Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 16 de julio de 2015

Maldad o bondad

Hay amores peligrosos y luego peligrosos que se aman. Yo no odio a Rhosh, aunque era un auténtico peligro y se notaba que nunca hizo maldad alguna. Fue fácil reducirlo.

Lestat de Lioncourt 

—Me odian. Estoy seguro que me odian—decía mirando hacia el horizonte.

En aquel lugar, tan lejos de casa, el mundo parecía inmenso. Las luces de la ciudad tintineaban en cada uno de los edificios. Podía escuchar el rugir de los motores de los vehículos que transitaban allí abajo, donde el mundo parecía hecho para hormigas y parásitos pequeños. En aquel rascacielos podía contemplar la vida misma, lo que era realmente la vida, con sus virtudes y grandes defectos. Todo era hormigón, cemento, cristales y vidrio reutilizado. Las luces de neón de los restaurantes de comida rápida parpadeaban mientras que los clubs alentaban a una noche de desenfreno, drogas y mentiras.

En su mente sólo había una cosa. Era un murmullo peor que Amel y sus descerebradas ideas. Había estado a punto de destrozar la vida de más de un inocente, como si no importara. Él, que siempre había estado alejado de las disputas y la violencia. Se sentía estúpido al no haber visto que sólo era un títere. Amel siempre quiso ser escuchado por Lestat. Aquel espíritu se sentía vivo y pletórico en el cuerpo del joven vampiro que tanto despreció, pero que a la vez le suscitaba cierta curiosidad. No era tan inteligente ni interesante. Él había sido un idiota. Pero lo peor de todo era haber quedado como un imbécil, un monstruo y un maldito déspota frente a Benedict.

—No digas eso—respondió su amante.

Aquel rostro tan humano, con la apariencia de un jovencito, apareció de entre las sombras de la habitación. Benedict estaba con él, con aquel suéter azul marino de cuello de cisne que realzaba su tez suave, clara y perfecta. Tenía una boca exquisita y una nariz perfecta para su rostro juvenil. Sus ojos, al igual que el de escasos inmortales, reflejaba cierta humanidad y humildad. Muchos lo tacharían de estúpido, pero él siempre seguiría creyendo en el bien y el mal, en Dios y el Diablo, en la dualidad terrible de éste mundo cínico e hipócrita.

—¿Y qué debo decir?—preguntó girándose hacia él.

Seguía llevando aquel gabán caqui y esos pantalones tejanos tan cómodos. Le habían proporcionado unas prendas adecuadas, abrigadas para ese invierno terrible, que había sido terrible para miles. Las Quemas se habían detenido. Amel era feliz. Lestat era el príncipe de todos. Los espíritus parecían tranquilos. Talamasca había resuelto parte de sus misterios. Los vampiros ya no eran demonios. Pero él era un maldito, un proscrito. Se arrepentía.

—Fue culpa de Amel. No fuiste tú—susurró tomándolo del rostro—. Rhosh...

—Cállate, Benedict. Te involucré en un acto atroz. Provoqué que mataras de esa forma terrible. Te he convertido en un asesino cuando tú... tú...

—Me alimento de asesinos, pero ¿no es eso matar igualmente?—murmuró bajando sus manos hasta el torso de su compañero, del hombre y el inmortal que siempre había amado. Durante algún tiempo habían estado perdidos, pero siempre se encontraban y siempre se reprochaban las décadas sin sentido.

—Yo te amo y te he puesto en peligro—respondió abarcándolo entre sus largos y fuertes brazos. Lo estrechó con firmeza, besó su frente y sus mejillas, y luego lo miró a los ojos. Esos ojos tan amables, tan vivos... tan de Benedict.

—No me importaría correr miles de peligros si es a tu lado. Yo no sabría vivir sin ti—respondió aferrándose a la solapa de aquel gabán—. No hay nada que ame más que el sonido de tu voz, que el aroma que desprende tu cuerpo y que esos besos indecentes que me ofreces cargados de tu deliciosa sangre. No hay nada que me importe más que tus consejos y tus palabras suaves, las cuales son las mejores caricias para mi atormentada alma. Dejé atrás a Dios para seguirte a ti. Olvidé mi promesa y mi amor, pues no había nada que pudiese compararse con tus ojos claros clavados en los míos—decía aquello abriendo el abrigo, para luego palpar el jersey de rombos y cuello de pico que había bajo éste. Un jersey grueso, aunque para nada áspero. Sus largos dedos bajaron hasta el borde de éste y se deshicieron del cinturón de cuero que llevaba entorno al pantalón. La prenda, como por arte de magia, cayó al suelo rozando las impecables botas que llevaba Rhoshmandes.

Rhosh atrapó la boca de su criatura e introdujo un pequeño hilo de sangre, el cual fue tomado de buena gana mientras sus mejillas ardían. Con cuidado se deshizo de las prendas que aún quedaban en su cuerpo, para luego hacerlo con las de su pupilo. Ambos quedaron desnudos frente a la gigantesca ventana que mostraba la enorme ciudad de Nueva York.

Aquellas dos figuras en mitad de la oscuridad, ligeramente iluminadas por el brillo furtivo de los demás edificios, se mezclaban y se fundían en caricias y besos tan intensos como necesarios. Eran dos asesinos despiadados, los causantes de una gran tragedia, pero también víctimas inocentes de un momento terrible en la historia de la «Tribu».

—Quédate por siempre a mi lado—murmuró entre lágrimas. Volvía a llorar como el hermoso muchacho de corazón humano que siempre fue. Tembló como una hoja mientras rodeaba a su creador por el cuello, apoyando sus brazos sobre sus hombros fuertes y de músculos marcados.

Aquel comerciante que fue secuestrado por Akasha, el hombre que fue elegido para ser parte de la corte, y que decidió huir porque odiaba el plan de la que se creía una diosa entre los hombres, ese que fue elegido por muchos como un sabio y que amaba a su modo a Magnus por su inteligencia... Rhoshmandes... volvía a estar prendado de esas trágicas lágrimas, de esos riachuelos sanguinolentos, que siempre había detestado y que a su vez necesitaba ver en Benedict.


—No te librarás de mí—susurró.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt