Lestat de Lioncourt
Aún lloro a escondidas. Cuando pienso
en todo lo que pudimos tener, en lo que se logró y se perdió, me
siento un inútil. Quizás pude haber muerto, pero debí ser más
rebelde y fuerte. Dejé que mi mundo se derrumbara y que mis padres,
aquellos a los que le debo la vida, quedaran enterrados en hielo.
Puedo escuchar la voz seria y amable de mi padre, observar sus ojos
bondadosos y su sonrisa calmada, mientras intentaba inculcarme los
valores de un hombre de negocios serio, inteligente y con deseos de
progresar en un mundo salvaje.
Todo lo que nos ofreció se desvaneció.
Muchos de mis hermanos eran codiciosos. Ellos deseaban el trono.
Querían ser los dioses de una isla perdida en medio del Caribe. Yo
sólo deseaba nadar en sus aguas cálidas, caminar bajo el sol y
tomar leche fresca. Era algo que mi padre solía hacer. Él lloraba
en las noches, como yo, junto a mi madre. Deseaba que ella
comprendiera que el pecado que habían cometido era por amor, no sólo
por un deseo insano de salvar una estirpe condenada. Sin embargo, en
las mañanas podías verlo pasear por aquella larga lengua de arena
dorada. Yo salía a su encuentro, caminaba a su lado, mientras él me
narraba miles de historias y cantaba conmigo dejando que el viento
soplara con fuerza creando pequeñas olas bravas, libres y únicas.
Quiero volver a ser libre lejos de los
muros de éste frío edificio. Me conozco cada cuadro, cada sala,
cada espacio en la estantería y las insufribles vistas a los
hermosos jardines que hay para los pacientes. Detesto la bata de
médico. Odio tener que estudiar sobre los avances científicos. Me
amarga tener que llevar un control extremo sobre mi crecimiento, mis
conocimientos y mi genética. Estoy harto de ser un Mayfair de
segunda clase. Soy un experimento genético para Rowan. Me mira con
frialdad, pero a la vez me muestra un amor extraño. No logro
comprenderla. Creo que no deseo comprender nada de lo que ella pueda
decirme. No quiero sentir afecto, pero a la vez sé que los quiero a
mi modo. Sólo deseo volver a casa, a la larga lengua de arena, y
contemplar un nuevo atardecer junto a mi padre.
Hubiese deseado que viese que éste
maldito idiota, un cínico joven y estúpido, se ha convertido en un
milagro para muchos pacientes. Gracias a los conocimientos adquiridos
he salvado vidas, pero la mía está todavía destruida. Jamás seré
libre de nuevo. Nunca podré volver. Jamás podré hablar con mis
padres. Mis hermanas no me entienden. Me siento solo.
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