A veces desconocemos nuestra verdadera
fuerza. Nos dejamos arrastrar por el pesimismo hasta llegar a un
bucle de desesperanza. Nos convertimos en socios del desaliento y nos
adentramos en la oscuridad más miserable. Quizás es necesario que
pasemos por esa fase para levantarnos, sacudir nuestras penas y
luchar hasta conseguir la victoria. Puede que así sea.
En muchas ocasiones me he visto al
borde de un terrible precipicio. Los dilemas siempre me han rodeado y
las decisiones tienen que ser rápidas, pero a veces no son las
mejores. No siempre acertamos, ¿verdad? Nadie puede conocer a
ciencia cierta como nos irá en la vida. Y la vida de un vampiro, de
un ser inmortal como lo soy yo, es demasiado extensa. No se puede
librar la batalla eternamente contra los fantasmas del pasado. En
algún momento, aunque no sepamos bien cuando, hay que dejar que se
marchen y procurarnos un futuro más brillante.
Cuando era un joven mortal cuyos
mayores momentos placer era yacer con mujeres del pueblo, beber hasta
bien entrada la madrugada, robar caricias indecentes a pobre diablo
llamado Nicolas y adentrarme en el bosque a cazar para alimentarme,
así como para labrarme cierta reputación en mi familia, tuve
momentos muy reveladores. Pasé por distintas etapas en las cuales
descubrí la fuerza de mi tenacidad, mi capacidad de superar mis
miedos y mayores desgracias, para darme aliento hasta superar
cualquier cosa. Sin embargo, la vida son retos constantes y momentos
inoportunos que te pueden hundir tu meteórica carrera.
Tuve que aceptar el ser convertido a la
fuerza, pero ya no odio al ser que me creó. De hecho creo que estoy
bastante agradecido por su elección. Él me dio una oportunidad
increíble. Ahora que he vuelto a comunicarme con él, aunque sólo
sea con su espíritu, me siento aliviado e incluso emocionado.
Después de la gran aventura que he
vivido. De poder escuchar a los espíritus y al Germen Sagrado, el
cual llevo en mi interior como si fuese una reliquia, puedo decir que
no me siento condenado. He vivido años desgraciados cubiertos de un
sin sabor, de una amargura y unas experiencias poco placenteras. Creí
que ya lo sabía todo y comprendía el mundo que me rodeaba. Había
alcanzado, según yo, todos los límites establecidos. Sin embargo,
me equivocaba. No hay límites salvo aquellos que nosotros mismos nos
imponemos.
Hay que aprender a convivir con otros
igual que convivimos con nuestras desgracias, victorias y
sensaciones. Debemos dejarnos llevar por la vida, pero no permitirle
que ella dicte nuestros pasos. El destino lo fabricamos con nuestras
manos y pisadas. Nosotros somos algo más que un peón sobre el
tablero, pues incluso el más débil, en apariencia, de todos puede
ser nombrado rey y liberar a todos de la oscuridad que recaía sobre
sus hombros. Existe la libertad, pero tiene un precio caro. Del mismo
modo que existe la felicidad, aunque cuesta encontrar el camino.
He llegado a ésta maravillosa
conclusión dialogando con Amel. Hemos estado conversando durante
días. Disfrutamos de pequeñas charlas que quedan suspendidas en el
aire cuando deseo desenvolverme por las abarrotadas ciudades, sentir
la presencia de alguno de mis viejos compañeros o beber hasta
saciarme de una de mis víctimas. Me comporto como el muchacho que
fui. Poseo aún la curiosidad y la rebeldía de un joven que trota
entre los montes cercanos a su frío hogar. He echado raíces y son
más profundas de lo que pensaba. Creo que al fin puedo considerarme
sabio, aunque no soy un coloso. Todavía queda mucho que desvelar y
aprender. Me queda mucho por vivir.
Lestat de Lioncourt
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