Marius y su dolor... ¿Por qué no piensa que Armand también sufre? En fin...
Lestat de Lioncourt
Debería sorprenderme por todo lo que
he dejado de sentir con el paso de los años, pero más bien me
sorprendo por aquello que no puedo borrar de mi alma. Es como una
mancha indeleble con el paso del tiempo. Se extiende ese dolor, se
aferra a mí y soy incapaz de erradicarlo. Ya forma parte de mis
recuerdos, de mis largas noches y mis bajas pasiones. Se ha
convertido en la raíz de una mandrágona que envenena induciéndome
a pintar cuadros cargados de lirios, tan hermosos y como terribles.
Lirios que posan a los pies de un ángel de rostro dulce, aunque de
una mirada castaña enturbiada por la soledad y el dolor, únicamente
arropado por unas tupidas alas negras que envuelven su piel de
mármol. Sus largos cabellos de fuego rozan sus hombros, sus mejillas
y se arremolinan silvestres en su frente. Él es ese recuerdo que no
logro apartar.
Durante siglos Pandora fue mi
motivación. Era el único recurso que poseía para seguir cuerdo.
Pintaba su rostro en cada Venus que lograba alzar entre los muros de
mi mansión. Pintaba sus ojos en las ninfas de los arroyos. Decoraba
muros inmensos con su recuerdo. Sin embargo, no es su recuerdo el que
ahora me pesa. Ella y yo hemos decidido que nuestro amor es un
vínculo que siempre estará ahí, que no desaparecerá, pero que
jamás podremos tener porque es imposible dejar las discusiones a un
lado y centrarnos en el silencio de nuestras miradas apasionadas.
Convivo con el joven Daniel Molloy,
creación de ese siniestro ángel de hermosos y carnosos labios, pero
no me llena. Su compañía me calma, disfruto de sus palabras y
admiro su tenacidad. Estoy completamente a sus pies. Sin embargo, él
aparece como una siniestra y alargada sombra recordándome todo el
mal que he hecho. Me siento terriblemente hundido en mi mundo de
miseria.
Necesito enfrentarme a él, pero sé
que tendré que soportar demasiados reproches. Vivo una vida
tranquila y digna lejos de su manipulador encanto. Deseo olvidar su
estrecha cintura, sus delicadas manos, sus muslos cálidos y su
encantadora boca con lengua de serpiente. Una lengua que reptaba y
reptará siempre con las palabras adecuadas para condenarme, del
mismo modo que se condena él.
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