Desperté en una habitación que
desconocía. El dosel que cubría la parte superior era rojo oscuro,
muy parecido al vino tinto, y poseía unos bordados dorados muy ricos
en detalles de enormes rosetones. Los almohadones que sostenían mi
cabeza eran mullidos, olían a rosas y especias que no lograba
distinguir, y estaban forrados con la misma tela que la colcha y el
dosel. Las cortinas del dosel estaban atadas con gruesos cordones
dorados, los cuales tenían unos borlones de hilo con doble nudo. La
colcha estaba perfectamente colocada y sólo se encontraba arrugada
por culpa de mi peso. Las paredes de la habitación estaban
revestidas con un papel pintado barroco de fondo borgoña y estampado
dorado; no había muchos cuadros ocultando el estampado, aunque había
un par de espejos con el borde tallado de hermosas rosas abiertas y
de barniz dorado. Los muebles, algo escasos, distribuidos por la
habitación eran varios divanes forrados del mismo color que las
ropas de la cama y un escritorio de patas de león cubierto por
numerosos papeles que no alcanzaba bien a leer. Me encontraba mareado
y algo asustado. No sabía como había llegado allí, tampoco sabía
si podría huir.
—Ya has despertado—escuché su voz
provocando que me sobresaltara e incorporara tocándome la cabeza.
El apareció frente a mí apoyándose
en una de las columnas del dosel, justo en el extremo izquierdo de
los pies. Llevaba un batín negro de seda, algo abierto en el pecho
porque podía ver su torso marcado, que contrastaba con sus cabellos
rubios con reflejos cobrizos. Tenía sus hermosos ojos azules
profundos clavados en mí. Podía ver dibujadas en sus pupilas una
satisfacción inmensa, la misma que se delataba en sus labios con esa
sonrisa llena de placer; justo en ese momento me percaté que estaba
desnudo y que no tenía escapatoria.
—Deja que me vaya—mi voz a penas
era audible porque tenía miedo. Sabía que él no me permitiría
huir como deseaba.
—Amor mío, ¿cómo voy a dejarte
ir?—preguntó subiéndose a la cama para quedar a mi lado—. Amor
mío, Lestat—susurró haciéndome sentir su peso a mi lado, pues el
colchón cedía levemente hacia él—. ¿Por qué te voy a dejar
marchar? ¿Qué gano con ello?
—Hablas de amor, pero no permites que
sea feliz—dije notando como colocaba su mano derecha sobre mi
pecho—. Memnoch, no puedes obligarme.
—¿Quién te obliga? Podías haberte
levantado y correr hacia la puerta, pero no lo has hecho—susurró
acercándose a mi cuello. Podía sentir su aliento pegándose a mi
piel, rozándolo con cierto toque erótico, mientras su mirada se
volvía más pesada e indecente. Sus dedos recorrían mi torso y se
aproximaban peligrosamente a mi pezón izquierdo—. Te amo tanto
Lestat y tú a mí, pero no eres capaz de aceptarlo—añadió
pellizcándome el pezón que provocó que gimiera bajo echando la
cabeza hacia atrás; en ese momento, me besó el hombro y el cuello
dejándome completamente perdido.
Me encontraba mareado, expuesto y
excitado quizás por el aroma que flotaba en el aire, y él parecía
dominarme con un par de caricias y palabras que no lograba
contradecir. Abrí mis labios para balbucear un pequeño hilo de
pensamientos, los mismos que se perdieron cuando él me besó
recostándome en la cama. Sin siquiera meditarlo, o poner remedio a
lo que estaba ocurriendo, lo rodeé pegándolo a mí mientras se
acomodaba sobre mi cuerpo.
—Te haré tan mío que jamás lo
olvidarás—susurró cerca de mis labios húmedos y calientes por
sus besos.
Abrí mis piernas ofreciéndome como si
fuera tan sólo una fulana, pero mis manos se movieron sobre su batín
buscando el cinturón para abrirla y quitarla. Mis yemas acariciaban
su piel algo tostada y mis ojos se perdían en los suyos. Creo que
tenía una sonrisa estúpida, igual que la de cualquier adolescente
enamorado por primera vez, y él me devolvía otra que podía
apreciar como dominante e intensa. Sus labios rozaron los míos y su
lengua los acarició con sensualidad.
—Memnoch...—me descubrí gimiendo
al notar como sus dedos volvían a presionar mi pezón izquierdo.
Me estaba excitando con tan sólo unas
caricias, algo que no solía ocurrir, pero lo que más me calentaba
era su forma de mirarme. Sentía mi alma desnuda, no sólo mi cuerpo,
expuesta a él sin importarme nada. Ya no era Lestat, sino un ser sin
nombre ni lugar. Podía haberme quedado allí para siempre, en ese
mismo instante, mientras abría mis piernas y rogaba porque me
penetrara con fuerza.
Bajó su rostro hacia mi cuello,
besándome de nuevo en ese punto tan sensible para mí, para después
deslizar su lengua por mis clavículas hasta mi pezón derecho; sus
labios húmedos y calientes comenzaron a succionarlo, primero
lentamente y después con cierta rudeza. Podía percibir su aliento y
su lengua rozando aquel trozo de piel rosado. Arqueé suavemente la
espalda y jadeé llevando mis manos a su cabeza, hundiendo mis dedos
entre sus mechones para tirar de éstos. También sentía aún la
presión de sus dedos en mi otro pezón, acariciándolo y tirando de
él.
Su boca no quedó parada allí, sino
que bajó hasta mi vientre. Reconozco que era la primera vez que
sentía a un hombre de ese modo. Siempre había dominado la situación
y ni siquiera Nicolas se había atrevido a regalarme esas caricias.
Nadie antes había tocado de ese modo mi cuerpo. Sus manos estaban en
mis costados recorriendo cada milímetro de estos, pegándose a mis
caderas y tocando mi vientre para ir hacia mis muslos. En cierto
momento tenía sus labios cerca de mi pelvis, casi rozando mi miembro
que ya estaba endureciéndose, besando mi ombligo casi pegado al
inicio del camino de vello rubio. Sus dedos presionaron mis muslos y
yo tiré de su pelo incorporándome. Quería ver su lengua dejar
sutiles y eróticas caricias, como si fuera un recorrido lascivo que
me llevaría al infierno, y lo único que finalmente hice fue cerrar
los ojos moviendo mis caderas. Necesitaba que me atendiera con su
boca, su sexo o sus dedos.
—¿Y si te lo hago
lentamente?—preguntó apoyando su mentón en el lado derecho de mi
pelvis—. Con caricias intensas y un sexo diferente, ¿crees que
podrás jurar después que no me amas?
No pude responder, pues me atacó con
una lenguetada en mi glande. Mis piernas temblaron y se abrieron aún
más, mis talones se pegaron al colchón y lentamente mis pies se
deslizaron por la suave colcha. Llevé mis manos a sus hombros
clavando mis uñas mientras me recostaba de nuevo. Él rió por mi
reacción, sobre todo porque con una segunda lamida gemí como puta
barata. Estaba sensible y necesitado. Hacía días que no tenía un
encuentro sexual, pues después de ver a Rowan prácticamente me
negaba a darle otra oportunidad a Nicolas.
—Hazlo—balbuceé completamente
perdido.
Después de mi petición, o mejor dicho
ruego, se llevó mi glande a su boca comenzando a dejarle suaves y
sutiles caricias con su húmeda lengua. Podía sentir la presión de
sus labios y como sus mejillas se hundían al empezar a succionar.
—Así, un poco más—dije arañando
su espalda, para luego tomarlo del rostro y comenzar a mover mis
caderas.
Rápidamente hundió su rostro
engullendo todo mi sexo, hasta mis testículos, dejando que su nariz
rozara mi vello púbico rizado, áspero y algo más oscuro que el de
mis cabellos. Su lengua tiraba de mi delicada y sensible piel, así
como la humedecía cara milímetro. Sus manos estaban en mis
costados, pero viajaban sin sutileza alguna hasta mis nalgas. Pronto
las sentí allí, abriéndolas y cerrándolas con un masaje
sugerente. Abrí los ojos, pues quería verlo, y al hacerlo gemí. Me
estaba mirando fijamente, sin perder detalle de mi rostro, y eso me
hacía arder.
Al final se apartó de mí y de la
cama, para quedar en medio de la habitación. El batín cayó del
todo al suelo y yo lo miré agitado, algo sudoroso, y completamente
ensimismado con lo que acababa de hacer. Él sonreía satisfecho al
ver mis reacciones.
—¿Me deseas?—preguntó con voz
cavernosa y profunda—. ¿Me deseas, Lestat?—dijo lanzándome una
mirada que me hizo abrir más las piernas, aunque creo que ya había
alcanzado mi límite, mientras llevaba mis manos a mis nalgas para
abrirlas—. No, no toca aún—negando suavemente—. Ven aquí—me
indicó llamándome con la mano derecha mientras la izquierda quedaba
en su cadera.
Su cuerpo era atlético, con una
musculatura muy marcada pero no excesiva. Jamás había reparado
tanto en el tono acaramelado de su piel, en la belleza de su
mandíbula y lo intensos que eran sus ojos. Su miembro era algo mayor
que el mío, y aunque pueda parecer extraño no sentía mi orgullo
herido.
—Ven aquí y demuéstrame porque debo
elegirte a ti, de entre todos mis súcubuos e íncubos, para ser mi
favorito—aquello me llenó de unos celos terribles que me hicieron
incorporarme—. No eres el único, pero podrías llegar a serlo.
Me incorporé furioso para besarlo de
forma salvaje y arrodillarme frente a él. Tomé su miembro con la
diestra y presioné sus testículos. Él me tomó de ambos lados de
la cabeza emitiendo un gruptual gemido mientras movía sus caderas
con desesperación. Mi lengua recorría cada tozo de su sexo y mis
labios presionaban su glande en cada movimiento. No, no iba a
permitir ser uno más. Deseaba en ese momento ser el único que
pudiera estar en su cama. Ni siquiera sabía porque deseaba tal cosa,
como si eso fuese lo que más ansiaba en la vida, pero así sucedía.
Debido a mi felación completamente desmedida, llena de ansiedad y
deseo, provoqué que llegara a su límite. Sus testículos chocaban
en mi mentón, pero a la vez eran masajeados con cierta experiencia,
mientras su miembro lo cubría por completo con mi boca.
—¡Lestat!—gimió echando la cabeza
hacia atrás y luego hacia delante, sus piernas temblaron y pude
notar que su respiración se cortaba por segundos. Cuando eyaculó
cerré los ojos deleitándome por ese torrente cálido, espeso y
blanquecino que me llenaba la boca—. Lestat... —jadeó con los
ojos entrecerrados y las mejillas arrobadas.
Juro que no parecía el demonio cruel
que siempre he visto, sino un muchacho de gran belleza que parecía
estar completamente seducido por mis atenciones. Coloqué mis manos
sobre sus muslos acariciándolos mientras seguía succionando, pero
esta vez suavemente. Lengueteaba su glande, así como el tronco de su
pene, y notaba que seguía duro. Posiblemente seguiría duro porque
no quería que dejara de estar excitado.
—Te amo—balbuceó con esa voz
dominante, pero quebrada por la emoción—. Te amo... te aseguro que
te amo...—sus ojos eran tan hermosos como gemas y quería
estrecharlo contra mí, pero me abstuve a dejarle caricias tan
eróticas que erizaban el vello de sus piernas y nuca.
—Ven amor mío—dije incorporándome
tras dejar un beso en su pelvis—. Ven y hazme tuyo—por segundos
él recobró la conciencia y pareció endurecer sus rasgos, pero yo
había visto esa ternura que me había enloquecido.
Me recosté en la cama con él encima
mío, sintiendo su cuerpo aplastando el mío. El calor que desprendía
era agradable, pues yo siempre estaba frío salvo cuando mataba. Mis
besos eran breves, pero abundantes, en su torso, cuello y rostro. Mis
dedos se movían como si estuvieran tocando una alegre pieza de
piano, y lo hacía sobre su espalda.
—¿Me amas?—pregunté tomándolo
del rostro—. Dímelo otra vez.
—¿Y tú? ¿Me amas ya?—reí ante
su respuesta y sólo pude abrir mejor mis piernas
—Tanto como para desear ser tu único
amante.
Repito que no sabía porque hacía todo
eso, pero luego comprendí todo con mayor claridad. En esos momentos
me sentía desinhibido y con cientos de posibilidades que podía
tener sin que nadie me lo impidiera.
Él se echó a un lado quedando
recostado en la cama, con su espalda sobre el colchón, y yo decidí
subirme sobre él quedando sentado sobre su pelvis. Mis manos
acariciaban su rostro dejando mis huellas por su frente, sus pómulos,
mentón y labios. Pero las caricias más eróticas, esas que lo
hacían tiritar, eran ofrecidas con mis nalgas sobre su miembro
sensible. Movía mis caderas de forma que rozara su glande entre
ellas.
—Deja que te cabalgue—dije con una
leve sonrisa llena de lujuria.
Con cuidado, pero de una vez, me
introduje su pene en mi entrada. Primero fue su glande, que hizo una
presión deliciosa, y después fue el resto. Quedé sin aliento y
también sin palabras. Mis brazos flaquearon mientras se colocaban
sobre su torso, justo sobre sus pezones, y mis piernas estaban
engarrotadas. Sin embargo, estaba dispuesto a ofrecerme de ese modo.
Sus manos fueron rápidamente a mis caderas y sonrió logrando que yo
jadeara.
Me movía suave y él jadeaba del mismo
modo, pero cuando la presión inicial se marchó comencé movimientos
rápidos, aunque rítmicos, que lograban arrancarme grandes gemidos.
Él también gemía, y lo hacía clamando mi nombre. Sus manos me
azotaban, pellizcaban y acariciaban hasta que yo llevé su diestra a
mi boca; sus dedos índice y corazón fueron a parar entre mis labios
y mi lengua los lamía humedeciéndolos. Él se excitó tanto que
acabó empujándome al colchón para moverse de forma posesiva y
brusca. Me quería romper y lo estaba logrando, si bien a su vez me
hacía tocar el cielo. Ambos sudábamos, estábamos sofocados y
unidos con una mirada de pasión intensa. No puedo describir esos
momentos, pero cuando llegué al orgasmo él también lo hizo, aunque
poco después, haciéndome sentir suyo.
Aquella deliciosa sensación de un
hormigueo que se intensificó, como mi cuerpo se tensaba y retorcía
bajo él, mis talones clavándose en el colchón y mis dedos arañando
su trasero para pegarlo más a mí, su aliento pegado a mi cuello
mientras lo mordisqueaba y esa paz, como si hubiese acabado una larga
guerra, me llegaba dejándome complacido.
—Te amo Memnoch, te amo—dije en un
jadeo y él me besó callándome como si no quisiera escucharlo.
Justo entonces me desperté en mi cama,
completamente agitado y con los calzoncillos manchados. No podía
siquiera pensar, sólo quería sentir como había sentido esos
momentos. Lo busqué con la mirada pero no había nadie; por supuesto
porque era mi cama y mi casa, no aquel lugar. Me sentía confundido,
frustrado y necesitado de sus caricias aunque también me
decepcionaba el saber que algo en mí, por mínimo que fuera, le
deseaba. Comencé a llorar acurrucándome en la cama rogando a mi
cordura y mis recuerdos por Rowan, los únicos recuerdos que me
hacían permanecer fuerte ante todo lo que ocurría.
Lestat de Lioncourt
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Memoria realizada por Jonathan Soriano (Memnoch) y por Ángel González (Lestat) para el Jardín Salvaje.
Estas memorias no pertenecen al ciclo, pero están vinculadas a él. Hemos querido hacer un pequeño regalo a todas las fans de la página que siguen desde hace casi un año a la pareja, por eso hemos deseado dejarles este fic (un tanto breve)
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