David ha logrado que me interese un caso sólo porque iba a verlo actuar como ladrón. Reconozco que tiene talento.
Lestat de Lioncourt
Tomó con cuidado una de las carpetas
marrones, ajadas por los años y cubiertas de una fina película de
polvo, con sus manos enguatadas. Había ido a la Orden, para
recuperar algunos archivos. Era el trabajo de toda una vida dedicada
al misterio. Sus archivos y los de Aaron, así como los de Merrick o
Jesse, le pertenecía. Ocasionalmente colaboraba aconsejando a los
novicios, pero estaba completamente desvinculado de la orden. No
percibía salario o ayuda de ellos, es más, David Talbot siempre fue
rico. Era un joven acomodado, ambicioso y con talento cuando la orden
lo sedujo. Por ello había cientos de carpetas con su nombre, o mejor
dicho, con su firma.
Aquella noche buscaba en concreto un
documento. Era uno de sus primeros casos. Recordaba al muchacho,
delgado y pálido, temblando frente a él con los ojos hundidos.
Había visto demasiado. No era un crimen lo que había presenciado,
aunque era un suceso igual de traumático. Aquellos ojos
enloquecidos, desesperados y sin esperanzas aún le perseguían.
Richard Anderson era un chico poco social, que amaba la literatura
clásica y solía ser el pardillo de la Universidad. Cuando Talbot
tuvo el placer de conocer al muchacho sólo vio la punta del Iceberg,
el caso le fascinó y deseó recuperarlo para guardarlo en sus
propios dominios.
—David, ¿tan importante es ese
documento para que hagamos todo eso?—preguntó Lestat apoyándose
en una de las estanterías de metal.
—Sí, estamos en el sótano
principal—comentó revisando la carpeta. Faltaban algunas
fotografías y bocetos, también el testimonio final de la
víctima—Aquí están los casos que ya han sido introducido en la
base de datos, pero soy nulo para descodificar el sistema—decidió
tomar la caja y llevarla hacia una pequeña mesa, la cual estaba tan
llena de polvo como las estanterías.
—Pídele el favor a Mona—respondió
su buen amigo encogiéndose de hombros.
—No—murmuró frunciendo el ceño.
—¡Qué terco! Sólo porque te rompió
el corazón...
—No grites, no levantes la voz—se
giró hacia él observándolo con cierta preocupación y molestia.
Lestat parecía cómodo, como si eso lo hiciese todos los días. Él
tenía la meticulosidad de un ladrón de cuerpos, pero su amigo
parecía más bien un descarado muchachito que no le importaba ser
arrestado.
—Lo siento—dijo acercándose a
él—¿Lo tienes?
—Ya lo tengo.
Lestat sólo había ido para observar
con sus propios ojos que era cierto. David Talbot se había
convertido en un vampiro que arriesgaba su honor por unos cuantos
papeles. Nadie podía atraparlos, pues sería terrible. Estaban en
Talamasca y no solían aceptar que se saltaran de ese modo las
normas.
Los pasos de ambos se perdieron por los
pasadizos y terminaron saliendo al jardín colindante. Allí, no muy
lejos, estaba el cementerio de Talamasca donde existía incluso fosas
comunes. Algunos miembros, sin familia o por expreso deseo, decidían
ser enterrados en aquel lugar. Era como un mausoleo de brujos, aunque
no todos lo eran.
—¿Qué harás con esto?—preguntó
acomodándose la americana azul marino que llevaba. La camisa de
chorreras que guardaba tras aquella elegante prenda era cómoda,
aunque demasiado estrafalaria. A veces usaba una ropa extraña,
aparentando prácticamente que era parte de una de esas culturas
jóvenes que hacían culto a todo tipo de historias, y leyendas,
sobre espectros y seres sobrenaturales. Tenía las gafas colocadas en
la cabeza, coronando su espesa cabellera rubia, y una sonrisa
descarada—. Te estoy hablando, David.
—¿Qué crees que haré?—una
sonrisa suave cambió la expresión seria y consternada de su rostro.
Él también vestía una americana, pero todo su conjunto era sobrio.
La chaqueta era oscura, los pantalones de vestir también lo eran y
llevaba una corbata del mismo color que el traje, calcetines y
zapatos. Era extraño que ambos fueran amigos e incluso compañeros
eternos. Lestat creó a David en un intento desesperado por salvarlo
y él, como no, se lo agradecía pese a todo—. Es obvio que debo
revisarlo. Es un caso que concluí, pero el chico siguió pasándolo
mal. Creo que ahora debe estar ya muerto, pues rondaba los veinte
años y han pasado casi sesenta.
—Ah... ¿y para qué investigar?—sus
palabras provocaron que David se parara y girara suavemente hacia
él—.Ya, la verdad.
Horas más tarde, en un hotel de
Londres, ambos descansaban cómodamente en una suite. La sala era una
auténtica delicia. Lestat se perdía en las hermosas molduras del
techo, la lámpara de araña que caía en el centro y los muebles
victorianos. Se sentía en casa. Realmente era uno de los mejores
hoteles donde solía hospedarse. David estaba inclinado hacia
delante, sentado en el pequeño bureao del dormitorio mientras
revisaba cada anotación.
“Archivo: 1235682 V
Fecha: 1952 – 25 Marzo
Localidad: Londres – Reino Unido
Introducción: Richard Anderson, joven
estudiante universitario, dice sentir presencias que le influyen en
su día a día. Ha venido a Talamasca a pedir ayuda. Siente que son
los únicos que pueden comprenderle. Rechaza unirse a nosotros, pero
sus poderes sensoriales son bastante notorios. Posiblemente se vuelva
a ofrecer un puesto vacante, como novicio, para que colabore
activamente.
El caso más preocupante de las
visiones es el de una joven, de unos quince años, que aparece
cotidianamente por los pasillos de su apartamento. La mujer le
observa durante largo rato, murmura unas cuantas palabras y se lanza
a su cuello apretándolo como si quisiera estrangularlo. Ha sentido
sus dedos presionando el cuello, marcándolo inclusive, y tiene
miedo. Decidió mudarse, pero la muchacha lo siguió hacia su nueva
dirección y suele aparecerse en su dormitorio.
Ha sentido como la ropa de su cama cae
al suelo, platos recién fregados salen despedidos del mueble, las
luces se encienden o apagan, el televisor se ilumina en las noches
sin programación alguna y los libros salen de la estantería para ir
contra él, como si fueran armas arrojadizas.
Desea colaboración para eliminar al
espectro que lo amenaza.
Caso:
Richard Anderson nos prestó la llave
de su apartamento. Aaron Ligthner y yo hemos ido esta mañana. Ambos
hemos sentido cierto enrarecimiento del ambiente. Nadie podría
sentirse cómodo entre aquellas paredes, prácticamente desnudas de
cualquier objeto salvo alguna estantería y un par de cuadros. Las
ventanas estaban con las persianas alzadas, la luz de la mañana
debía introducirse en aquel luminoso ático pero parecía lúgubre.
La temperatura era inferior que en la calle, incluso podías sentir
el aliento frío de la muerte rozando tu nuca. El joven Anderson no
se ha despegado de nosotros, observando nuestras anotaciones e
indicando alguno de los numerosos fenómenos.
El fenómeno más preocupante es que
atenta contra su vida. Ya sea arrojando hacia él objetos varios,
inclusive cuchillos, o aquel que ha intentado estrangularlo.
Mientras revisaba he visto a la joven
reflejada en el espejo del baño, he intentado comunicarme con ella
pero ha roto el espejo y los cristales, muy pequeños y finos, han
sido lanzados contra mí. Gracias a mi destreza al esquivarlo sólo
me ha hecho leves cortes en las mejillas, manos y algunos agujeros en
la gabardina.
He procedido a pedirle a mi compañero
que anote cada uno de mis pasos por la casa. De mi maletín he sacado
unas cuantas velas y las he colocado estratégicamente, después
hemos apagado la luz y empezado el ritual. Sin embargo, minutos antes
le he ofrecido la medalla de San Benito al muchacho, así como la de
San Miguel Arcángel, para que se sienta protegido. Aunque, ni
siquiera una de esas medallas podrá parar a ese ser.
Juro que deseaba hablar con ella, pero
sólo he podido expulsarla mediante alabanzas a los dioses de mi
religión, el Candomblé, así como el ritual habitual para pedir que
los espíritus encuentren la paz y su camino. No he podido averiguar
si fue asesinada o tuvo una muerte violenta. Tampoco he podido
comprobar si había relación entre ambos.
Aaron se ha encargado de la
investigación sobre nuestro joven, pero está limpio. No hay nada
sospechoso. No ha sido testigo de crímenes ni ha cometido alguno. Es
un joven normal, con una vida sencilla y unos estudios de
matemáticas, que nada tienen que ver con objetos antiguos o visitar
lugares que pueden tener espíritus que finalmente vengan con
nosotros hasta casa. Sospechamos que es alguien con poderes
sobrenaturales, cierta visión y predisposición a atraer almas en
pena. Sin embargo, no hemos dado con nada más. Sólo podemos decir
que el caso ha sido resuelto.
Al día siguiente decidimos visitar a
Richard Anderson, pero se había mudado. Aquella misma tarde, cuando
nos marchamos del apartamento, había recogido todas sus cosas. Hemos
intentado indagar donde se encuentra, pero es como si le hubiese
tragado la tierra. En la universidad no saben nada de él desde hace
días y al parecer ha dejado sus estudios. Nunca nos informó que
hubiese dejado sus estudios o estuviese siendo presionado por otro
espectro, demonio o cualquier ser sobrenatural. Estamos a la espera
de noticias.
Redactado por: David Talbot
Fecha: 1952 – 14 Abril ”
—¿Vas a buscarlo?—preguntó Lestat
recostado en el sofá.
—Es posible—murmuró—. El caso
tiene lagunas y se cerró en falso. No teníamos pruebas de su
vinculación con el ente que lo perseguía y tampoco sobre él. Sólo
los datos que nos proporcionó la universidad—explicó.
—¿Cuál era?—dijo distraído con
el dibujo del estampado del sofá.
—Imperial College London... ha tenido
cambios en su dirección y desconozco si conservan archivos de sus
estudiantes pasados tantos años—comentó incorporándose del
despacho para ir hacia el salón, apoyándose en el respaldo del sofá
donde se hallaba su creador y amigo—. ¿Crees que deba investigar?
—Y me lo preguntas a mí. ¡A mí!
Tiene gracia—se echó a reír mirándolo a los ojos mientras
abrazaba uno de los cojines—. Si quieres puedo acompañarte.
—No es necesario—aclaró—. Pero
necesito que...
—No pienso vigilar a Louis, estás
confundido si crees que voy a vigilar a un ser que me desea
muerto—murmuró frunciendo levemente sus cejas—. No.
—No quiere destruirte, sólo le
cansas—musitó acariciando sus dorados cabellos con sus manos
sedosas, de hombre sabio a pesar de su aspecto joven—. Por favor.
—Pediré a un par de vampiros que
averigüen si se encuentra bien, pero nada más. No pienso
involucrarme de nuevo en la vida de ese cínico—aseguró, después soltó un largo suspiro y miró a los ojos pardos de David. Parecía preocupado, pero a la vez fascinado. Tenía un nuevo caso entre sus manos.
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