—Aunque no lo creas, te amo—dije
sin pensarlo. Fue como una revelación que había estado ahí, a la
vista de todos, y yo no hubiese sabido expresarlo hasta ese momento.
Quizás fue el pánico de saber que era imposible aceptar algo como
aquello, pues siempre habíamos sido rivales demasiado confrontados y
con una historia trágica tras nuestras huellas.
Él me miró. Detuvo sus pasos y se
giró para verme a los ojos. Su rostro no reflejaba emoción alguna.
Por un instante creí que se había convertido en una escultura de
mármol. Me recordó a la primera vez que lo vi con la escasa
iluminación de las numerosas velas de la iglesia. Pude apreciar
inclusive el olor a cera quemada, incienso y polvo. Como si fuese una
ilusión sus ropas modernas, tan caras como elegantes, se
convirtieron en aquella túnica oscura y raída. Su cabello,
cepillado hacia atrás, volvió a estar enredado y lleno de musgo,
tierra y polvo. De nuevo era el niño descalzo en la iglesia, el
muchacho que parecía un ángel que acababa de caer a la tierra.
Dio un par de pasos hacia mí y la
ilusión se rompió. Olí su caro perfume francés, el cual siempre
lo envolvía con un ligero toque de jazmines y rosas. Era un aroma
muy primaveral y fresco, para nada masculino. Posó sus manos sobre
mi chaqueta y acarició las estrechas solapas, para colocar sus dedos
sobre mis hombros y apretarlos ligeramente. Se puso de puntillas y
aproximó sus labios a mis mejillas. Me dio dos besos en la cara, con
una ternura impropia del monstruo que podía llegar a ser, y se quedó
mirándome a escasos milímetros.
Creo que me perdí en aquellos
profundos ojos castaños. Por un instante comprendí a Marius y sus
visiones. Pude revivir el cuadro que él había pintado y que había
escuchado describir en miles de ocasiones. Amel suspiró y después
rió bajo mientras yo estrechaba a Armand entre mis brazos. Lo
acaparaba como si fuese la última y única ocasión para hacerlo.
—Yo siempre te he amado—escuché
como respuesta—. No comprendía el amor, tan sólo el capricho y la
necesidad. Sin embargo, con el paso del tiempo me he dado cuenta que
no sólo te quería para olvidar mi soledad, sino porque tú eres
parte importante de mi historia y no sé que haría sin tu
imprudencia, escaso tacto y estúpida sonrisa—se apartó de mí y
dio dos pasos hacia atrás—. Me repatea lo estúpido que puedes
ser, pero aún más me duele que te quedes callado y no me digas
nada. Me he acostumbrado a discutir contigo y a quererte a mi
modo—sonrió de forma apacible encogiéndose de hombros, como si
quisiera restar importancia a sus palabras.
Algo en mí se movió y provocó que lo
abrazara, besara en la boca y hundiera mis largos dedos en sus
ondulados cabellos castaño rojizos. Aquel pelirrojo, de aspecto
celestial, era un demonio lleno de sorpresas. Un demonio como lo era
yo. Un demonio que no era ni malo ni bueno, sino consciente de sus
virtudes y defectos. Le amaba porque él era parte de mi historia y
de mi futuro.
El Jardín Salvaje FB
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