Dicen que los que se pelean se desean, pero más bien estos dos jugaban al gato y al ratón. Merrick y David eran amantes y creo que ese amor jamás se rompió.
Lestat de Lioncourt
Aquella noche fue ajetreada. Estuve
conversando telefónicamente con Jesse Reeves, una de las nuevas
novicias que se habían postulado como un gran revulsivo generacional
en la orden, debido a sus encuentros con el fantasma de Claudia, la
niña inmortal creada por Lestat de Lioncourt en un alarde de
necesidad, amor y capricho. Sin embargo, la noche no me aguardaba
descanso alguno.
Me encontraba en mi despacho
ensimismado con mis propios pensamientos. Escribía algunas
anotaciones en mi ejemplar del libro “Entrevista con el vampiro”.
Mi pluma se deslizaba agitada y mi letra era una amalgama de
caracteres casi irreconocibles. Estaba cansado, furioso, nervioso y
feliz. Era una mezcla imposible de controlar. Cansado porque ya tenía
una edad y no podía desvelarme como hacía décadas. Mis casi
setenta años me estaban haciendo mella. Furioso por mi vejez, por no
poder acompañar a Jesse y colaborar activamente con la orden.
Nervioso porque no tenía respuesta a mi última llamada. Feliz
porque tendríamos un nuevo objeto que inspeccionar. Aquel diario, el
que había encontrado mi pupila, era una mina de diamantes.
Entonces, cuando me debatía entre
marcharme a descansar o proseguir, la puerta se abrió sin previo
aviso. El perfume del whisky golpeó mi nariz. Frente a mí estaba
Merrick. Se encontraba descalza, como casi siempre, con la mirada
furibunda y una sonrisa cruel en los labios. A duras penas se
sostenía.
—Te odio—dijo con la voz quebrada—.
¡Te odio maldito vejestorio!
—Merrick...—susurré alarmado.
Me incorporé rápidamente para cerrar
la puerta, pero ella me arrojó los zapatos que llevaba en su mano
derecha. Eran unos zapatos negros de tacón bajo, aunque muy
femeninos a la par que cómodos. Sus ojos verdes brillaban como los
de aquella pantera que me atacó. Su piel tostada, tan hermosa, era
una delicia bajo la tenue luz de mi despacho. Ella gritó de nuevo
sin pronunciar palabra, sólo un chillido de locura.
Cerré la puerta dejándola dentro.
Ella me golpeó el pecho, me abofeteó y arañó una de mis manos al
intentar detenerla. Como pude la abracé mientras se retorcía
furibunda. Leí su mente. No era capaz de cerrar sus pensamientos y
me aproveché. Los espíritus le habían hablado de Jesse, mi
complicidad y admiración hacia la pelirroja, mientras que ella era
alejada de mi vida sin motivo aparente.
—¡Cómo me haces esto! ¡Viejo
cobarde!—gritó soltándose para mirarme furiosa.
—Merrick, no es lo que
crees—respondí.
—¡Sé que cuando dices eso es
justamente lo que parece!—dijo abofeteándome—. ¿Ya no te
resulto atractiva? ¿Es porque me abrí a ti? Me abrí de corazón,
no sólo abrí mis piernas. Dejé que me hicieras tuya y luego me
dejaste tirada como si no valiera nada...—sus ojos se llenaron de
lágrimas y mi corazón se quebró.
Antes que pudiese decir nada ella se
marchó tal y como vino. Después de aquello no la vi más
físicamente. Intenté tener contacto con ella mediante cartas y
llamadas, pero nunca me respondió. No aceptó verme hasta años
después de ser el vampiro que ahora soy.
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