Conocí a Seth y Fareed de casualidad. Ellos son los culpables que Viktor exista. Bueno, ellos y mi curiosidad. Son grandes amigos y han ayudado a éste mundo más de lo que ustedes puedan imaginar.
Lestat de Lioncourt
Había estado reunido durante horas con
Viktor. El aroma de su colonia impregnaba parcialmente la habitación
y se mezclaba con otra más profunda, más masculina, que era la de
Fareed. Las diversas pantallas mostraban los resultados de los
análisis que se estaban llevando a cabo. La noche tan sólo había
comenzado. Todos estaban pendientes del desarrollo de sus diversos
estudios, los científicos a su cargo trabajaban como abejas obreras
todas las noches, y Lestat pedía que le informara semanalmente de
los logros y fracasos. No importaba si era nimios. Quería ser
informado de todo lo que ocurría en aquel laboratorio oscuro y
fresco, donde el verano no aparecía por ningún lado debido a la
buena refrigeración de los numerosos conductos del aire. En el
pasillo había cierto tránsito hacia los archivos más privados,
aquellos que contenían algunos discos duros repletos de información,
así como la zona de refrigeración donde estaban las muestras de
sangre fresca, tejidos y otros fluidos.
Fareed parecía ser el encumbrado
médico que siempre fue. Un hombre serio, de unos cuarenta años
aunque de una apariencia más juvenil, más fresca, gracias a la
sangre poderosa e inmortal de su creador. Fruncía ligeramente las
espesas cejas, mascullaba en inglés americano con acento hindú y
suspiraba agobiado porque el tiempo parecía estar en su contra.
Deseaba mejorar las inyecciones de testosterona, creando unas mejores
y sin efectos secundarios para las mujeres. Tenía pensado lograr la
procreación entre vampiros, no sólo entre vampiros y humanos.
Quería contactar con el Hospital Mayfair y poder lograr unos
acuerdos para mantener un trato cordial, en el cual pudiese incluirse
cierto diálogo y datos sobre los Taltos. Buscaba reproducir esa
leche, espesa y cargada en nutrientes, para salvar vidas humanas,
pero también de vampiros. Había tantas cosas por hacer que a penas
tenía tiempo para alimentarse adecuadamente.
Vestía con una camiseta gris, muy
simple, con un bolsillo pequeño en el lado derecho de su torso. Los
pantalones eran de vestir, pero muy cómodos. No necesitaba ropa
buena y elegante para estar encerrado entre las cuatro paredes de su
despacho. Sin embargo, era fundamental su bata de médico con la
acreditación visible en el lado izquierdo. Era habitual verlo así
desde hacía meses. Estaba demasiado inmiscuido en sus asuntos
olvidándose de todo. Y cuando era todo se incluía las largas
conversaciones con Seth.
Él estaba fuera. Vestía su thobe
blanco, de algodón, mientras que su cabello había tenido un ligero
cambio. Ya no tenía ese corte de príncipe de Kemet. Había decido
un corte más occidental en esa ocasión. Deseaba sorprender a Fareed
y que al menos tuvieran un inicio de conversación alejado de sus
triunfos y derrotas. Decidió abrir la puerta después de un largo
rato esperando que él le diese permiso. Pese a que las instalaciones
las subvencionaba él, que todo aquello era suyo, seguía siendo
humilde y comprendiendo que debía respetar la intimidad, así como
la soledad, de todos aquellos que allí se reunían. Pero ya no podía
más.
—Fareed—dijo interrumpiendo—.
¿Puedo estar contigo?
—Sí—respondió sin siquiera
detenerse a mirarlo.
—Últimamente pasas mucho tiempo con
Flannery—murmuró sentándose a su lado, en la silla que había
ocupado Viktor—. ¿Ocurre algo?
—No—dijo escueto y seco.
—Sé que es tu creada y...
—Sí, la quiero. Quiero a esa mujer
porque se comprometió con un proyecto que podía ser inalcanzable,
decidió ser madre de un ser que no sabíamos si se podría controlar
o la sangre de Lestat expondría al niño a una mutación extraña e
intratable. Ella se expuso por mí—contestó girándose hacia él—.
Ella confió en mí y yo confío ciegamente en ella. Es mi criatura.
Le di todo lo que ella soñaba. Ofrecí un laboratorio, un hijo, una
educación esmerada para este, un buen salario, propiedades y la
inmortalidad.
—¿Y tu corazón?—preguntó tocando
su brazo derecho con cuidado—. ¿Se lo ofreciste?
—¿A qué viene esa pregunta? Jamás
me has hecho semejante pregunta—murmuró con cierto asombro
mientras apartaba su mano de él. Sentía que le quemaba. Aquella
pregunta era extraña y jamás había imaginado que Seth se diese el
lujo de preguntarla.
—Responde—dijo—. Es fácil de
responder.
—Todo ser querido se lleva parte de
tu corazón, Seth. Deberías saberlo. Tú quieres a Viktor y aprecias
a Flannery, del mismo modo que apreciabas a tus hermanas y, aunque te
cueste admitirlo, a tu madre—aquello provocó que Seth abriese los
ojos y lo mirase con cierta rabia. Su madre era prácticamente un
tema tabú. Todavía le dolía hablar de la maldad que se generó en
su corazón, convirtiéndolo en una piedra oscura llena de rabia,
ambición y soberbia—. Lo siento.
—No importa—susurró con una gentil
sonrisa.
—Sí importa—respondió.
—Lo único que me importa es saber si
ese pedazo de corazón es mayor que el mío.
Fareed lo miró sorprendido, pero luego
se echó a reír. Había comprendido entonces porqué aquella
conversación tan extraña. Su inicio no tenía ni pies ni cabeza.
También observó el corte de cabello que llevaba. Era sin duda
incorregible. Seguía siendo un hombre con sentimientos similares a
cualquier otro. Los celos era algo habitual entre los suyos, más de
lo que se pudiese imaginar. Suspiró echándose hacia atrás en la
silla, girándola por completo hacia él para luego encogerse de
hombros.
—¿Qué esperas que diga?—preguntó
estirando sus manos hacia él, para tomarlo de los brazos y tirar de
él.
Seth quedó sentado sobre sus piernas
como si fuese un muñeco de ventriloquia. El joven príncipe que pudo
reinar, que pudo ser el perfecto ejemplo de poder e inmortalidad, era
delgado, de rostro ligeramente aniñado, con la piel aún tostada
gracias a los baños de sol y algo más alto que Fareed. Un muchacho
tan sólo. Todavía tenía en su corazón el deseo de ayudar a otros,
de sanar el mundo y salvar a las almas ruines de su desgracia.
Bondad. Se podía decir que era el ejemplo de la bondad y el deseo.
—Que me amas—susurró ligeramente
emocionado.
De inmediato las manos de Fareed se
movieron rápidas. El thobe quedó remangado y mostró el miembro
duro, aunque aún para nada excitado y funcional, de su compañero.
En ese momento su creador era el sorprendido, pero no dijo nada. Seth
se limitó a besarlo rodeándolo con sus largos y finos brazos.
En la mesa, junto a las carpetas y
bolígrafos, había diversas cajas. Un nuevo prototipo de inyección
de testosterona estaba preparada. El efecto se prolongaba durante más
de media hora, lo cual ofrecía un placer inconmensurable. Sacó dos
de los diez frascos, así como la jeringa que había en su interior.
Rápidamente inyectó una a Seth, el cual se dejó sin decir nada,
para luego inyectarse él mismo.
De inmediato sintieron que la sangre
les quemaba, la piel de ambos estaba caliente y el sudor los bañaba.
El thobe quedó en el suelo arrancado por las hábiles manos de
Fareed, y la cremallera de los pantalones de éste bajó con presteza
gracias a las de Seth.
La boca del hijo de Akasha quedó
pegada a la cremallera del pantalón de su compañero. Sus labios
carnosos se pegaban a la piel tirante de aquel miembro, el cual era
de un grosor ligeramente mayor al suyo y un tamaño proporcionado. El
sabor que poseía le entusiasmaba y su lengua se movía rápida
acariciando cada vena que apretaba ese placentero músculo. El
chupeteo era lo único que se escuchaba, junto a sus jadeos y los
gemidos bajos del médico.
Fareed echó la cabeza hacia atrás,
cerró sus profundos ojos castaños oscuros y dejó que su compañero
hiciese lo debido. Los peligrosos dientes de Seth mordisquearon el
glande, sus labios deslizaban caricias indecentes sobre la piel
húmeda y su aliento golpeaba sus testículos. Cuando se incorporó
se arrojó contra la mesa, levantando ligeramente sus nalgas e
invitándole a entrar en él. Fareed no lo pensó ni un segundo.
Las manos del médico golpearon las
redondas y prestas nalgas que le ofrecían, pellizcó ambas e incluso
las mordió. La entrada de Seth se veía tentadora, su miembro estaba
completamente erecto y al tocarlo gimió como nunca lo había hecho.
Parecía más sensible, más receptivo, más excitado y más
necesitado.
—Hazlo—susurró aferrándose al
borde de la mesa—. Te amo... te necesito... hazlo...—a penas
podía hablar. Deseaba que lo hiciese como jamás lo había hecho.
Quería sentir como su hombría lo rompía en dos hasta destrozarlo.
Fareed no entró. Decidió hacer que la
locura prosiguiera. La lengua de éste rozó la entrada de su
compañero, para luego hundirse lubricándolo de ese modo. Seth gimió
ronco cerrando los ojos, moviendo las caderas y buscando con su mano
derecha su miembro. Tenía que aliviarse, pero no se lo permitió.
Rápidamente su compañero, su amante, su criatura y amigo le dobló
el brazo por encima de la espalda, pegándola a ésta, para evitar
que se masturbara. Rápidamente hizo lo mismo con la otra mano y se
colocó bien sobre él, milímetro de cuerpo contra milímetro de
cuerpo, y le susurró, lo más cerca que pudo de su oído: No. Yo
decido el placer que tú vas a sentir.
Aquello provocó una reacción en
cadena en la mente y el deseo de Seth. Rápidamente abrió más sus
piernas, ofreciéndose como nunca, mientras movía su trasero contra
el miembro erecto que tanto le rozaba y enloquecía. Fareed rió
bajo. No podía evitarlo. Disfrutaba teniendo el control de un
vampiro como él, de un ser tan poderoso y sabio. Era como un niño
cuando lo tenía a su lado, se convertía en un ser absolutamente
vulnerable y caprichoso. Seth era sensible y bondadoso, amaba a
Fareed y él lo sabía. Sin embargo, era algo mutuo aunque el hindú
no lo demostrase abiertamente.
Finalmente se cansó del juego y lo
penetró con fuerza, desplazando la mesa y provocando que los
monitores temblaran por un momento. Un par de bolígrafos cayeron al
suelo, pero no importó. De inmediato el ritmo empezó a ser fuerte.
Buscaba ese punto donde Seth perdía la cordura y su sumisión era
absoluta. Al encontrarlo, golpeando con su glande fuertemente en su
próstata, éste chilló el nombre de su amante. Los gemidos eran
agudos, nada tenía que ver con los anteriores. El rostro de Seth
estaba pegado a la mesa y girado del lado izquierdo. Podía ver por
encima del hombro a su amante, con sus ojos encendidos y la sonrisa
cargada de placer. Disfrutaba siendo suyo, sobre todo cuando las
manos de Fareed lo azotaban.
El médico gruñía, gemía, jadeaba y
murmuraba en su idioma natal palabras toscas y sucias. Su lengua se
pasaba por el labio inferior saboreando su sudor sanguinolento, pero
pronto se inclinó y mordió el cuello de su amante drenando una gran
cantidad de sangre. Después de aquello lo quitó de la mesa,
arrojándolo al suelo, girándolo de cara a él y se masturbó frente
a su rostro. Seth gemía retorciéndose como una serpiente y lamía
el glande a duras penas.
Con crueldad, y sin miramientos, el
hindú agarró de la nuca a su creador y penetró su boca con furia.
Tres crueles estocadas provocaron arcadas en el milenario, para luego
quedar arrojado sobre el suelo metálico. Las piernas se abrieron
invitándolo a estar entre sus muslos. Fareed se inclinó
lamiéndolos, así como lamió su ombligo y su pene erecto. Después,
como si nada, lo penetró salvajemente aunque el ritmo era suave. Las
piernas de Seth rodearon las caderas de su compañero y sus manos se
aferraban a los brazos que se apoyaban en el suelo. Tras menos de un
minuto Seth llegó al orgasmo repitiendo que lo amaba, como siempre,
y Fareed sintió la presión de su interior envolviendo su sexo.
Con cierta rapidez, aunque borracho de
placer, salió de su amante y volvió a masturbarse frente a él para
eyacular sobre su torso ligeramente marcado. Seth tenía los ojos
cerrados y los labios tan abiertos como sus piernas. Era la imagen de
la derrota ante la lujuria.
—Yo también te amo Seth. Te amo
demasiado. Eres la criatura más importante en mi vida. Nadie te va a
quitar ese preciado puesto—susurró arrodillándose frente a él,
entre sus piernas, para luego incorporarlo y besarlo con dulzura en
la frente. Seth se abrazó a él y Fareed lo rodeó calmándolo, pues
comenzó a llorar.
Habían sido malos tiempos. La presión
había hecho mella en ambos. Las horas parecían breves. El mundo
estaba aún convulso, aunque parecía en calma. Ellos debían dar más
de lo que podían. Por eso Seth lloraba, pues quería ser todavía lo
más importante que había ocurrido en la vida de Fareed. Pues para
él, para ese príncipe que huyó de palacio, la soledad y el dolor
acabó cuando encontró a su compañero a finales de 1980.
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