—Nunca piensas en mis
sentimientos—dijo sin bajar el libro que tenía entre sus manos—.
Jamás reflexionas si me sentiré bien o mal...
Sus palabras hicieron eco en mis
pensamientos y provocó que le mirara de soslayo. Estábamos en mi
biblioteca favorita del castillo, donde había pasado mis peores años
de vida. Aquí solía subir castigado por mi padre, golpeado por mis
hermanos y recriminado por mi madre. Me sentaba en el alfeizar de una
pequeña ventana y contemplaba los moribundos campos, esos que ahora
se extienden como hermosos y gloriosos viñedos. He recuperado mis
viejos planes y sueños, pero sigo sintiendo la humedad de aquellos
años y el dolor que me hacía ser tan perverso, tan rebelde y tan
inconsciente. Quizás amo éste lugar porque me hace ser lo que
siempre he sido, para así no olvidar.
La biblioteca no es demasiado extensa,
tan sólo posee un hermoso fresco en el techo que se asemeja a un
cielo cargado de estrellas. Puedo ver las constelaciones más
conocidas con sólo levantar el cuello. Realmente es admirable el
trabajo que han hecho ofreciéndome todos mis caprichos.
—Si no pensara en tus sentimientos,
Louis, no hubiese permitido que estuvieses aquí—respondí bajando
el periódico que tenía entre mis manos. Llegué a doblarlo, lo
dejé sobre un lado de la mesa y miré fijamente sus finos rasgos.
Tenía un aspecto impecable. Poseía
una belleza única que me atrapaba sin poder explicarlo. Deseaba
besar sus carnosos labios, hundir mis dedos entre sus largos y
ondulados cabellos oscuros, y aspirar el aroma del caro perfume
francés que yo mismo le había obsequiado.
—Te burlas de mí—susurró bajando
el libro, al igual que yo había hecho con mi periódico. Leía un
poemario que yo mismo le había obsequiado. Si no le amara no
conocería sus gustos ni le ofrecería caprichos.
—¿Yo me burlo de ti? ¿Qué hay de
mí?—pregunté incorporándome para ir hacia la silla lacada de
oro, forrada con encantador forro borgoña, que yo mismo había
elegido con él. Me senté a su lado y seguí hablando mirándole a
los ojos. No pensaba esconderme—. Huyes de mis brazos y debo
aceptarlo. Tengo que encajar que no me soportes, para luego escuchar
que yo te eché de ellos.
—Lo haces—dijo levantándose.
—¿Cómo lo hago?—me levanté
molesto.
—Aceptando en ellos a todas esas
desconocidas de generosos escotes, las cuales tomas entre tus brazos
y las seduces hasta que caen suspirando sobre tu torso—reprochó.
Mi vida, su vida, y en sí nuestra vida
era un canto de reproches y molestias. Él gritaba, yo lo hacía aún
más, nos odiábamos y luego susurrábamos palabras llenas de amor.
No había quien nos entendiera y a la vez cualquier amante sabía que
todo era fruto de los celos.
—¡Y luego las mato!—exclamé.
—Vaya forma de matar...—murmuró
abrazándose a sí mismo, bajando la cabeza y dejando sus ojos
clavados en el suelo de piedra de la habitación.
—¿Sabes tú alguna mejor?—chisté—.
¡Oh! ¡Espera! Ahora recuerdo que tú cazas ratas.
—Lestat, deja de destacar los errores
de mi pasado—dijo dando un paso hacia atrás, bajando los brazos e
intentando huir como una de esas ratas que pataleaban en su boca,
justo antes de morir y perder hasta la última gota de sangre.
Si había aludido a ese pasado es
porque era eso, pasado. Él cazaba igual que yo. Buscaba al criminal,
al villano, al que tenía la misma envergadura moral que nosotros y
lo mataba. Mataba como todos. Saciaba su sed con la sangre de otro
asesino, otro como él.
—Y tú deja de creer que juego con
las golfas que me aclaman—me acerqué rápidamente a él, tomándolo
del rostro y le hablé con total sinceridad—. Ellas no me
interesan.
—¿Y qué te interesa?
Su pregunta fue respondida con un beso.
Un beso que calmó sus dudas. Mi sangre acarició su lengua y llenó
su boca. Rápidamente sus manos se aferraron a mí y todo su cuerpo
cedió a mis deseos. Louis dejó de clamar por todo y se convirtió
en el amante que tanto deseaba.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario