Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

sábado, 25 de julio de 2015

De nuevo te abrazo

Si la amistad es buena se puede recuperar pase el tiempo que pase. Armand ha recuperado a Bianca y parece que se perdonan el tiempo perdido.

Lestat de Lioncourt


Jamás creí volver a verla. Había olvidado el lozano aspecto de sus redondas y llenas mejillas, su pequeños labios carnosos, sus intensos ojos claros, sus perfectos cabellos perfectamente peinados y sueltos sobre sus hombros. Estaba ante la viva imagen del Renacimiento, de la época de luz que viví en Venecia, y lo hacía prendado de aquella perfecta muñeca de estrecha cintura, generoso escote y hermosas manos de porcelana que sujetaban con majestuosidad un pequeño abanico azul pastel. Vestía con un traje similar al que solía llevar, con un encantador y tentador corsé, una amplia falda pomposa y llena de flores bordadas en plata sobre una tela del mismo color que su abanico.

Sentí deseos de llorar. Me sentía sobrecogido por la belleza de aquella mujer. Siempre la tuve en mi corazón, y a ratos la desprecié. Ella no había venido a buscarme, tampoco Marius. Ambos me habían dejado rodeado de demonios que terminaron alzándome como su Dios y único líder. Volví a ser un chiquillo estúpido y desesperado. Me sentí el muchacho que fui y quise ir a llorar sobre su falda. Sin embargo, tan sólo me acomodé mi chaqueta de terciopelo celeste, así como el pañuelo de seda que llevaba al cuello.

Permanecí inmóvil escrutándola como si fuese un cuadro. Pude ver cambios en su expresión. A ratos parecía que reía, pero también parecía conmovida. Me movía suavemente con aquellas elegantes ropas de hombre de negocios de altos vuelos, como si fuese un hombre hecho y derecho y no la imagen infantil de un jovencito descarado.

—Parece que fue ayer cuando viniste a llorar a mi alcoba—aquellas palabras me ruborizaron de sobremanera—. Y mírate. Más bien, míranos. Estamos aquí, frente a frente, en un mundo cargado de belleza oscura, tecnología imposible de manejar y frivolidad. No hemos cambiado demasiado. Tus gustos siguen presentes en los objetos y la decoración de ésta casa—sonrió de una forma tan seductora que quedé inmóvil, como una estatua de mármol.

—Así es...—dije frunciendo ligeramente mi ceño, pues intentaba calmarme. No deseaba estar nervioso y cargado de emociones que no servirían demasiado—. ¿Por qué no viniste a verme? ¿Por qué huiste de mí?

—Ya no eras tú—respondió—. Y yo estaba perdida. Preferí ser yo misma, encontrarme nuevamente en mitad de la soledad. Además, me sentía en deuda contigo—. Abrió entonces el abanico y empezó a mover suavemente su muñeca. Una risa fresca se escapó de sus labios mientras coqueteaba conmigo descaradamente. Lo hacía como antaño.

—Bianca...—murmuré dando un paso atrás. Temía caer en su juego, pero ella se retiró antes de hacer otro movimiento.

—Es divertido ver como todavía tengo cierto poder sobre ti—suspiró cerrando su abanico, para luego mirar hacia el suelo de mármol. Observaba las baldosas como si fueran una hermosa obra de arte—. Me siento triste y la tristeza ahoga mi corazón.

—Sé que es eso—susurré acercándome a ella.


Tomé asiento en el sofá a su lado. Mis manos se mezclaron entre las suyas, el abanico cayó y sus brazos me rodearon rápidamente. Noté como lloraba. Yo también lloré. Era el primer abrazo que tenía de ella en mucho tiempo.

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt