Lestat de Lioncourt
La noche era joven, pues tan sólo
hacía unas escasas horas que el sol se había ocultado entre los
edificios. Todos estaban en sus respectivas posiciones, inclusive el
inesperado invitado de la semana. Había decidido intervenir mucho
antes, pues se encontraba impaciente y deseaba tener un momento
célebre en el programa. Junto a David, vestido con un elegante
oscuro traje de Armani, se encontraba Benjamín, el cual se había
decidido por un look más casual y tan sólo llevaba una camiseta
blanca y un chaleco negro junto a sus impecables tejanos oscuros, y
Flavius, el antiguo esclavo de Pandora que llevaba un cómodo
pantalón tejano claro y una camisa violeta sin mangas.
Al fondo, junto al piano, se
encontraban Antoine y Sybelle. Ella llevaba aquella noche un elegante
traje de cocktel muy primaveral, de escote en palabra de honor, color
champán mientras que él había optado por una camisa con cuello de
tirilla, el cual está formado por una tirilla completamente recta
que no se dobla como los habituales, y unos impecables pantalones de
vestir en tono burdeos. Las manos de ambos músicos ya se
encontraban sobre sus respectivos instrumentos. Ella contenía su
pasión siguiendo la melodía dulce y bucólica del violín, el cual
animaba a una conversación amena y distendida.
En la cabina Daniel se encontraba de
pie. Observaba los comentarios de la web desde su Iphone, mientras se
movía hacia delante y hacia detrás. Su flequillo rubio caía sobre
sus perfectas cejas doradas. La ropa era muy informal, como la que
solía usar siempre, con un peto algo amplio en color negro y una
camiseta blanca, algo ajustada, con las mangas ligeramente
enrolladas.
—Buenas noches a todos los presentes
aquí y en cualquier parte del mundo. Bienvenidos una noche más a
nuestra pequeña tertulia nocturna—explicó con una ligera sonrisa
mientras acomodaba su sombrero. Benjamín era un hombre serio, un
gran comunicador, pero su aspecto seguía siendo extraño. Parecía
un hombre, pero no dejaba de sonreír con la ilusión de un joven
adolescente.
—Buenas noches—añadió David—.
Hoy daremos una calurosa bienvenida a Flavius—dijo apoyando sus
brazos sobre la mesa, la cual tenía el tamaño idóneo para los tres
ocupantes.
—Buenas noches a toda la tribu—dijo
sin mostrar nerviosismo alguno—. Es un placer para mí estar con
todos ustedes. Suelo escuchar el programa a diario, no sólo la
sección de entrevistas que poseen—sus ojos claros eran bondadosos,
igual que sus labios carnosos y su arremolinado cabello castaño con
reflejos rubios, algo más claros que hace algunos milenios.
La sangre había parado su
envejecimiento en los treinta y algo años, aunque no sabía a
ciencia cierta su edad exacta. Era un antiguo esclavo que tuvo la
fortuna de estar a servicio de un hombre noble, comprometido y
amable, que decidió liberarlo. Sin embargo, eran tiempos difíciles
y era mejor ser esclavo que ser libre y no tener pan para llevarse a
la boca. Rechazó ser liberado y esperó encontrar un nuevo amo. La
persona que llegó a su vida fue Pandora, la cual parecía
desorientada y vestía de una forma impropia para una mujer de su
clase social. Ella desconocía como sacar partido de su belleza y él
deseaba servirla por su inteligencia, pasión y coraje.
La relación de ambos se vio rota por
los celos de Marius y sus estúpidas leyes. Existía una ley en
contra de crear a tullidos o ancianos. Flavius había perdido una
pierna en mitad de una cacería hacía algunos años, sin embargo
podía valerse por sí mismo. Tenía una pierna de mármol
perfectamente tallada, para nada pesada, que le permitía caminar sin
esfuerzo alguno. Sin embargo, no pudo permanecer a las órdenes de
Pandora, a la cual admiraba y respetaba por igual.
—¿Cómo te encuentras tras tu largo
viaje hasta nuestro estudio de grabación?—preguntó Benjamín sin
más preámbulos.
—Me siento feliz. No estoy cansado,
pues he decidido hacer ciertas escalas. No he querido usar mi don
para volar—comentó con aquella amable sonrisa en sus labios.
—Es para mí un honor poder hablar
contigo, pues Pandora es una mujer excepcional. Tan sólo ha dado en
tres ocasiones su sangre, aunque Rose terminó rechazándola. Usted,
Flavius, fue su primera criatura—comentó a modo introductorio—.
¿Cómo es su relación con su creadora?
—Fue nula durante mucho
tiempo—explicó con un hilo suave de voz, como si fuese algo que
aún le entristeciera—. No porque no la quisiera, ni porque ella no
me quisiera a mí. Sé bien que ella me respeta y admira, del mismo
modo que yo lo hago. Jamás he dejado de quererla a mi modo—llevó
su mano derecha a su corazón y suspiró bajando la mirada. Aquellos
ojos verdes eran hermosos y parecían narrar miles de momentos que,
por desgracia, no pudo compartir con quien era parte de su vida—.
Si bien, ahora todo ha cambiado—dijo con una pequeña sonrisa—.
Lamento no haberme encontrado con ella mucho antes, pero admito que
leí sus memorias. Me sentí honrado al ser retratado de forma tan
noble.
—Noble y testarudo—apuntilló
David, provocando que Flavius riera—. ¿Cómo es tu relación con
la comunidad de vampiros con la cual llevas viviendo todo este
tiempo?—preguntó.
—Oh... Gregory fue muy amable al
permitir que viviese con ellos—respondió solícito—. Si bien,
con quien suelo conversar con frecuencia es con Avicus, pero de temas
literarios. Él también ama la poesía, la novela y el ensayo. Es
agradable poder tener ciertos debates sobre autores y géneros que a
ambos nos apasiona—dijo manteniendo sus ojos verdes centrados en
los cafés de David.
El antiguo hombre de Talamasca, aquel
director concienzudo y bondadoso, recordó el momento en el cual tomó
el cuaderno que le había entregado a Pandora. Ella había redactado
de su propio puño y letra la historia de su vida. Relataba en
aquellas hojas la admiración a su padre, el amor hacia Marius, la
decepción que sintió por parte de su hacedor y el indiscutible
cariño que poseía hacia Flavius. Ella lo había dado por perdido y
él, por supuesto, había rehecho su vida con otros vampiros
milenarios que se adaptaban a los tiempos conviviendo como si fueran
una familia, un pequeño núcleo familiar, en el cual todos parecían
llevar una vida tranquila y ajena a las discusiones habituales entre
inmortales.
—Zenobia me parece un enigma—indicó
Benjamín—. ¿Cómo es su relación con ella?
—Es una mujer que sólo habla cuando
cree que merece la pena. Piensa muy bien sus palabras y puedo decir
que es comedida—rió unos momentos y prosiguió—. Algunos
mortales, a los cuales quita la vida con sumo cuidado, jamás
creerían que es una hermosa mujer bajo esas prendas masculinas que a
veces usa—acabó diciendo mirando fijamente esta vez a Benjamín—.
Como nadie diría que tú tan sólo tenías trece años, ¿o eran
doce?
—Doce, casi trece años—dijo
ruborizándose unos segundos—. ¿Y Marius? Mi amo es alguien muy
testarudo, pero contigo parecía tener buena convivencia.
—Oh... él... —susurró y suspiró
largamente—. No he tenido la oportunidad de conversar como
desearía, pero sé que no me odia ni me quiere destruir. Esos
tiempos han cambiado. Yo he cambiado. Él, me consta, que ha cambiado
aunque mucho menos que el resto. Sigue siendo un hombre que ama las
normas y desea que todos las cumplan, pese a no seguirlas en algunas
ocasiones—se encogió de hombros y luego se acomodó en la silla.
—Fareed logró contigo algo
excepcional, ¿aún te cuesta asimilarlo o ya has logrado aceptar que
no necesitas esa prótesis?—interrogó David.
Aquello había sido una proeza. David
conocía a Fareed, aunque no íntimamente. Para él aquel hindú era
un genio. Había logrado que Flavius volviese a caminar sin necesidad
de tener prótesis y Maharet había vuelto a ver, aunque por
desgracia ya no estaba entre ellos.
—Le admiro—dijo con una sonrisa
bondadosa y tranquila, sin nerviosismo o duda—. Para mí es un gran
hombre y un buen amigo, al igual que Seth. Todos sois muy
amables—añadió riendo bajo—. Incluso ese alocado de Lestat. Ese
príncipe nuestro es un travieso sin remedio, pero me agrada su forma
decidida de actuar.
—¿Qué le parece la otra criatura de
Pandora?—Benjamín preguntaba por Arjun, otro hindú.
Arjun era un hombre que amaba la poesía
y detestaba la violencia. Pandora había dicho que le aterraba aquel
imponente príncipe que había introducido a la Sangre, pero le
aterraba por sus firmes y honestos sentimientos hacia ella. El amor
puede provocar un miedo atroz, sobre todo cuando no se sabe como
asumir los propios sentimientos por buenos y nobles que sean.
—Es un buen hombre. Hablamos sobre
nuestras vidas y poesía la última vez. Me alegra que acompañe a
Pandora a recorrer y ver un mundo que ella ama, aunque a veces sea
tan terrible—sabíamos que se refería a los horribles
acontecimientos que habíamos vivido, así como las miserias del
mundo en sí. Pese a los adelantos y la vida moderna, mucho menos
centrada en guerras cruentas, todavía existían miles de conflictos
armados y de guerras en la oscuridad de un despacho.
Flavius se comportaba como un hombre
atento. Había sido profesor para los hijos de aquel hombre tan noble
y justo que lo trataba como un hijo. Para Pandora había sido el
hombre que dirigía su pequeña fortuna y se hacía cargo de sus
esclavas Lia y Mia. Entre sus brazos había descansado aquella mujer
fuerte que todos admiraban, pero también había llorado. Pandora
confesó su debilidad frente a él, que incluso le había deseado
entre las sábanas de su cama, pero él se abstuvo a ser servicial y
amable.
—¿Quieres decir algo a los
oyentes?—preguntó David—. Te doy esa oportunidad, ya que
deseabas intervenir y no lo hiciste. No llamaste como deseabas. Hace
unas horas me lo confesabas cuando llegabas a este enorme edificio y
te paseabas por el jardín, dejando tu tributo a la tumba de Khayman
y las Gemelas—el tono educado hizo que Flavius reaccionara.
El milenario siempre había admirado a
los hombres como David Talbot, pues siempre estaban dispuestos a
escuchar y conocer. Se sentía cómodo entre ambos jóvenes
inmortales, así como se dedicaba a ver las piruetas que Antoine
hacía con el violín y que, por supuesto, acompañaba Sybelle con
una elegancia inusitada en el piano.
—Quiero dar las gracias a todos por
escucharme—murmuró—. Cuando todo ocurrió, con las Quemas y la
reunión, sentí que la vida tranquila que había llevado se
destrozaría. Si bien, no ha sido así. Me siento afortunado porque
ahora podemos reunirnos con frecuencia. Amo las reuniones donde
podemos bailar y tener confidencias—rió brevemente y suspiró de
nuevo con cierta melancolía—. Me duele saber que hay cientos de
miles que no pueden hacerlo, pero sé que sus almas están con
nosotros y eso es lo que más debería importarnos.
—Muchas gracias por tu presencia—dijo
Benjamín cuando comprendió que, con aquellas últimas palabras,
podían dar por terminada la conversación.
Flavius se movió del asiento y se unió
a los músicos. Bailaba y brincaba con una energía propia de un
hombre joven. Sus cabellos ondulados se movían sobre su frente y
rozaban sus cejas. Tenía unos brazos fuertes, una complexión
atlética, y un rostro bondadoso. Era hermoso. Podía haber sido el
inspirador del David de Miguel Ángel, pues su rostro estaba
esculpido con una belleza griega muy atractiva.
David y Benjamín rieron mientras daban
por finalizada la intervención de ambos con una despedida conjunta.
El próximo día sería Gremt quien estaría con ellos. No había
podido ser antes. Habían ocurrido cosas en Talamasca y él, pese a
haber cedido sus intervenciones en la orden a los humanos, necesitaba
ponerse al corriente y manejar ciertos asuntos.
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