Bonjour
Mael y Marius nunca se han llevado bien, por eso Avicus lo ha intentado... pero se ve que no se puede.
Lestat de Lioncourt
Palabras frente al fuego
Sentado, en completo silencio, puedo
observar sus facciones duras y afables. Sus ojos son dos granos de
café, tan intensos como oscuros, que observan intensamente las
ascuas de la hoguera. Jamás he pensado detenidamente si el tiempo
nos ha hecho más sabios, fuertes y tercos; sin embargo, cuando lo
escucho con su tono suave, pausado y masculino, sobre la vida que ha
llevado y los mundos que ha visto he supuesto, que al menos, él si
es más sabio y fuerte. El terco, como siempre, soy yo.
—Deberías hablar con él—ha dicho
de nuevo mientras tomaba asiento a su lado, en el otro extremo del
tronco—. Te aprecia.
—Me desprecia—le corregí.
—Mael...
—Avicus, he hecho demasiado por ese
cretino—comenté mirando las llamas mientras él se giraba hacia
mí, deteniendo su mirada en mi rostro serio y mi ceño fruncido—.
Es un terco.
—Tú también—soltó una risotada
que cortó el aire y tuve que mirarlo. Tan vivo, tan real, tan cerca
y yo aún soñando con su regreso. Habíamos estado divididos mucho
tiempo y, ahora, nos rompíamos de nuevo sólo porque Marius y yo no
podíamos convivir.
—Yo no le he llamado feo, viejo y
estúpido.
—Ignorante sí—replicó con una
media sonrisa.
Desconoce por completo lo seductor que
puede ser ver a un hombre como él, con un pasado tan oscuro y un
futuro tan desconcertante. Puedo ver su gigantesco cuerpo inclinado
hacia delante, sus músculos marcados en sus fuertes brazos, y su
cabello moviéndose suavemente por la brisa. Quisiera hacerme hueco
en su pecho, llamarlo nuevamente maestro y perderme en su aroma; pero
no puedo hacer nada, tan sólo quedarme ahí como haría cualquiera.
Si él supiera que es mi debilidad, que he extrañado su
conversación, estaría perdido.
El amor es algo más que palabras
románticas, pues a veces es silencio y también gestos. He caminado
a solas y en estos momentos la senda se ha vuelto intensa, más
interesante y agradable. Él está ahí, a mi lado, esperando que
tome su mano y acepte sus desafíos.
—Lo es—murmuré justo antes de
notar su mano derecha, tan gigantesca y áspera, colocando un mechón
de mi cabello—. Avicus, no.
—¿Qué?—dijo con una sonrisa
franca.
—Intentas convencerme—respondí
frunciendo aún más el ceño mientras cruzaba mis brazos.
—¿Es tan obvio?—preguntó con otra
risotada.
—Sí.
Han pasado muchos años desde que
estuvimos juntos, pero cuando regresó era como si jamás hubiésemos
estado separados. Quizás el amor es eso, más que algo físico. Amar
es comprender y yo comprendo a Avicus. Tal vez, sólo tal vez, por
eso le amo y perdono sus vanos deseos de unión entre Marius y yo.
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