Lestat de Lioncourt
La noche transcurrió con sobresaltos.
La dama terminó su cena, observó a David largamente y suspiró.
Tenía que contar una historia tan cruel como la propia vida, pues
cosas así sólo le ocurren a los que aún poseen pulso gracias a
seres abominables, monstruos que también son humanos o se les
considera parte de la humanidad. La mujer tenía los ojos cansados,
pequeños y algo vivaces. El cansancio era por recordar algo tan
trágico que había ido de boca en boca en la familia, enterrándolo
en lo más hondo de su círculo hasta casi sepultarlo.
—Leonore era la única hija de un
rico terrateniente. Su madre, Deirdre, era una señora elegante y muy
sofisticada pero poco agraciada. La chica era muy bonita, de labios
gruesos y boca pequeña, tenía cintura de avispa y una piel de
porcelana. Sí, ella era bonita—dijo asintiendo levemente con la
cabeza mientras ponía sus manos sobre su falda—. Deirdre quería
mucho a su hija porque se parecía a su difunta hermana, la consentía
en todo y la adoraba. Podía haber sentido celos de su pequeña, pero
no era así. No tenía un corazón negro y sucio como otras mujeres.
—Era una hija querida—intervino
David sentándose al fin, pues no se había permitido ese lujo. La
dama había insistido en varias ocasiones para que él tomara
asiento, pero había estado demasiado tiempo arrinconado en un
avión—. Una hija apreciada.
—Su padre era George Stuart
Wilde—explicó—. Emigró de éste bendito país para Estados
Unidos buscando la libertad, buenas tierras y fortuna. Lo consiguió
antes de tener treinta años, se casó con Deirdre porque Leonore, la
hermana de ésta, falleció de fiebres y decidió hacerse cargo de su
hermana. George no amaba a Deirdre pero sí los contratos de semillas
que tenía con su padre, usted me entiende—dijo mirándolo a los
ojos.
—Sí, prosiga.
—Leonore se llamaba así por su tía,
tenía la belleza de ésta y la bondad estúpida de su abuelo y
madre. Sí, era muy bonita y encantadora... por eso mismo es terrible
lo que tengo que contarle—susurró suspirando terriblemente—.
George abusó de su hija una y otra vez, hizo que pariera varios
pequeños que dieron en adopción. Deirdre sufría terriblemente,
quería cuidar a su hija, pero su esposo le había dicho que mataría
a ambas antes que pudiese personarse la policía. Cuando esto ocurrió
el abuelo de Leonore hacía años que había muerto. Estaban solas y
desamparadas, así que tenían que obedecer.
—Deja que yo cuente el resto—dijo
su hijo, que tenía el rostro girado hacia David pero en ese momento
la contempló con tristeza y dolor.
—Adelante—susurró cansada mientras
sacaba un pequeño pañuelo para secarse las lágrimas.
—Tuvo una hija con su padre que
estuvo siempre encerrada, tan bonita como Leonore. Una noche, cuando
fue a abusar de ella... Leonore se interpuso, su padre la mató y la
enterró bajo los cimientos de la casa. La chica ocupó el lugar de
Leonore, pues sólo se llevaban catorce años y nadie había visto
mucho a Leonore en los últimos años. El padre tenía celos de
todos, no quería que se acercase a hombres, así que ella ocupó su
lugar y una noche se escapó—explicó tomando un sobre que había
en una mesilla encantadora, por pequeña y coqueta, para deslizarlo
por la mesa hasta David—. Aquí tiene dibujos que hacía Suzanne,
la hija de Leonore, y que fueron muy famosos. Se convirtió en una
joven viva y que recordaba todo como pesadillas. Deirdre murió por
causas desconocidas, aunque supongo que fue George, y George se
suicidó. Cuando Suzanne regresó a New Orleans lo hizo bajo el
nombre de Leonore y cuando murió, ya anciana, la enterraron como
Leonore Wilde creyendo que era su madre.
—Por eso el fantasma se aparece en la
casa, es de aspecto joven y muy elegante. No cuadraba con la idea que
poseía de Leonore—dijo suspirando mientras abría el sobre.
Dentro había hermosos dibujos, algunos
eran muy vivos, todos a carboncillos. Reconoció algunos y eran de
postales que se vendían antaño, postales que se hicieron muy
famosas. Así que no dudó en sentir que algo de la historia había
salido bien, pues al menos la hija de Leonore vivió feliz. Sin
embargo, los muertos a veces carecen de contacto con la realidad y
desconocen la verdad.
Había numerosa documentación que
podía entregar a los dueños de la casa como prueba, para que fuera
el testigo mudo de toda la historia. La familia no quería regresar a
New Orleans y él lo comprendía, era una tierra marcada. Al parecer
Suzanne sólo regresó allí porque sabía que bajo esa casa, tras
sus muros y bajo sus cimientos, estaba su madre en algún lugar. Allí
tuvo sus hijos, en concreto dos varones, que viajaron a Londres nada
más morir su madre tal como ella había pedido.
David dio las gracias a ambos, tomó la
documentación extra que estos tenían y se marchó. Al regresar días
más tarde a New Orleans confesó todo a los dueños y estos se
estremecieron. Poseían en una casa llena de horrores, por ello
sintieron la necesidad de pedir que el cadáver de Leonore fuera
desenterrado y llevado a Londres, donde aún poseía familia, para
que fuese enterrada junto a su hija. Suzanne fue desenterrada
también, ambas hicieron un largo viaje lejos de los malos recuerdos.
Sin embargo, mientras se trasladaban
los cuerpos apareció la joven, frente a la tumba, con lágrimas en
los ojos mientras se abrazaba a sí misma. Ella al fin sabía la
verdad, comprendía que había ocurrido y se sentía en paz. No
obstante los fantasmas pueden mostrar sus sentimientos, mucho más
reales que los sentimientos de un ser vivo porque son más intensos,
y David lo observaba con su aspecto impecable y cierta necesidad de
sangre.
—Un día todo fue distinto... pero
ahora descansa en paz—dicho esto ella se desvaneció para siempre.
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