Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 23 de agosto de 2014

Mi odio es para ti príncipe

Ya sabía que me odiaba, pero no tanto. Uno busca amor el día de su cumpleaños, pero termina llevándose una bofetada como recuerdo. Al menos, la carta de Mona era agradable. 

Lestat de Lioncourt 


Aún recuerdo el peso de su cuerpo en mis brazos y el horrible martillear de su voz pidiendo auxilio. Para mí aún esa noche sucede, una y otra vez, y todo es distinto. He logrado cambiar los sucesos, volver al pasado y provocar que la vida que llevábamos no se rompiera. Sin embargo, nada cambia. Todo sigue igual. Esa noche ha sucedido igual que tantas otras que se han ido acumulando. Han pasado décadas, incluso más de cien años. No obstante, el pantano con su aroma, sus sonidos y esas figuras macabras que eran sus árboles de tronco hinchado sigue ahí. Él sigue ahí. Ella me observa en calma tensa. Mis lágrimas confirman que me duele, pero no he vuelto a decir nada al respecto.

Durante mucho tiempo fue mi pecado capital, el peso que hundía mis hombros, y mi gran culpa. Pero ese mucho tiempo a penas fueron unos meses y todo parecía producto de mi imaginación. Sin embargo, ocurrió. El peor de los actos, el más descabellado y ruin se cometió. Ella se alzó contra él como la propia noche, lo cubrió con sus pequeños brazos y lo arrojó al infierno. Ni siquiera era capaz de mirar su cuerpo, pero ella disfrutaba envolviéndolo en la alfombra. Lamentarme hubiese sido poco conveniente, así que sólo obedecí a mi amor por ella. ¿Y qué había de mi amor por él? Siempre he jurado públicamente que lo detestaba, que me hacía sentir culpable a cada paso y que nunca fue mi amor. Era falso. Lo niego tajante ahora. Pero, si tengo que ser sincero, el tiempo ha terminado haciendo veraces mis palabras.

Ella lo era todo para mí. Cuando digo todo es todo. Se convirtió en mi único deseo para vivir. Siempre quise ser padre y él hizo esos deseos realidad. Creó una pequeña para mí, nuestra damita, y caí rendido a sus pies. Me convertí en su marioneta y sirviente, en su escolta personal, y también en el hombre más ciego del mundo. Ella, con sus tirabuzones dorados y su cara de ángel, me inducía en una dulce fantasía donde todo era perfecto si la abrazaba. Era mi hija. Era mi niña. Era todo para mí. Un padre hubiese hecho cualquier cosa para protegerla, incluso dejar que su corazón se pudriera y se hundiera en el pantano. La poca humanidad que tenía ella se la fue llevando arrastrándola hasta la muerte.

Cuando ella murió, después de todo lo que ocurrió para bien y para mal, le culpé. Él estaba vivo y no tuvo el coraje suficiente de salvarla. La expuso como si fuera un monstruo. Aunque ni siquiera me amaba a mí. No nos quería. Nos despreciaba a ambos. Sin embargo, por aquellos días, yo creía que ella me adoraba. Era su padre, su madre, su ángel de la guarda, su Louis. Yo tenía que haberla protegido de las manos enloquecidas de Armand y sus descabellados planes. Pero no lo hice porque no pude, pero me vengué. Maté a todos. Los vi arder en un infierno peor que el de Lucifer.

David Talbot era un hombre honesto y anciano cuando Lestat lo conoció, pero se ha convertido en uno de los nuestros. Poco a poco, con su nuevo cuerpo y sus modales elegantes, se transformó en un buen acompañante para ambos. Era la clave para no discutir. En los oscuros días donde Lestat se apagó, como una vela soplada al viento, no me hundí en la culpabilidad gracias a él. Se convirtió en mi apoyo. Un gran apoyo que me dio la solución a un drama que aún seguía abierto. Las heridas viejas por mi hija. Merrick, una mulata espectacular, se cruzó en mi camino varias veces y él la indujo a colaborar. Ella nos traicionó y a la vez nos ayudó. Aunque nada quedó claro, salvo el odio de Claudia, pude ver el espectro de mi hija. Escuché claramente como me odiaba y despreciaba, leí su diario y sentí nauseas. Yo era su peón, no su ángel protector.

Quise morir.

¿Quién no hubiese deseado morir? Todo lo que necesitaba saber ya lo tenía. Mis lágrimas estaban marchitas. Él estaba en una capilla tumbado esperando un milagro. David se sentía herido y yo traicionado. Merrick fue un consuelo. No obstante, la muerte sí que era un gran bálsamo para mis heridas. Las curaría todas. Si bien, ni siquiera eso me permitió ese condenado imbécil. Al regresar todo el amor que le había tenido se convirtió en hiel. Odio verlo porque me recuerda a ella. Cuando lo veo no puedo dejar de ver su pequeño rostro y sus ojos llenos de odio. Sí, puede que con mis sucios tratos haya conseguido que regrese. Si bien, ¿qué es lo que tengo? Un monstruo que me detesta.


Aún deseo morir. Sin embargo, es más placentero torturar a todo aquel que condeno con sólo mirarlo. He deseado tantas veces agarrarlos a todos del cuello y partírselo. A todo aquel que se pone delante mía. Me he convertido en un asesino despiadado. Soy la misma muerte. No necesito caminar entre cementerios, pues el mundo es mi cementerio. Yo soy quien entierra la felicidad y la ahoga en lamentos. Soy esclavo del dolor y preso de éste he enloquecido. Mi mayor sueño es verlo consumirse igual que yo, sin embargo es demasiado fuerte. Ese maldito desgraciado, ese bastardo de hermosa sonrisa y sedosos cabellos dorados, nunca se hundirá conmigo. Le odio.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt