Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 27 de julio de 2015

A espaldas de todos

Enkil y Khayman tenían algo más que una fuerte amistad... eso ya se veía venir. 

Lestat de Lioncourt


—¿Me has llamado?—su voz sonó masculina y desafiante. Sin embargo, poseía el mismo tono amable y servicial que solía ofrecerle. No obstante se encontraba terriblemente molesto.

—Khayman...—Enkil se giró hacia su mayordomo, y escolta personal, con la mirada apagada. Estaba sumido en preocupaciones que le afectaban el sueño y el apetito.

Akasha era una mujer desafiante y fuerte, digna del trono. Si bien, él quedaba opacado a un lado. Ella podía elegir a otro consorte, asesinarlo y hacerse con el poder sin levantar sospechas. Enkil sabía que no era amado ni respetado por su mujer, pero él tampoco la amaba. Jamás amó a Akasha. Sólo amaba a su pueblo, ambicionaba el poder tanto como ella y deseaba extender su territorio con su ejército de hombres llenos de sueños y sed de conquistas.

—Me has despreciado frente a todos, ¿cómo crees que debo tratarte? ¿Tan miserable te parece mi compañía?—preguntó sin apartar sus ojos oscuros de la tez bronceada de su amante, el rey Enkil, que parecía no querer enfrentar su mirada desafiante. Se acobardaba ante el hombre que le hacía suspirar bajo las sábanas de lino en mitad de la noche, cuando su mujer se marchaba buscando quien dejara satisfecha sus necesidades.

—No estoy de acuerdo con pasar por alto ese lugar estratégico. Akasha ha cambiado las leyes para que pudiésemos tener una excusa—se aproximó a él y lo tomó de los brazos, acariciando suavemente con sus dedos cara músculo de éstos—. Khayman, mi noble Khayman, ¿podrías seguirme hasta los confines del mundo si te lo ruego como se debe?—esbozó una sonrisa seductora, la cual rompió en mil pedazos la molestia de su leal sirviente, y rozó sus labios la comisura derecha de su boca.

El mayordomo se deshizo de las escasas prendas de su rey, para acabar palpando libremente su vientre formado y sus tentadores muslos. Un ligero suspiro de su rey provocó que se convirtiera en el apasionado amante que tanta satisfacción causaba al monarca, el cual no se reveló sino que se dejó tocar y aplastar contra la pared contigua. Khayman deslizaba su boca por su cuello, sus mejillas, su torso y pezones cuando el sonido de unos pequeños pasos rompieron el momento.

Seth entró precipitadamente en la habitación. El pequeño príncipe buscaba a su padre. Tan sólo tenía cuatro años. Era delgado, pero alto para su edad. El niño quedó frente a ambos, sin sentirse intimidado o confuso con aquella habitual escena, y esperó con paciencia que su padre se liberara de los brazos de su amante, se colocara sus prendas y lo tomara en brazos con el cariño que siempre le había demostrado. Khayman tan sólo decidió salir de la habitación.


Fuera el sol calentaba las arenas, se mostraba imparable como el imperio que estaba construyendo Enkil. Las oscuras arenas de Kemet se extendían más allá del horizonte, mucho más allá de lo que alcanzaba a ver. Se sintió sobrecogido. Irían a las tierras de las hechiceras pelirrojas y provocarían a éstas para arrebatarles todo. Se encontraba en una posición difícil, pero amaba demasiado a Enkil para no apoyar sus planes. Aquel noble y leal mayordomo sabía que haría lo que su desdichado rey le exigiera.  

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Lestat de Lioncourt