—¿Alguna vez creíste que el mundo
podía ser así?—preguntó mirando el océano de luces que teníamos
frente a nosotros—. Todo me parece inmenso, desconcertante y
mágico. Es como si...
—Como si aprendieras todo una vez
más, como si el pasado no existiera y hubieses nacido nuevamente.
Todo te llama la atención al igual que a un niño. Las luces son
distintas, el sonido del tráfico tiene algo peculiar y las voces
parecen tener una tonalidad distinta que se dispersa por el aire
hasta llegar a ti. Hay nuevos matices y te desconciertan, pero
también te atrapan como la miel a las moscas—expliqué abrazándome
a mí mismo—. Cuando aparecí en este rocambolesco mundo moderno,
tras largos años oculto bajo la tierra, quedé sobrecogido por los
nuevos detalles que me rodeaban. Fue como una segunda oportunidad
dentro de la Sangre—susurré aproximándome a él.
Estábamos en aquel balcón observando
las colapsadas calles de Brasil. Louis se hallaba dentro leyendo un
libro que había adquirido en una pequeña tienda de segunda mano.
Las delicadas hojas de aquel libro, de letras diminutas como
hormigas, le tenían absorto. Si bien, David no. Mi buen amigo David,
quien hasta hacia unas semanas era un hombre al borde de la muerte y
vencido por la edad, se encontraba en un cuerpo joven que iba
adaptándose a su clásico estilo inglés.
—¿Alguna vez te acostumbras?—dijo
apoyándose en mi hombro derecho, pues quedé a su lado admirando el
paisaje urbano tan desconcertante. Lejos del complejo hotelero podía
ver desdibujado el horror de la miseria, el hambre, la
autodestrucción por la droga y las balas perdidas. Los sicarios iban
de un lugar a otro por las favelas, mientras en las limpias calles la
riqueza parecía eclipsar todo—. Lestat, dímelo.
—Jamás—respondí—. Jamás podrás
acostumbrarte a la belleza de la noche, pero debes tener cuidado. No
permitas que te seduzca hasta perder la cordura.
Lestat de Lioncourt
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