Gregory era un hombre noble y un gran guerrero. Fue amante de Akasha, como otros muchos, y se reveló contra ella. Ahora nos trae uno de sus peores pensamientos, de sus sensaciones más terribles, y a la vez un recuerdo que no se puede borrar.
Lestat de Lioncourt
Estaba frente a al espejo, observando
su rostro una vez más. Desnudo, como en algunas ocasiones, observaba
los estragos que el sol había causado en su piel. Volvía tener el
bronceado habitual, el cual marcaba cada uno de sus rasgos y
músculos. Allí, observando la oscuridad de sus ojos almendrados,
suspiró. Miles de recuerdos se agolparon rápidamente,
convirtiéndose en una vorágine de sensaciones imposibles de
controlar. Tuvo que apoyarse en el borde del lavabo y respirar
profundamente. Jadeó cerrando los ojos, inclinando la cabeza y
encogiendo sus hombros.
Recordó. Un chispazo iluminó el
pequeño rincón de los recuerdos y su cerebro se activó. Fue como
un relámpago en mitad de la oscuridad. Ella vino a él, sensual y
peligrosa, con una sonrisa seductora provocando que cayera nuevamente
a sus pies como si aún estuviera viva, como si aún fuese real.
Fue un recuerdo breve, pero le agitó.
Quizás eran los viejos espíritus que aún recorrían el mundo,
igual que los vampiros y las otras criaturas que eran examinadas por
los detectives de lo paranormal, le estaba afectando. Ahora poseía
un conocimiento mayor sobre los fantasmas y espíritus, cosa que le
había hecho descubrir un nuevo mundo. Ella podía estar entre la
multitud, quizás cargada de rabia y odio. Por ello, tembló. Temió
la reacción de la Reina pese que era únicamente un recuerdo, un mal
sueño y una marca en su alma.
Al alzar su rostro se miró nuevamente
al espejo. Por unos segundos viajó al pasado. No era Gregory, el
imponente magnate de un imperio farmacéutico, sino un joven
guerrero que estaba siendo cotizado por la reina y sus deseos más
primarios. Ella lo observaba como algo más que un trozo de carne,
pues veía en él potencial. Admiraba su musculatura, la forma en la
cual se deshacía de sus enemigos y la envolvía a ella bajo las
sábanas de lino.
Pudo sentir sus uñas largas y eróticas
recorriendo su vientre, viajando hasta las caderas y clavando sus
uñas. Sus labios rozaron los suyos. El perfume que ella siempre
llevaba consigo, hechas con lirios, volvió como un mal sueño y
erizó el vello de su nuca. Si bien, fueron sólo unos miserables
segundos.
Cuando recobró el hilo de sus
pensamientos regresó a su lujoso baño de mármol, grifos de oro y
productos delicados para perfumar su piel. De inmediato decidió
tomar una ducha, pero la extraña sensación de volver al pasado,
quedando seducido nuevamente por la mujer que una vez fue aquel
monstruo que arrasó con todo, le hizo llorar y sentirse
terriblemente confuso.
—Ah... querida... el poder te
consumió y te convirtió en un lirio marchito—susurró abriendo la
ducha y permitiendo que el agua tibia lavase su herida piel.
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