojos brillando por la fascinación del momento. Colocó su izquierda en mi nuca atrayéndome hacia él, con la derecha garró la base de su sexo y la pelvis hizo el resto. Mi boca se abrió lentamente aceptando aquel pene henchido, cubierto de gruesas venas, que buscaba consuelo con mi lengua viva, mis labios gruesos y mi boca grande y húmeda.

Decidí tomarme ciertas libertades acariciando sus muslos, su vientre plano y sus testículos. Él suspiraba jadeante mientras me agarraba, quizás buscando apoyo para no caer hacia delante. Llegó a echar su cabeza hacia atrás cuando saqué el miembro de mi boca, lo pegué a su vientre y comencé a succionar su escroto. Mi mano derecha terminó dentro de mi pantalón intentando consolarme. Necesitaba atenciones, pero no las pediría. Ni siquiera sabía como había llegado hasta ese momento, pero Memnoch acabó recordándomelo.

Me apartó de él con brusquedad, terminando de quitarme la ropa, para finalmente caer sobre mí. No sé porque lo hizo, quizás para evocarme ese terrible miedo, pero abrió sus alas, tan negras como la propia noche, apagando gran parte de las velas que se hallaban encendidas. Colocó alrededor del cuello su cinturón, para cerrarlo y apretarme con él. Reconozco que de inmediato comencé a llorar, pues sabía que era salvaje y cruel, pero él pareció recapacitar alejando la tira de cuero. Con cuidado me abrió las piernas, acariciando mis muslos y vientre, mientras mis brazos lo buscaban para rodearlo. Segundos más tarde él estaba dentro, abriéndose paso decidido con un ritmo candente que iba elevándose como los gritos de los infiernos hacia el cielo.

Las velas flameaban a nuestro alrededor, los gruesos muros parecían haber retenido el calor de nuestros cuerpos y aquella capilla tan fría se transformó en un nido cálido, confortable y perfecto para hacer el amor. Su boca se fundió con la mía enredando nuestras lenguas una vez más, en una lucha encarnizada. Mis dedos tocaban el vello de su nuca, para terminar deslizándose por su espalda hasta sus costados y de éstos hasta su cadera. Le arañé, juro que lo hice, y el aroma a sangre me invadió deseándolo.

—Bebe—dijo entre jadeos—. Bebe—me ordenó.

Mis colmillos punzaban cuando los enterré en su hombro derecho, bebiendo de él como me había propuesto, y comencé a ver una serie de imágenes que me turbaron. Era él observándome, persiguiéndome allá donde iba, sintiendo una obsesión insana por mí y finalmente todos los amantes que tenía a los cuales trataba como desechos. ¿Qué quería decir todo aquello? ¿Qué? Él era un demonio, podía mentir y confundirme. Sin embargo, lo que veía en la sangre parecía tan cierto que me enloquecía. Sólo había conocido dos amores así, el de Louis y el de Rowan. Louis dejó pronto de amarme y Rowan era un caso imposible, pero a pesar de ello seguía tras ella como un loco que persigue una estrella. Ellos dos me habían amado de ese modo, tan lleno de contradicciones, y ahora me mostraba esas mismas contradicciones mezcladas con los horrores que habitualmente soportaba.

—Me amas—mis palabras sonaron como dagas surgidas de mis dientes manchados de sangre—. Me amas—jadeaba buscando sus ojos impacientes e impactantes. Cada mirada suya me calentaba aún más y me sentía lascivo. Mis caderas se movían como si fuese la cola de una serpiente y me enroscaba en él mientras notaba sus dientes desfilar por mis pezones, mordisqueándolos y succionándolos, haciéndome gemir sin pudor alguno.

Él no dijo nada. Por su parte sólo embistió con mayor fuerza mientras me hacía gritar su nombre como el fervor una puta bien entrenada. Mis piernas estaban bien abiertas, aunque mis muslos presionaban su cuerpo, sus caderas se movían rápidas y mis uñas llevaban un buen rato clavadas cerca de sus nalgas. Finalmente, deslicé mis dedos hasta su trasero y apreté con deseo mientras mordisqueaba su cuello, por supuesto clavando de nuevo mis dientes hasta perforar la piel. Bebí de nuevo deseando tener mayor profundidad en cada embestida, sintiendo así el paraíso, mientras él seguía jadeando y gimiendo.

No sé cuando ocurrió, pero en un momento dado cambiamos la posición. Quedé sobre él, con mis manos en su torso, mientras cabalgaba con un trote rápido. Me penetraba yo mismo, arrancándome unos gemidos espantosos debido al eco, y él tan sólo me agarraba de la cintura con el rostro cargado de placer y satisfacción. Eyaculé poco después, manchando su torso y el mío, para percibir como él llegaba rápidamente al final tras unas embestidas más.

Mis ojos se perdieron en aquel rostro satisfecho, dejándose ir por completo, mientras sus caderas terminaban de moverse. Su boca estaba abierta soltando algunos jadeos y gruñidos, su ceño ligeramente fruncido y sus manos colocadas a ambos lados de mi costado. Estaba lleno de él, completamente lleno, y al salir me sentí vacío y roto. Rápidamente sentí sus labios recorrer mi rostro mientras caía cansado. No había sido como las otras veces, pero sin duda era la más aterradora de todas por mis confusos sentimientos y los suyos expuestos como si fueran un libro abierto.

Desperté horas más tarde tumbado sobre su pecho, en medio de aquella capilla, con él rodeándome como si fuera de su propiedad. Decidí marcharme e intenta no pensar. Él era el culpable de todo y aún así le había permitido tocarme de ese modo. Me sentía confuso y aún hoy, después de haber pasado unos días, lo sigo estando. No puedo olvidar las imágenes que vi al beber de su sangre y tampoco su mirada fija en mí, acariciando mi cuerpo y rogándome que lo amase más que a mí mismo.

De nuevo me encuentro perdido como en aquellos días, casi enloquecido, y siento que todas mis preguntas jamás serán respondidas. Sigo pensando que es un juego cruel y yo sólo soy la marioneta, pero a la vez deseo creer que realmente es algo más. Amo a Rowan, mi amor por ella es indestructible, pero si no sintiera algo por él no me dejaría tocar de ese modo. Cuando estoy a su lado soy suyo, sin importar cualquier otro sentimiento, y quedo confinado a los infiernos más placenteros. Puedo tocar el cielo con la punta de mis dedos, siento que obran conmigo el mayor milagro y cuando siento sus cálidos fluidos llenándome caigo a los infiernos del delirio. Tal vez no debí marcharme, pero necesitaba huir de nuevo. No sé ya a quién acudir, pues sé que si lo hago con David puede terminar confundido y entristecido. Ya no tengo fuerzas para seguir jugando y a la vez, por tortuoso que suene, deseo que así suceda. Algo en mí cambió en el suelo frío de aquella capilla.

¿Amo al demonio? ¿Es simplemente un demonio? ¿Por qué me persigue? ¿Es su amor tan intenso? ¿Puede un demonio amar más que a su propio Dios y su destino? Es un locura... una locura... y aún así no dejo de pensar en cada pregunta mientras se une una nueva.


Tengo miedo.

Lestat de Lioncourt

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Jony la gente está muy loca... 

Jonathan y yo hemos realizado esto para las fans que insistentemente estos días han pedido que se publicara. Gracias por vuestro fanatismo lleno de humor y vuestra amistad.   

Ambos queremos agradeceros todo de ésta forma. 

domingo, 18 de mayo de 2014

Desesperación, amor y dolor

Desperté en una habitación que desconocía. El dosel que cubría la parte superior era rojo oscuro, muy parecido al vino tinto, y poseía unos bordados dorados muy ricos en detalles de enormes rosetones. Los almohadones que sostenían mi cabeza eran mullidos, olían a rosas y especias que no lograba distinguir, y estaban forrados con la misma tela que la colcha y el dosel. Las cortinas del dosel estaban atadas con gruesos cordones dorados, los cuales tenían unos borlones de hilo con doble nudo. La colcha estaba perfectamente colocada y sólo se encontraba arrugada por culpa de mi peso. Las paredes de la habitación estaban revestidas con un papel pintado barroco de fondo borgoña y estampado dorado; no había muchos cuadros ocultando el estampado, aunque había un par de espejos con el borde tallado de hermosas rosas abiertas y de barniz dorado. Los muebles, algo escasos, distribuidos por la habitación eran varios divanes forrados del mismo color que las ropas de la cama y un escritorio de patas de león cubierto por numerosos papeles que no alcanzaba bien a leer. Me encontraba mareado y algo asustado. No sabía como había llegado allí, tampoco sabía si podría huir.

—Ya has despertado—escuché su voz provocando que me sobresaltara e incorporara tocándome la cabeza.

El apareció frente a mí apoyándose en una de las columnas del dosel, justo en el extremo izquierdo de los pies. Llevaba un batín negro de seda, algo abierto en el pecho porque podía ver su torso marcado, que contrastaba con sus cabellos rubios con reflejos cobrizos. Tenía sus hermosos ojos azules profundos clavados en mí. Podía ver dibujadas en sus pupilas una satisfacción inmensa, la misma que se delataba en sus labios con esa sonrisa llena de placer; justo en ese momento me percaté que estaba desnudo y que no tenía escapatoria.

—Deja que me vaya—mi voz a penas era audible porque tenía miedo. Sabía que él no me permitiría huir como deseaba.

—Amor mío, ¿cómo voy a dejarte ir?—preguntó subiéndose a la cama para quedar a mi lado—. Amor mío, Lestat—susurró haciéndome sentir su peso a mi lado, pues el colchón cedía levemente hacia él—. ¿Por qué te voy a dejar marchar? ¿Qué gano con ello?

—Hablas de amor, pero no permites que sea feliz—dije notando como colocaba su mano derecha sobre mi pecho—. Memnoch, no puedes obligarme.

—¿Quién te obliga? Podías haberte levantado y correr hacia la puerta, pero no lo has hecho—susurró acercándose a mi cuello. Podía sentir su aliento pegándose a mi piel, rozándolo con cierto toque erótico, mientras su mirada se volvía más pesada e indecente. Sus dedos recorrían mi torso y se aproximaban peligrosamente a mi pezón izquierdo—. Te amo tanto Lestat y tú a mí, pero no eres capaz de aceptarlo—añadió pellizcándome el pezón que provocó que gimiera bajo echando la cabeza hacia atrás; en ese momento, me besó el hombro y el cuello dejándome completamente perdido.

Me encontraba mareado, expuesto y excitado quizás por el aroma que flotaba en el aire, y él parecía dominarme con un par de caricias y palabras que no lograba contradecir. Abrí mis labios para balbucear un pequeño hilo de pensamientos, los mismos que se perdieron cuando él me besó recostándome en la cama. Sin siquiera meditarlo, o poner remedio a lo que estaba ocurriendo, lo rodeé pegándolo a mí mientras se acomodaba sobre mi cuerpo.

—Te haré tan mío que jamás lo olvidarás—susurró cerca de mis labios húmedos y calientes por sus besos.

Abrí mis piernas ofreciéndome como si fuera tan sólo una fulana, pero mis manos se movieron sobre su batín buscando el cinturón para abrirla y quitarla. Mis yemas acariciaban su piel algo tostada y mis ojos se perdían en los suyos. Creo que tenía una sonrisa estúpida, igual que la de cualquier adolescente enamorado por primera vez, y él me devolvía otra que podía apreciar como dominante e intensa. Sus labios rozaron los míos y su lengua los acarició con sensualidad.

—Memnoch...—me descubrí gimiendo al notar como sus dedos volvían a presionar mi pezón izquierdo.

Me estaba excitando con tan sólo unas caricias, algo que no solía ocurrir, pero lo que más me calentaba era su forma de mirarme. Sentía mi alma desnuda, no sólo mi cuerpo, expuesta a él sin importarme nada. Ya no era Lestat, sino un ser sin nombre ni lugar. Podía haberme quedado allí para siempre, en ese mismo instante, mientras abría mis piernas y rogaba porque me penetrara con fuerza.

Bajó su rostro hacia mi cuello, besándome de nuevo en ese punto tan sensible para mí, para después deslizar su lengua por mis clavículas hasta mi pezón derecho; sus labios húmedos y calientes comenzaron a succionarlo, primero lentamente y después con cierta rudeza. Podía percibir su aliento y su lengua rozando aquel trozo de piel rosado. Arqueé suavemente la espalda y jadeé llevando mis manos a su cabeza, hundiendo mis dedos entre sus mechones para tirar de éstos. También sentía aún la presión de sus dedos en mi otro pezón, acariciándolo y tirando de él.

Su boca no quedó parada allí, sino que bajó hasta mi vientre. Reconozco que era la primera vez que sentía a un hombre de ese modo. Siempre había dominado la situación y ni siquiera Nicolas se había atrevido a regalarme esas caricias. Nadie antes había tocado de ese modo mi cuerpo. Sus manos estaban en mis costados recorriendo cada milímetro de estos, pegándose a mis caderas y tocando mi vientre para ir hacia mis muslos. En cierto momento tenía sus labios cerca de mi pelvis, casi rozando mi miembro que ya estaba endureciéndose, besando mi ombligo casi pegado al inicio del camino de vello rubio. Sus dedos presionaron mis muslos y yo tiré de su pelo incorporándome. Quería ver su lengua dejar sutiles y eróticas caricias, como si fuera un recorrido lascivo que me llevaría al infierno, y lo único que finalmente hice fue cerrar los ojos moviendo mis caderas. Necesitaba que me atendiera con su boca, su sexo o sus dedos.

—¿Y si te lo hago lentamente?—preguntó apoyando su mentón en el lado derecho de mi pelvis—. Con caricias intensas y un sexo diferente, ¿crees que podrás jurar después que no me amas?

No pude responder, pues me atacó con una lenguetada en mi glande. Mis piernas temblaron y se abrieron aún más, mis talones se pegaron al colchón y lentamente mis pies se deslizaron por la suave colcha. Llevé mis manos a sus hombros clavando mis uñas mientras me recostaba de nuevo. Él rió por mi reacción, sobre todo porque con una segunda lamida gemí como puta barata. Estaba sensible y necesitado. Hacía días que no tenía un encuentro sexual, pues después de ver a Rowan prácticamente me negaba a darle otra oportunidad a Nicolas.

—Hazlo—balbuceé completamente perdido.

Después de mi petición, o mejor dicho ruego, se llevó mi glande a su boca comenzando a dejarle suaves y sutiles caricias con su húmeda lengua. Podía sentir la presión de sus labios y como sus mejillas se hundían al empezar a succionar.

—Así, un poco más—dije arañando su espalda, para luego tomarlo del rostro y comenzar a mover mis caderas.

Rápidamente hundió su rostro engullendo todo mi sexo, hasta mis testículos, dejando que su nariz rozara mi vello púbico rizado, áspero y algo más oscuro que el de mis cabellos. Su lengua tiraba de mi delicada y sensible piel, así como la humedecía cara milímetro. Sus manos estaban en mis costados, pero viajaban sin sutileza alguna hasta mis nalgas. Pronto las sentí allí, abriéndolas y cerrándolas con un masaje sugerente. Abrí los ojos, pues quería verlo, y al hacerlo gemí. Me estaba mirando fijamente, sin perder detalle de mi rostro, y eso me hacía arder.

Al final se apartó de mí y de la cama, para quedar en medio de la habitación. El batín cayó del todo al suelo y yo lo miré agitado, algo sudoroso, y completamente ensimismado con lo que acababa de hacer. Él sonreía satisfecho al ver mis reacciones.

—¿Me deseas?—preguntó con voz cavernosa y profunda—. ¿Me deseas, Lestat?—dijo lanzándome una mirada que me hizo abrir más las piernas, aunque creo que ya había alcanzado mi límite, mientras llevaba mis manos a mis nalgas para abrirlas—. No, no toca aún—negando suavemente—. Ven aquí—me indicó llamándome con la mano derecha mientras la izquierda quedaba en su cadera.

Su cuerpo era atlético, con una musculatura muy marcada pero no excesiva. Jamás había reparado tanto en el tono acaramelado de su piel, en la belleza de su mandíbula y lo intensos que eran sus ojos. Su miembro era algo mayor que el mío, y aunque pueda parecer extraño no sentía mi orgullo herido.

—Ven aquí y demuéstrame porque debo elegirte a ti, de entre todos mis súcubuos e íncubos, para ser mi favorito—aquello me llenó de unos celos terribles que me hicieron incorporarme—. No eres el único, pero podrías llegar a serlo.

Me incorporé furioso para besarlo de forma salvaje y arrodillarme frente a él. Tomé su miembro con la diestra y presioné sus testículos. Él me tomó de ambos lados de la cabeza emitiendo un gruptual gemido mientras movía sus caderas con desesperación. Mi lengua recorría cada tozo de su sexo y mis labios presionaban su glande en cada movimiento. No, no iba a permitir ser uno más. Deseaba en ese momento ser el único que pudiera estar en su cama. Ni siquiera sabía porque deseaba tal cosa, como si eso fuese lo que más ansiaba en la vida, pero así sucedía. Debido a mi felación completamente desmedida, llena de ansiedad y deseo, provoqué que llegara a su límite. Sus testículos chocaban en mi mentón, pero a la vez eran masajeados con cierta experiencia, mientras su miembro lo cubría por completo con mi boca.

—¡Lestat!—gimió echando la cabeza hacia atrás y luego hacia delante, sus piernas temblaron y pude notar que su respiración se cortaba por segundos. Cuando eyaculó cerré los ojos deleitándome por ese torrente cálido, espeso y blanquecino que me llenaba la boca—. Lestat... —jadeó con los ojos entrecerrados y las mejillas arrobadas.

Juro que no parecía el demonio cruel que siempre he visto, sino un muchacho de gran belleza que parecía estar completamente seducido por mis atenciones. Coloqué mis manos sobre sus muslos acariciándolos mientras seguía succionando, pero esta vez suavemente. Lengueteaba su glande, así como el tronco de su pene, y notaba que seguía duro. Posiblemente seguiría duro porque no quería que dejara de estar excitado.

—Te amo—balbuceó con esa voz dominante, pero quebrada por la emoción—. Te amo... te aseguro que te amo...—sus ojos eran tan hermosos como gemas y quería estrecharlo contra mí, pero me abstuve a dejarle caricias tan eróticas que erizaban el vello de sus piernas y nuca.

—Ven amor mío—dije incorporándome tras dejar un beso en su pelvis—. Ven y hazme tuyo—por segundos él recobró la conciencia y pareció endurecer sus rasgos, pero yo había visto esa ternura que me había enloquecido.

Me recosté en la cama con él encima mío, sintiendo su cuerpo aplastando el mío. El calor que desprendía era agradable, pues yo siempre estaba frío salvo cuando mataba. Mis besos eran breves, pero abundantes, en su torso, cuello y rostro. Mis dedos se movían como si estuvieran tocando una alegre pieza de piano, y lo hacía sobre su espalda.

—¿Me amas?—pregunté tomándolo del rostro—. Dímelo otra vez.

—¿Y tú? ¿Me amas ya?—reí ante su respuesta y sólo pude abrir mejor mis piernas

—Tanto como para desear ser tu único amante.

Repito que no sabía porque hacía todo eso, pero luego comprendí todo con mayor claridad. En esos momentos me sentía desinhibido y con cientos de posibilidades que podía tener sin que nadie me lo impidiera.

Él se echó a un lado quedando recostado en la cama, con su espalda sobre el colchón, y yo decidí subirme sobre él quedando sentado sobre su pelvis. Mis manos acariciaban su rostro dejando mis huellas por su frente, sus pómulos, mentón y labios. Pero las caricias más eróticas, esas que lo hacían tiritar, eran ofrecidas con mis nalgas sobre su miembro sensible. Movía mis caderas de forma que rozara su glande entre ellas.

—Deja que te cabalgue—dije con una leve sonrisa llena de lujuria.

Con cuidado, pero de una vez, me introduje su pene en mi entrada. Primero fue su glande, que hizo una presión deliciosa, y después fue el resto. Quedé sin aliento y también sin palabras. Mis brazos flaquearon mientras se colocaban sobre su torso, justo sobre sus pezones, y mis piernas estaban engarrotadas. Sin embargo, estaba dispuesto a ofrecerme de ese modo. Sus manos fueron rápidamente a mis caderas y sonrió logrando que yo jadeara.

Me movía suave y él jadeaba del mismo modo, pero cuando la presión inicial se marchó comencé movimientos rápidos, aunque rítmicos, que lograban arrancarme grandes gemidos. Él también gemía, y lo hacía clamando mi nombre. Sus manos me azotaban, pellizcaban y acariciaban hasta que yo llevé su diestra a mi boca; sus dedos índice y corazón fueron a parar entre mis labios y mi lengua los lamía humedeciéndolos. Él se excitó tanto que acabó empujándome al colchón para moverse de forma posesiva y brusca. Me quería romper y lo estaba logrando, si bien a su vez me hacía tocar el cielo. Ambos sudábamos, estábamos sofocados y unidos con una mirada de pasión intensa. No puedo describir esos momentos, pero cuando llegué al orgasmo él también lo hizo, aunque poco después, haciéndome sentir suyo.

Aquella deliciosa sensación de un hormigueo que se intensificó, como mi cuerpo se tensaba y retorcía bajo él, mis talones clavándose en el colchón y mis dedos arañando su trasero para pegarlo más a mí, su aliento pegado a mi cuello mientras lo mordisqueaba y esa paz, como si hubiese acabado una larga guerra, me llegaba dejándome complacido.

—Te amo Memnoch, te amo—dije en un jadeo y él me besó callándome como si no quisiera escucharlo.


Justo entonces me desperté en mi cama, completamente agitado y con los calzoncillos manchados. No podía siquiera pensar, sólo quería sentir como había sentido esos momentos. Lo busqué con la mirada pero no había nadie; por supuesto porque era mi cama y mi casa, no aquel lugar. Me sentía confundido, frustrado y necesitado de sus caricias aunque también me decepcionaba el saber que algo en mí, por mínimo que fuera, le deseaba. Comencé a llorar acurrucándome en la cama rogando a mi cordura y mis recuerdos por Rowan, los únicos recuerdos que me hacían permanecer fuerte ante todo lo que ocurría.  

Lestat de Lioncourt 

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Memoria realizada por Jonathan Soriano (Memnoch) y por Ángel González (Lestat) para el Jardín Salvaje. 
Estas memorias no pertenecen al ciclo, pero están vinculadas a él. Hemos querido hacer un pequeño regalo a todas las fans de la página que siguen desde hace casi un año a la pareja, por eso hemos deseado dejarles este fic (un tanto breve)


Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt