La inocencia la perdemos poco a poco y es buena recordarla. Un texto de Ashlar donde nos recuerda que debemos recuperarla.
Lestat de Lioncourt
Ella era todo lo que tenía. Su cara de
porcelana cobraba vida si yo lo imaginaba. Podía contemplar aquellas
mejillas llenas, esa boca dulce, esa mirada encantadora y sus
cabellos dorados como si fuera una amiga. La sostenía entre mis
brazos y susurraba todo mi cariño, mi corazón y mis deseos. Era una
especie de pacto secreto con el mundo, pues guardaba en ella la
añoranza y la escasa ilusión que poseía por la vida.
Aquella muñeca me recordó que existe
la inocencia en los más débiles. No hay nada más débil que un
niño, al cual hay que proteger y cuidar hasta que alcanza la mayoría
de edad. En nuestro pueblo eso es impensable. Nacemos para
convertirnos en adultos muy rápido, sin necesidad de juegos y
aprendizaje previo. Venimos programados como los grandes ordenadores
de hoy en día y alcanzamos la madurez con una celeridad asombrosa,
pero aún así guardamos la llama de la inocencia y los juegos siguen
ofreciéndonos satisfacción hasta llegar a la tumba.
Vi a muchos morir jóvenes. Algunos
eran mis hijos. Recuerdo todos sus nombres. No puedo olvidarme de sus
miradas, sus sonrisas, el tono peculiar de sus voces cuando se unían
en canciones hermosas que hablaban de grandes inventos, momentos de
paz y también de miedo. Eran mis hijos. Ellos se convirtieron en mi
orgullo y mi más preciada pertenencia. Y con ellos el valle se tiñó
de rojo, de un rojo espeso como terrible.
Puse a las muñecas que fui
adquiriendo, que yo mismo ayudé a diseñar, el nombre de mis hijos.
Eran pequeños tributos a su inocencia, al amor incondicional que
tenían hacia mi y la fe que depositó mi pueblo. La misma fe y amor
que destruí al dividirlos convirtiéndolos en feroces enemigos.
Por ello cuando conocí a la bruja
comprendí que ambos siempre tendríamos algo que nos uniría: el
dolor. Ella había visto a sus hijos morir. Sabía que era verse
privada de abrazar aquello que germina a tu alrededor. Padecía por
Emaleth, su hija asesinada con sus propias manos debido al miedo que
nuestro pueblo le despertaba, y también por Lasher, el Taltos macho
que estuvo a punto de destruirla. Lamentaba que la historia hubiese
sido tan cruel para los cuatro, incluyendo a su esposo Michael, pues
hubiese deseado algo distinto mucho más pacífico, con proezas
científicas y un amor incondicional por la vida. Pues ella siempre
odió que se experimentara con la vida si no era para rescatarla de
la muerte. Se sentía semilla del mal y fuente seca. Por eso mismo le
ofrecí a Bru para que no olvidara que era inocente y que mi amor
siempre sería puro hacia ella. Tan puro como el amor de un hijo
hacia una madre.
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