Marius debería aprender de Arjun... ¡Sólo digo!
Lestat de Lioncourt
La vida puede ser un sueño convertido
en pesadilla. Cuando te despiertas en un mundo de caos, dolor, hambre
de libertad y mentiras desesperadas sientes que debes regresar a la
cama, cerrar los ojos e intentar enfocarte en aquello que te hacía
feliz lejos de la aplastante realidad. Una realidad terrible y
desesperada.
Desperté cuando Akasha lo hizo. Me
sumí en los sueños más dulces porque Pandora ya no estaba a mi
lado, el mundo carecía de la belleza primigenia y estaba envuelto en
una vorágine de sucesos que no lograba comprender. El mundo moderno
me asustaba. Se sentían poderosos aplastando al pueblo, el arte y la
belleza. No podía concebir tal brutalidad. Las industrias se alzaban
ennegreciendo los cielos, contaminando los ríos y llevando peores
grilletes a sus obreros que en la época en la cual la esclavitud
estaba permitida en todo el mundo. Decidí dormir, pero desperté de
nuevo en un mundo más tecnológico que se arrancaba el corazón,
miraba hacia otro lado y seguía disfrutando de sus fiestas sin
sentido.
Akasha destrozó a miles, pero no logró
encontrarme a mí. Yo era insignificante, quizás. Sólo era un viejo
príncipe hindú lamentándose porque la mujer que amaba, esa por la
cual abandonó todo, estaba lejos de su lado. Pandora vino a por mí,
pero no me sentía con fuerzas para reunirme con el resto. Preferí
quedarme a un lado observando el mundo, sintiendo el caos bullir como
hormigas saliendo de una pequeña grieta, aceptando que los muertos
quedaban olvidados. Nadie me recordaba, salvo ella.
Ahora muchos murieron recordándome
como un monstruo. Soy quien les arrebató la vida. Soy el ser que los
destrozó. Soy quien les arrebató la inmortalidad. Yo soy el que
destruyó sueños e hice arder parte del mundo. Pero también soy el
poeta que intenta escribir sobre el dolor, la muerte y la ira. Soy el
hombre que conversa pacíficamente con otros inmortales, que sonríe
ante la impaciencia de los jóvenes y abre sus brazos a todo aquel
que quiera conocerme.
Hoy he caminado entre la multitud, como
un muchacho más, vistiendo ropa occidental y con un corte de cabello
mucho más moderno. Nadie ha reparado en mí. Los pocos que me
miraron, aunque de reojo, vieron a un apuesto hombre de negocios, un
nuevo rico o un muchacho que se engaña así mismo con un traje caro
y unos buenos gemelos de oro blanco. Me he paseado por las grandes
calles de Nueva York. He permitido que me deslumbren sus grandes
escaparates de joyería, prendas de ropa, tecnología o librerías
con abundante información. Me deleito con el aire moderno y
cosmopolita, pero también extraño los viejos tiempos. Si bien, todo
es más dulce porque ella está a mi lado, aferrada a mi brazo
derecho, mientras murmura sobre las grandes obras de arte que se
hallan en los diversos museos, las exposiciones de fotografía, los
libros que debo leer o las películas que aún no hemos podido
admirar.
Hoy me siento afortunado.
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