Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 16 de julio de 2015

La importancia de la ciencia

Conocí a Seth y Fareed de casualidad. Ellos son los culpables que Viktor exista. Bueno, ellos y mi curiosidad. Son grandes amigos y han ayudado a éste mundo más de lo que ustedes puedan imaginar. 

Lestat de Lioncourt


Había estado reunido durante horas con Viktor. El aroma de su colonia impregnaba parcialmente la habitación y se mezclaba con otra más profunda, más masculina, que era la de Fareed. Las diversas pantallas mostraban los resultados de los análisis que se estaban llevando a cabo. La noche tan sólo había comenzado. Todos estaban pendientes del desarrollo de sus diversos estudios, los científicos a su cargo trabajaban como abejas obreras todas las noches, y Lestat pedía que le informara semanalmente de los logros y fracasos. No importaba si era nimios. Quería ser informado de todo lo que ocurría en aquel laboratorio oscuro y fresco, donde el verano no aparecía por ningún lado debido a la buena refrigeración de los numerosos conductos del aire. En el pasillo había cierto tránsito hacia los archivos más privados, aquellos que contenían algunos discos duros repletos de información, así como la zona de refrigeración donde estaban las muestras de sangre fresca, tejidos y otros fluidos.

Fareed parecía ser el encumbrado médico que siempre fue. Un hombre serio, de unos cuarenta años aunque de una apariencia más juvenil, más fresca, gracias a la sangre poderosa e inmortal de su creador. Fruncía ligeramente las espesas cejas, mascullaba en inglés americano con acento hindú y suspiraba agobiado porque el tiempo parecía estar en su contra. Deseaba mejorar las inyecciones de testosterona, creando unas mejores y sin efectos secundarios para las mujeres. Tenía pensado lograr la procreación entre vampiros, no sólo entre vampiros y humanos. Quería contactar con el Hospital Mayfair y poder lograr unos acuerdos para mantener un trato cordial, en el cual pudiese incluirse cierto diálogo y datos sobre los Taltos. Buscaba reproducir esa leche, espesa y cargada en nutrientes, para salvar vidas humanas, pero también de vampiros. Había tantas cosas por hacer que a penas tenía tiempo para alimentarse adecuadamente.

Vestía con una camiseta gris, muy simple, con un bolsillo pequeño en el lado derecho de su torso. Los pantalones eran de vestir, pero muy cómodos. No necesitaba ropa buena y elegante para estar encerrado entre las cuatro paredes de su despacho. Sin embargo, era fundamental su bata de médico con la acreditación visible en el lado izquierdo. Era habitual verlo así desde hacía meses. Estaba demasiado inmiscuido en sus asuntos olvidándose de todo. Y cuando era todo se incluía las largas conversaciones con Seth.

Él estaba fuera. Vestía su thobe blanco, de algodón, mientras que su cabello había tenido un ligero cambio. Ya no tenía ese corte de príncipe de Kemet. Había decido un corte más occidental en esa ocasión. Deseaba sorprender a Fareed y que al menos tuvieran un inicio de conversación alejado de sus triunfos y derrotas. Decidió abrir la puerta después de un largo rato esperando que él le diese permiso. Pese a que las instalaciones las subvencionaba él, que todo aquello era suyo, seguía siendo humilde y comprendiendo que debía respetar la intimidad, así como la soledad, de todos aquellos que allí se reunían. Pero ya no podía más.

—Fareed—dijo interrumpiendo—. ¿Puedo estar contigo?

—Sí—respondió sin siquiera detenerse a mirarlo.

—Últimamente pasas mucho tiempo con Flannery—murmuró sentándose a su lado, en la silla que había ocupado Viktor—. ¿Ocurre algo?

—No—dijo escueto y seco.

—Sé que es tu creada y...

—Sí, la quiero. Quiero a esa mujer porque se comprometió con un proyecto que podía ser inalcanzable, decidió ser madre de un ser que no sabíamos si se podría controlar o la sangre de Lestat expondría al niño a una mutación extraña e intratable. Ella se expuso por mí—contestó girándose hacia él—. Ella confió en mí y yo confío ciegamente en ella. Es mi criatura. Le di todo lo que ella soñaba. Ofrecí un laboratorio, un hijo, una educación esmerada para este, un buen salario, propiedades y la inmortalidad.

—¿Y tu corazón?—preguntó tocando su brazo derecho con cuidado—. ¿Se lo ofreciste?

—¿A qué viene esa pregunta? Jamás me has hecho semejante pregunta—murmuró con cierto asombro mientras apartaba su mano de él. Sentía que le quemaba. Aquella pregunta era extraña y jamás había imaginado que Seth se diese el lujo de preguntarla.

—Responde—dijo—. Es fácil de responder.

—Todo ser querido se lleva parte de tu corazón, Seth. Deberías saberlo. Tú quieres a Viktor y aprecias a Flannery, del mismo modo que apreciabas a tus hermanas y, aunque te cueste admitirlo, a tu madre—aquello provocó que Seth abriese los ojos y lo mirase con cierta rabia. Su madre era prácticamente un tema tabú. Todavía le dolía hablar de la maldad que se generó en su corazón, convirtiéndolo en una piedra oscura llena de rabia, ambición y soberbia—. Lo siento.

—No importa—susurró con una gentil sonrisa.

—Sí importa—respondió.

—Lo único que me importa es saber si ese pedazo de corazón es mayor que el mío.

Fareed lo miró sorprendido, pero luego se echó a reír. Había comprendido entonces porqué aquella conversación tan extraña. Su inicio no tenía ni pies ni cabeza. También observó el corte de cabello que llevaba. Era sin duda incorregible. Seguía siendo un hombre con sentimientos similares a cualquier otro. Los celos era algo habitual entre los suyos, más de lo que se pudiese imaginar. Suspiró echándose hacia atrás en la silla, girándola por completo hacia él para luego encogerse de hombros.

—¿Qué esperas que diga?—preguntó estirando sus manos hacia él, para tomarlo de los brazos y tirar de él.

Seth quedó sentado sobre sus piernas como si fuese un muñeco de ventriloquia. El joven príncipe que pudo reinar, que pudo ser el perfecto ejemplo de poder e inmortalidad, era delgado, de rostro ligeramente aniñado, con la piel aún tostada gracias a los baños de sol y algo más alto que Fareed. Un muchacho tan sólo. Todavía tenía en su corazón el deseo de ayudar a otros, de sanar el mundo y salvar a las almas ruines de su desgracia. Bondad. Se podía decir que era el ejemplo de la bondad y el deseo.

—Que me amas—susurró ligeramente emocionado.

De inmediato las manos de Fareed se movieron rápidas. El thobe quedó remangado y mostró el miembro duro, aunque aún para nada excitado y funcional, de su compañero. En ese momento su creador era el sorprendido, pero no dijo nada. Seth se limitó a besarlo rodeándolo con sus largos y finos brazos.

En la mesa, junto a las carpetas y bolígrafos, había diversas cajas. Un nuevo prototipo de inyección de testosterona estaba preparada. El efecto se prolongaba durante más de media hora, lo cual ofrecía un placer inconmensurable. Sacó dos de los diez frascos, así como la jeringa que había en su interior. Rápidamente inyectó una a Seth, el cual se dejó sin decir nada, para luego inyectarse él mismo.

De inmediato sintieron que la sangre les quemaba, la piel de ambos estaba caliente y el sudor los bañaba. El thobe quedó en el suelo arrancado por las hábiles manos de Fareed, y la cremallera de los pantalones de éste bajó con presteza gracias a las de Seth.

La boca del hijo de Akasha quedó pegada a la cremallera del pantalón de su compañero. Sus labios carnosos se pegaban a la piel tirante de aquel miembro, el cual era de un grosor ligeramente mayor al suyo y un tamaño proporcionado. El sabor que poseía le entusiasmaba y su lengua se movía rápida acariciando cada vena que apretaba ese placentero músculo. El chupeteo era lo único que se escuchaba, junto a sus jadeos y los gemidos bajos del médico.

Fareed echó la cabeza hacia atrás, cerró sus profundos ojos castaños oscuros y dejó que su compañero hiciese lo debido. Los peligrosos dientes de Seth mordisquearon el glande, sus labios deslizaban caricias indecentes sobre la piel húmeda y su aliento golpeaba sus testículos. Cuando se incorporó se arrojó contra la mesa, levantando ligeramente sus nalgas e invitándole a entrar en él. Fareed no lo pensó ni un segundo.

Las manos del médico golpearon las redondas y prestas nalgas que le ofrecían, pellizcó ambas e incluso las mordió. La entrada de Seth se veía tentadora, su miembro estaba completamente erecto y al tocarlo gimió como nunca lo había hecho. Parecía más sensible, más receptivo, más excitado y más necesitado.

—Hazlo—susurró aferrándose al borde de la mesa—. Te amo... te necesito... hazlo...—a penas podía hablar. Deseaba que lo hiciese como jamás lo había hecho. Quería sentir como su hombría lo rompía en dos hasta destrozarlo.

Fareed no entró. Decidió hacer que la locura prosiguiera. La lengua de éste rozó la entrada de su compañero, para luego hundirse lubricándolo de ese modo. Seth gimió ronco cerrando los ojos, moviendo las caderas y buscando con su mano derecha su miembro. Tenía que aliviarse, pero no se lo permitió. Rápidamente su compañero, su amante, su criatura y amigo le dobló el brazo por encima de la espalda, pegándola a ésta, para evitar que se masturbara. Rápidamente hizo lo mismo con la otra mano y se colocó bien sobre él, milímetro de cuerpo contra milímetro de cuerpo, y le susurró, lo más cerca que pudo de su oído: No. Yo decido el placer que tú vas a sentir.

Aquello provocó una reacción en cadena en la mente y el deseo de Seth. Rápidamente abrió más sus piernas, ofreciéndose como nunca, mientras movía su trasero contra el miembro erecto que tanto le rozaba y enloquecía. Fareed rió bajo. No podía evitarlo. Disfrutaba teniendo el control de un vampiro como él, de un ser tan poderoso y sabio. Era como un niño cuando lo tenía a su lado, se convertía en un ser absolutamente vulnerable y caprichoso. Seth era sensible y bondadoso, amaba a Fareed y él lo sabía. Sin embargo, era algo mutuo aunque el hindú no lo demostrase abiertamente.

Finalmente se cansó del juego y lo penetró con fuerza, desplazando la mesa y provocando que los monitores temblaran por un momento. Un par de bolígrafos cayeron al suelo, pero no importó. De inmediato el ritmo empezó a ser fuerte. Buscaba ese punto donde Seth perdía la cordura y su sumisión era absoluta. Al encontrarlo, golpeando con su glande fuertemente en su próstata, éste chilló el nombre de su amante. Los gemidos eran agudos, nada tenía que ver con los anteriores. El rostro de Seth estaba pegado a la mesa y girado del lado izquierdo. Podía ver por encima del hombro a su amante, con sus ojos encendidos y la sonrisa cargada de placer. Disfrutaba siendo suyo, sobre todo cuando las manos de Fareed lo azotaban.

El médico gruñía, gemía, jadeaba y murmuraba en su idioma natal palabras toscas y sucias. Su lengua se pasaba por el labio inferior saboreando su sudor sanguinolento, pero pronto se inclinó y mordió el cuello de su amante drenando una gran cantidad de sangre. Después de aquello lo quitó de la mesa, arrojándolo al suelo, girándolo de cara a él y se masturbó frente a su rostro. Seth gemía retorciéndose como una serpiente y lamía el glande a duras penas.

Con crueldad, y sin miramientos, el hindú agarró de la nuca a su creador y penetró su boca con furia. Tres crueles estocadas provocaron arcadas en el milenario, para luego quedar arrojado sobre el suelo metálico. Las piernas se abrieron invitándolo a estar entre sus muslos. Fareed se inclinó lamiéndolos, así como lamió su ombligo y su pene erecto. Después, como si nada, lo penetró salvajemente aunque el ritmo era suave. Las piernas de Seth rodearon las caderas de su compañero y sus manos se aferraban a los brazos que se apoyaban en el suelo. Tras menos de un minuto Seth llegó al orgasmo repitiendo que lo amaba, como siempre, y Fareed sintió la presión de su interior envolviendo su sexo.

Con cierta rapidez, aunque borracho de placer, salió de su amante y volvió a masturbarse frente a él para eyacular sobre su torso ligeramente marcado. Seth tenía los ojos cerrados y los labios tan abiertos como sus piernas. Era la imagen de la derrota ante la lujuria.

—Yo también te amo Seth. Te amo demasiado. Eres la criatura más importante en mi vida. Nadie te va a quitar ese preciado puesto—susurró arrodillándose frente a él, entre sus piernas, para luego incorporarlo y besarlo con dulzura en la frente. Seth se abrazó a él y Fareed lo rodeó calmándolo, pues comenzó a llorar.


Habían sido malos tiempos. La presión había hecho mella en ambos. Las horas parecían breves. El mundo estaba aún convulso, aunque parecía en calma. Ellos debían dar más de lo que podían. Por eso Seth lloraba, pues quería ser todavía lo más importante que había ocurrido en la vida de Fareed. Pues para él, para ese príncipe que huyó de palacio, la soledad y el dolor acabó cuando encontró a su compañero a finales de 1980.  

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Lestat de Lioncourt