Michael ha decidido recordar viejos tiempos y dedicarle algo a Rowan. No, no estoy celoso. Comprendo bien su amor y fascinación por ella.
Lestat de Lioncourt
Las viejas leyendas hablan de sirenas
que salvan a marineros en mitad del mar, ellas impiden que mueran
ahogados y los llevan a la costa completamente convencidas que ese
pobre desafortunado vivirá. Ellas no desean ser reverenciadas por su
acción, sólo creen que hacen su cometido. Seres completamente
hermosos, de ojos profundos como el propio océano y delicados labios
que a veces dejan huella. Ser besado por una sirena debe ser como ser
tocado por un ángel.
Hace tiempo que debí morir. Todos
tenemos un día marcado en el calendario y pocas veces la muerte se
resigna la muerte. Dudo que no quiera cumplir su trabajo. Yo habría
aceptado su recado. Mi vida estaba completa, aunque jamás tuve
suerte en el amor. Mi mundo se había derrumbado hacía años y lo
único que tenía para afrontar el futuro era mi trabajo. Los
recuerdos de la niñez eran el único bálsamo para mis heridas, y
aún así se convertían en dagas afiladas cuando la imagen de mi
madre o mi padre aparecía con nitidez. Nada me había hecho feliz en
los últimos años. La muerte se alegraba de mi sufrimiento y quizás
por eso alargaba mi vida.
Sé que debí estar muerto y no lo
estoy. Ella me salvó. Cuando desperté en el hospital lo hice
convencido que tenía una misión. Volvía a pensar en aquel hombre
en el jardín, que paseaba entre los arbustos y árboles a cualquier
hora. El mismo que vi en la iglesia acunando al niño Dios. Alto,
delgado, de cabellos oscuros y ropa elegante. Parecía que era el
guardián de aquel lugar. Mi madre lo temía. Sin embargo, jamás
llegué a pensar que era un fantasma. Por eso cuando lo vi en mis
sueños, tan nítido, decidí ir al lugar en el cual nos vimos por
primera vez. Mis manos habían cambiado, era un fenómeno de feria
que adivinaba el pasado y el futuro de las personas que se acercaban
a mí. Si las tocaba podía ver cosas que ni siquiera ellos me dirían
con facilidad. Esa fue otra de las cuestiones por las cuales decidí
poner remedio a todo.
Busqué a la joven. No quería que
nadie le diese las gracias. Pero yo insistía. Soy un hombre muy
persuasivo cuando quiero algo. Aún así, me deprimía al pensar que
jamás daría las gracias a mi rescatadora. Una mujer, una sirena.
Para mí ella y su barco se convirtieron en mi sirena. No obstante
uno jamás podría haber creído que era una neurocirujana tan
atractiva. Tenía una forma de desenvolverse única y sus ojos eran
profundos. Creo que me dejé arrastrar por su belleza, su fuerza y
sus secretos. Y su mayor secreto ni siquiera ella lo sabía. Ese
hombre era el Impulsor, Lasher... un fantasma que estaba en su
familia y aquella casa su legado. Una niña criada por una buena
mujer que no era su madre, desvinculada de sus orígenes, y que
finalmente supo todo gracias a mí.
Concebimos el amor, pero también un
monstruo que sembró el dolor y el miedo. Aquel ser se interpuso en
nuestra felicidad. Nació una criatura terrible llamada Taltos y ese
Taltos era la reencarnación de esa figura. Un ser que ocupó el
lugar de mi hijo. Tantos años deseando ser padre, sin que me
arrancaran la ilusión de mis brazos, para que él, en plena Navidad,
se llevara todo. Se llevó mi ilusión y mi amor, pues se la llevó a
ella y todo lo que creía volvió a derrumbarse.
Hemos pasado años oscuros. He visto el
dolor en sus ojos. El silencio nos dividió. Pensé que iba a morir
en más de una ocasión y ella igual. Sin embargo, sobrevivimos. No
nos dejamos ridiculizar por cada muro que se imponía entre nosotros.
Jamás bajé los brazos porque bajar los brazos hubiese significado
perder y nunca habría aceptado perderla a ella. Cuando un hombre ama
no importa nada, pues él bien sabe que jamás podrá olvidar que su
corazón late acelerado cada vez que escucha su voz. A pesar del
llanto y del terrible dolor sé que nunca hubiese sido feliz de no
ser por ella.
No hay comentarios:
Publicar un comentario