Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 18 de mayo de 2014

Desesperación, amor y dolor

Desperté en una habitación que desconocía. El dosel que cubría la parte superior era rojo oscuro, muy parecido al vino tinto, y poseía unos bordados dorados muy ricos en detalles de enormes rosetones. Los almohadones que sostenían mi cabeza eran mullidos, olían a rosas y especias que no lograba distinguir, y estaban forrados con la misma tela que la colcha y el dosel. Las cortinas del dosel estaban atadas con gruesos cordones dorados, los cuales tenían unos borlones de hilo con doble nudo. La colcha estaba perfectamente colocada y sólo se encontraba arrugada por culpa de mi peso. Las paredes de la habitación estaban revestidas con un papel pintado barroco de fondo borgoña y estampado dorado; no había muchos cuadros ocultando el estampado, aunque había un par de espejos con el borde tallado de hermosas rosas abiertas y de barniz dorado. Los muebles, algo escasos, distribuidos por la habitación eran varios divanes forrados del mismo color que las ropas de la cama y un escritorio de patas de león cubierto por numerosos papeles que no alcanzaba bien a leer. Me encontraba mareado y algo asustado. No sabía como había llegado allí, tampoco sabía si podría huir.

—Ya has despertado—escuché su voz provocando que me sobresaltara e incorporara tocándome la cabeza.

El apareció frente a mí apoyándose en una de las columnas del dosel, justo en el extremo izquierdo de los pies. Llevaba un batín negro de seda, algo abierto en el pecho porque podía ver su torso marcado, que contrastaba con sus cabellos rubios con reflejos cobrizos. Tenía sus hermosos ojos azules profundos clavados en mí. Podía ver dibujadas en sus pupilas una satisfacción inmensa, la misma que se delataba en sus labios con esa sonrisa llena de placer; justo en ese momento me percaté que estaba desnudo y que no tenía escapatoria.

—Deja que me vaya—mi voz a penas era audible porque tenía miedo. Sabía que él no me permitiría huir como deseaba.

—Amor mío, ¿cómo voy a dejarte ir?—preguntó subiéndose a la cama para quedar a mi lado—. Amor mío, Lestat—susurró haciéndome sentir su peso a mi lado, pues el colchón cedía levemente hacia él—. ¿Por qué te voy a dejar marchar? ¿Qué gano con ello?

—Hablas de amor, pero no permites que sea feliz—dije notando como colocaba su mano derecha sobre mi pecho—. Memnoch, no puedes obligarme.

—¿Quién te obliga? Podías haberte levantado y correr hacia la puerta, pero no lo has hecho—susurró acercándose a mi cuello. Podía sentir su aliento pegándose a mi piel, rozándolo con cierto toque erótico, mientras su mirada se volvía más pesada e indecente. Sus dedos recorrían mi torso y se aproximaban peligrosamente a mi pezón izquierdo—. Te amo tanto Lestat y tú a mí, pero no eres capaz de aceptarlo—añadió pellizcándome el pezón que provocó que gimiera bajo echando la cabeza hacia atrás; en ese momento, me besó el hombro y el cuello dejándome completamente perdido.

Me encontraba mareado, expuesto y excitado quizás por el aroma que flotaba en el aire, y él parecía dominarme con un par de caricias y palabras que no lograba contradecir. Abrí mis labios para balbucear un pequeño hilo de pensamientos, los mismos que se perdieron cuando él me besó recostándome en la cama. Sin siquiera meditarlo, o poner remedio a lo que estaba ocurriendo, lo rodeé pegándolo a mí mientras se acomodaba sobre mi cuerpo.

—Te haré tan mío que jamás lo olvidarás—susurró cerca de mis labios húmedos y calientes por sus besos.

Abrí mis piernas ofreciéndome como si fuera tan sólo una fulana, pero mis manos se movieron sobre su batín buscando el cinturón para abrirla y quitarla. Mis yemas acariciaban su piel algo tostada y mis ojos se perdían en los suyos. Creo que tenía una sonrisa estúpida, igual que la de cualquier adolescente enamorado por primera vez, y él me devolvía otra que podía apreciar como dominante e intensa. Sus labios rozaron los míos y su lengua los acarició con sensualidad.

—Memnoch...—me descubrí gimiendo al notar como sus dedos volvían a presionar mi pezón izquierdo.

Me estaba excitando con tan sólo unas caricias, algo que no solía ocurrir, pero lo que más me calentaba era su forma de mirarme. Sentía mi alma desnuda, no sólo mi cuerpo, expuesta a él sin importarme nada. Ya no era Lestat, sino un ser sin nombre ni lugar. Podía haberme quedado allí para siempre, en ese mismo instante, mientras abría mis piernas y rogaba porque me penetrara con fuerza.

Bajó su rostro hacia mi cuello, besándome de nuevo en ese punto tan sensible para mí, para después deslizar su lengua por mis clavículas hasta mi pezón derecho; sus labios húmedos y calientes comenzaron a succionarlo, primero lentamente y después con cierta rudeza. Podía percibir su aliento y su lengua rozando aquel trozo de piel rosado. Arqueé suavemente la espalda y jadeé llevando mis manos a su cabeza, hundiendo mis dedos entre sus mechones para tirar de éstos. También sentía aún la presión de sus dedos en mi otro pezón, acariciándolo y tirando de él.

Su boca no quedó parada allí, sino que bajó hasta mi vientre. Reconozco que era la primera vez que sentía a un hombre de ese modo. Siempre había dominado la situación y ni siquiera Nicolas se había atrevido a regalarme esas caricias. Nadie antes había tocado de ese modo mi cuerpo. Sus manos estaban en mis costados recorriendo cada milímetro de estos, pegándose a mis caderas y tocando mi vientre para ir hacia mis muslos. En cierto momento tenía sus labios cerca de mi pelvis, casi rozando mi miembro que ya estaba endureciéndose, besando mi ombligo casi pegado al inicio del camino de vello rubio. Sus dedos presionaron mis muslos y yo tiré de su pelo incorporándome. Quería ver su lengua dejar sutiles y eróticas caricias, como si fuera un recorrido lascivo que me llevaría al infierno, y lo único que finalmente hice fue cerrar los ojos moviendo mis caderas. Necesitaba que me atendiera con su boca, su sexo o sus dedos.

—¿Y si te lo hago lentamente?—preguntó apoyando su mentón en el lado derecho de mi pelvis—. Con caricias intensas y un sexo diferente, ¿crees que podrás jurar después que no me amas?

No pude responder, pues me atacó con una lenguetada en mi glande. Mis piernas temblaron y se abrieron aún más, mis talones se pegaron al colchón y lentamente mis pies se deslizaron por la suave colcha. Llevé mis manos a sus hombros clavando mis uñas mientras me recostaba de nuevo. Él rió por mi reacción, sobre todo porque con una segunda lamida gemí como puta barata. Estaba sensible y necesitado. Hacía días que no tenía un encuentro sexual, pues después de ver a Rowan prácticamente me negaba a darle otra oportunidad a Nicolas.

—Hazlo—balbuceé completamente perdido.

Después de mi petición, o mejor dicho ruego, se llevó mi glande a su boca comenzando a dejarle suaves y sutiles caricias con su húmeda lengua. Podía sentir la presión de sus labios y como sus mejillas se hundían al empezar a succionar.

—Así, un poco más—dije arañando su espalda, para luego tomarlo del rostro y comenzar a mover mis caderas.

Rápidamente hundió su rostro engullendo todo mi sexo, hasta mis testículos, dejando que su nariz rozara mi vello púbico rizado, áspero y algo más oscuro que el de mis cabellos. Su lengua tiraba de mi delicada y sensible piel, así como la humedecía cara milímetro. Sus manos estaban en mis costados, pero viajaban sin sutileza alguna hasta mis nalgas. Pronto las sentí allí, abriéndolas y cerrándolas con un masaje sugerente. Abrí los ojos, pues quería verlo, y al hacerlo gemí. Me estaba mirando fijamente, sin perder detalle de mi rostro, y eso me hacía arder.

Al final se apartó de mí y de la cama, para quedar en medio de la habitación. El batín cayó del todo al suelo y yo lo miré agitado, algo sudoroso, y completamente ensimismado con lo que acababa de hacer. Él sonreía satisfecho al ver mis reacciones.

—¿Me deseas?—preguntó con voz cavernosa y profunda—. ¿Me deseas, Lestat?—dijo lanzándome una mirada que me hizo abrir más las piernas, aunque creo que ya había alcanzado mi límite, mientras llevaba mis manos a mis nalgas para abrirlas—. No, no toca aún—negando suavemente—. Ven aquí—me indicó llamándome con la mano derecha mientras la izquierda quedaba en su cadera.

Su cuerpo era atlético, con una musculatura muy marcada pero no excesiva. Jamás había reparado tanto en el tono acaramelado de su piel, en la belleza de su mandíbula y lo intensos que eran sus ojos. Su miembro era algo mayor que el mío, y aunque pueda parecer extraño no sentía mi orgullo herido.

—Ven aquí y demuéstrame porque debo elegirte a ti, de entre todos mis súcubuos e íncubos, para ser mi favorito—aquello me llenó de unos celos terribles que me hicieron incorporarme—. No eres el único, pero podrías llegar a serlo.

Me incorporé furioso para besarlo de forma salvaje y arrodillarme frente a él. Tomé su miembro con la diestra y presioné sus testículos. Él me tomó de ambos lados de la cabeza emitiendo un gruptual gemido mientras movía sus caderas con desesperación. Mi lengua recorría cada tozo de su sexo y mis labios presionaban su glande en cada movimiento. No, no iba a permitir ser uno más. Deseaba en ese momento ser el único que pudiera estar en su cama. Ni siquiera sabía porque deseaba tal cosa, como si eso fuese lo que más ansiaba en la vida, pero así sucedía. Debido a mi felación completamente desmedida, llena de ansiedad y deseo, provoqué que llegara a su límite. Sus testículos chocaban en mi mentón, pero a la vez eran masajeados con cierta experiencia, mientras su miembro lo cubría por completo con mi boca.

—¡Lestat!—gimió echando la cabeza hacia atrás y luego hacia delante, sus piernas temblaron y pude notar que su respiración se cortaba por segundos. Cuando eyaculó cerré los ojos deleitándome por ese torrente cálido, espeso y blanquecino que me llenaba la boca—. Lestat... —jadeó con los ojos entrecerrados y las mejillas arrobadas.

Juro que no parecía el demonio cruel que siempre he visto, sino un muchacho de gran belleza que parecía estar completamente seducido por mis atenciones. Coloqué mis manos sobre sus muslos acariciándolos mientras seguía succionando, pero esta vez suavemente. Lengueteaba su glande, así como el tronco de su pene, y notaba que seguía duro. Posiblemente seguiría duro porque no quería que dejara de estar excitado.

—Te amo—balbuceó con esa voz dominante, pero quebrada por la emoción—. Te amo... te aseguro que te amo...—sus ojos eran tan hermosos como gemas y quería estrecharlo contra mí, pero me abstuve a dejarle caricias tan eróticas que erizaban el vello de sus piernas y nuca.

—Ven amor mío—dije incorporándome tras dejar un beso en su pelvis—. Ven y hazme tuyo—por segundos él recobró la conciencia y pareció endurecer sus rasgos, pero yo había visto esa ternura que me había enloquecido.

Me recosté en la cama con él encima mío, sintiendo su cuerpo aplastando el mío. El calor que desprendía era agradable, pues yo siempre estaba frío salvo cuando mataba. Mis besos eran breves, pero abundantes, en su torso, cuello y rostro. Mis dedos se movían como si estuvieran tocando una alegre pieza de piano, y lo hacía sobre su espalda.

—¿Me amas?—pregunté tomándolo del rostro—. Dímelo otra vez.

—¿Y tú? ¿Me amas ya?—reí ante su respuesta y sólo pude abrir mejor mis piernas

—Tanto como para desear ser tu único amante.

Repito que no sabía porque hacía todo eso, pero luego comprendí todo con mayor claridad. En esos momentos me sentía desinhibido y con cientos de posibilidades que podía tener sin que nadie me lo impidiera.

Él se echó a un lado quedando recostado en la cama, con su espalda sobre el colchón, y yo decidí subirme sobre él quedando sentado sobre su pelvis. Mis manos acariciaban su rostro dejando mis huellas por su frente, sus pómulos, mentón y labios. Pero las caricias más eróticas, esas que lo hacían tiritar, eran ofrecidas con mis nalgas sobre su miembro sensible. Movía mis caderas de forma que rozara su glande entre ellas.

—Deja que te cabalgue—dije con una leve sonrisa llena de lujuria.

Con cuidado, pero de una vez, me introduje su pene en mi entrada. Primero fue su glande, que hizo una presión deliciosa, y después fue el resto. Quedé sin aliento y también sin palabras. Mis brazos flaquearon mientras se colocaban sobre su torso, justo sobre sus pezones, y mis piernas estaban engarrotadas. Sin embargo, estaba dispuesto a ofrecerme de ese modo. Sus manos fueron rápidamente a mis caderas y sonrió logrando que yo jadeara.

Me movía suave y él jadeaba del mismo modo, pero cuando la presión inicial se marchó comencé movimientos rápidos, aunque rítmicos, que lograban arrancarme grandes gemidos. Él también gemía, y lo hacía clamando mi nombre. Sus manos me azotaban, pellizcaban y acariciaban hasta que yo llevé su diestra a mi boca; sus dedos índice y corazón fueron a parar entre mis labios y mi lengua los lamía humedeciéndolos. Él se excitó tanto que acabó empujándome al colchón para moverse de forma posesiva y brusca. Me quería romper y lo estaba logrando, si bien a su vez me hacía tocar el cielo. Ambos sudábamos, estábamos sofocados y unidos con una mirada de pasión intensa. No puedo describir esos momentos, pero cuando llegué al orgasmo él también lo hizo, aunque poco después, haciéndome sentir suyo.

Aquella deliciosa sensación de un hormigueo que se intensificó, como mi cuerpo se tensaba y retorcía bajo él, mis talones clavándose en el colchón y mis dedos arañando su trasero para pegarlo más a mí, su aliento pegado a mi cuello mientras lo mordisqueaba y esa paz, como si hubiese acabado una larga guerra, me llegaba dejándome complacido.

—Te amo Memnoch, te amo—dije en un jadeo y él me besó callándome como si no quisiera escucharlo.


Justo entonces me desperté en mi cama, completamente agitado y con los calzoncillos manchados. No podía siquiera pensar, sólo quería sentir como había sentido esos momentos. Lo busqué con la mirada pero no había nadie; por supuesto porque era mi cama y mi casa, no aquel lugar. Me sentía confundido, frustrado y necesitado de sus caricias aunque también me decepcionaba el saber que algo en mí, por mínimo que fuera, le deseaba. Comencé a llorar acurrucándome en la cama rogando a mi cordura y mis recuerdos por Rowan, los únicos recuerdos que me hacían permanecer fuerte ante todo lo que ocurría.  

Lestat de Lioncourt 

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Memoria realizada por Jonathan Soriano (Memnoch) y por Ángel González (Lestat) para el Jardín Salvaje. 
Estas memorias no pertenecen al ciclo, pero están vinculadas a él. Hemos querido hacer un pequeño regalo a todas las fans de la página que siguen desde hace casi un año a la pareja, por eso hemos deseado dejarles este fic (un tanto breve)


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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt