Para muchos nuestras raíces son importantes, pero se agudiza cuando nos sentimos solos. Mael quizás se siente solo, sobre todo cuando todos le damos por muerto.
Lestat de Lioncourt
Recuerdo la hierba rozando la punta de
mis dedos, tan crecida como verde, mientras mis ojos miraban con
esperanza un nuevo amanecer. Era un niño cuando comprendí que debía
luchar y jamás rendirme. Nunca redimí mis miedos, pero jamás
acepté que destrozaran mis ambiciones. Me convertí en druida y
guerrero. Debía saber pelear, pero también escribir poesía y
cánticos a los dioses, espíritus de los bosques y creencias que
mantenía con fervor en mi corazón. Mi alma aún tiembla pensando en
la bondad de aquellos días, en lo salvaje que era y lo libre que
parecía pese a las cadenas impuestas. Tenía una cultura rica como
los frutos que recogíamos de los árboles y pastoreábamos nuestro
ganado con la única ambición de alimentarnos.
Por las noches, cuando menos acogedor
era el mundo, se encendían grandes fogatas y nos reuníamos entorno
a ellas. Allí nos alimentábamos conversando, bailando, cantando y
entonando plegarias a la naturaleza y la guerra misma. Recordábamos
mejores tiempos, pero no podíamos hacer nada salvo luchar. Sobre
todo cuando llegué la edad adulta, cuando debía encontrar una mujer
adecuada y ser bendecido por la vida. Sin embargo, jamás encontré
un corazón apropiado al mío. Nunca hallé el sosiego en una mujer.
Sólo me encontraba en calma entre los grandes y robustos árboles,
allí donde yacían nuestros dioses y sobre sus raíces a tallar.
La vida era buena. Parecía que siempre
seguiría siendo así hasta el fin de mis días. No me importaba. Me
sentía vivo y la calidez de los míos, así como su robustez, me
hacían sentir apreciado por sus palabras firmes y agradables. Estaba
agradecido por ser celta y me sentía orgulloso. Sentía cierto miedo
y preocupación a ver mi cuerpo arrodillado ante Roma. Temía que
perdiéramos nuestras costumbres y aceptáramos las suyas. No me
interesaban sus lejanos dioses, sus hermosas calzadas y sus robustas
construcciones. Yo era feliz cabalgando, tomando frutos silvestres y
comiendo cordero o conejo alrededor de un fuego.
Esos días se fueron para no volver.
Sin embargo, en mis sueños aparecen brillantes y maravillosamente
perfectos. Sueños que logran curar mis heridas en mi alma y en mi
cuerpo. La tierra me acoge y me arrulla. mientras puedo ver los
árboles creciendo hacia el infinito estrellado que es el cielo
nocturno.
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