Armand quiere hablar de sus criaturitas, así que aquí vamos.
Lestat de Lioncourt
Mis ángeles
Ella estaba despierta, pues la música
del piano bañaba la vivienda con cierto encanto de otra época. Me
encontraba tumbado en la cama, con el rostro girado hacia el techo y
el cuerpo lacio, como si estuviera sin vida, en una posición cómoda
sobre las sábanas. El calor se había instalado hacía varios días,
era casi imposible dormir y cuando despertábamos teníamos cierto
cansancio. Mis párpados se bajaban mientras escuchaba aquella
melodía una y otra vez, como si fuese una caja de música y ella su
pieza fundamental.
—Dybbuk—dijo Benjamín entrando en
la habitación—. Dybbuk—repitió.
—Dime mi amor—susurré girando mi
rostro hacia él—. Benji ¿por qué estás únicamente con la ropa
interior?
—Tengo calor—murmuró frotándose
su ojo derecho—. Ven conmigo al salón para escuchar a Sybelle.
Me incorporé buscando mi camisa blanca
de algodón, la misma que había usado la noche anterior, pero
desistí porque era agobiante tener más tela de lo preciso. Sólo
llevaba mis jeans negros con la correa sin abrochar y unas sandalias
simples de correas gruesas de cuero.
—Te amo—dije al quedar a su lado.
Me incliné suavemente hacia él,
tomándolo del rostro, para palpar su cara redonda y sonreí. Sus
enormes ojos eran como dos pozos hacia un mundo distinto, exótico y
libre. Benjamín era hermoso, como los ángeles bizantinos, y tenía
una piel sedosa. Amaba a mi pequeño ángel, pues yo era un demonio y
él mi salvación.
—Y nosotros a ti, Dybbuk—respondió
abrazándome.
No dudé en tomarlo en mis brazos,
aunque era casi de mi tamaño, para ir al gran salón donde Sybelle
tocaba. Ella vestía un bonito camisón de gasas, el cual
transparentaba su figura delgada y curvilínea, mientras se impulsaba
sobre las teclas. Sus cabellos estaban sueltos, completamente libres,
y parecían hilos de oro. Bajé a Benjamín y nos quedamos de pie,
como si estuviésemos en misa mientras el cura comienza una oración
tras otra, con los ojos clavados en su belleza resplandeciente.
—Es tan bonita como un ángel—susurró
riendo bajo.
—Es un ángel, Benji—él me miró
cuando lo dije, pues sentía sus ojillos puestos en mí—. Tú
también.
—No, tú eres el ángel Dybbuk.
Ángel o no, demonio o no, me
consideraba su guardián más feroz. Benji y Sybelle, mis
adoraciones, eran tan hijos de Marius como yo. Me preguntaba donde
estaba él, el gran maestro, que no tenía cinco minutos para
visitarnos y observarnos como una gran familia unida.
—Os amo—susurré un par de veces
mientras me aproximaba a Sybelle para besar su sien.
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