Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 23 de julio de 2015

La fuerza de un abrazo

A veces los abrazos son más importantes que las palabras. Flavius lo sabe.

Lestat de Lioncourt


—Te conservas tan fuerte y libre como siempre—había dicho apoyado en el marco de la puerta nada más llegar, pero ella no respondió.

Volvía a vestir sus viejas ropas. Allí nadie lo escrutaría con ojos aviesos llenos de juicios precipitados. En aquel lugar todos vestían como deseaban, como su alma imponía libremente. Había recurrido a las viejas togas, así como un pequeño tocado de oro blanco que se enredaba en sus cabellos castaños, con reflejos más dorados y oscuros. Flavius volvía a ser aquel elegante griego que fue su esclavo, su escolta, su asesor de imagen, su amigo y confidente. Él lograba que ella olvidase el dolor y el miedo. Entre sus brazos había soñado ríos de sangre y percibido una sed insaciable, pero también encontró la paz y el consuelo que pocas veces era capaz de hallar en otro lugar. Jamás lo olvidó. Siempre lo tuvo presente. No pudo evitar hablar de él cuando le rogaron escribir sobre sus memorias. Flavirus era magnífico, tenía una mirada clara llena de bondad y sabiduría, y era alguien de confianza.

Él estaba allí, como si nada los hubiese separado, mirándola como si el tiempo se hubiese detenido en un instante perdido en el tiempo. Pero no estaban en los viejos tiempos. Allí no había poder y gracia de Roma. El Imperio era sólo un viejo sueño destruido con el paso del tiempo, el cual sólo afloraba en las viejas ruinas tan antiguas como ellos mismos. Los viejos palacios, las fiestas copiosas, el gentío del mercado y el olor típico de las ofrendas a los dioses. Todo se desvaneció como el humo.

Flavius la contemplaba impaciente. Ella volvía a ser la mujer que amó de mil modos, pero que jamás se atrevió a cortejarla entre las sábanas. Amaba a Pandora como a una hermana, una amiga, una madre, una compañera y un igual. Veía en aquella mujer un guerrero táctico a punto de lanzarse contra el enemigo con las palabras más afiladas. Sentía una profunda admiración y respeto. No podía dejar de preguntarse como Marius podía ser tan soberbio. Ella era la mujer que cualquier hombre amaría, pues su fuerza y carisma la hacían desafiar al propio mundo, el cual caía rendido a sus pies.

El jardín había quedado en silencio, salvo por el murmullo de la fuente y el zumbido de los grillos. El aroma de las flores, como los jazmines blancos y azules o las encantadoras petunias, se mezclaba con el de la tierra mojada y la hierva recién cortada. Un jardín en medio de la metrópolis más ruidosa del mundo, o al menos una de ellas. Los altos rascacielos parecían ser gigantes silenciosos y el tráfico quedaba al otro lado de los gruesos muros de aquel palacio de plantas y flores. Era un lugar para el descanso del alma y, porqué no, del cuerpo.

No muy lejos estaba la tumba del Guardián y las Hermanas Pelirrojas. Allí, bajo una lápida de mármol negra con letras doradas, descansaban los tres unidos como si ese fuese el destino del mundo. Una unión en la muerte, lleno de recuerdos y amor que nadie nunca podrá borrar. Ni siquiera el dolor puede borrar el amor que se profesaban. El horror quedó atrás, como si fuese un suspiro, y ahora sólo quedaba la paz más sobrecogedora.


Había un ramillete de rosas sobre la tumba. Eran rosas rojas. Tenían la firma de Lestat, aunque no había nota. Pandora había estado acariciando la lápida con cuidado, como si se despidiera de Maharet y de una historia en la que estuvo involucrada desde mucho antes de nacer. Flavius no dijo nada más, tan sólo se acercó a ella con cuidado. Quería besarla, pero sólo abrió sus brazos y ella aprovechó el momento. Un abrazo más. Uno más para no olvidar.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt