He buscado la única carta que tengo de Nicolas, no de Eleni. Es una carta suya, de su puño y letra, y reza en ella su odio y también su amor. Sólo le decepcioné y eso causó que su corazón se quebrara.
Lestat de Lioncourt
No he olvidado sonreír, sólo he
olvidado los motivos por los cuales lo hacía. Soy un demonio que
camina entre el bien y el mal, empujando a muchos a decidir por lo
más tentador y apetecible. He condenado a muchas almas, he
disfrutado de la sangre y todos los secretos crueles que contienen
las venas frágiles de mis víctimas. Yo también soy una víctima.
Me he convertido en un despreciable ser que trepa por los confines de
ésta ciudad, la ciudad donde la revolución truena y el mundo parece
crujir a golpe de pólvora, mientras las cabezas ruedan por las
plazas. La sangre de los nobles manchan los delicados zapatos de los
burgueses. Te recuerdo a ti y deseo que tú ruedes como ellos. No por
tu nobleza, sino por lo hipócrita que fuiste durante tantas noches.
Me dijiste que me amabas a mí del
mismo modo que amabas las luces diáfanas de las velas, al igual que
amabas mi música y te apasionaba la idea del arte y la sátira.
Tenías vocación de santo y demonio, comulgabas entre el bien y el
mal desde que te conocí, poseías encanto y convicción, además de
una luz que aún me ciega y que ya no me ofreces. No sé como debo
tratarte. Es más, no sé si deba tratarte. Te has convertido en mi
verdugo y aún así sostengo las estúpidas cartas que envías.
Eleni se hace cargo de hacerme llegar
cada una de tus líneas. Ella las lee en voz alta con cierta ilusión,
pero yo la observo como si no me importaran. Pero me importa. Estás
viendo mundo, estás conquistando sueños, sabiduría y una vida que
ya no nos pertenece. Somos retorcidos monstruos que reptan por la
oscuridad secuestrando sueños, pero tú los haces realidad. Te has
convertido en un aventurero, porque ya eras cazador. Ese instinto de
sostener la presa, de retorcerle el cuello y dejarla muerta lo
conocías bien. Siempre lo has conocido bien. Matabas para sobrevivir
y éste no es muy distinto a cazar pobres conejos indefensos. No.
Pues incluso los lobos parecían más fieros, terribles y cruentos
que tú.
Te odio. Te detesto. Siento asco de
haber gemido tu nombre mientras mordía la almohada de aquel tugurio,
el mismo nombre que suspiraba acariciando tu torso y que tú repetías
como si fuera una burla. Porque te burlabas de mí. Te burlas aún de
mí. Yo no te importo lo más mínimo. De haberte importado, maldito
malnacido, me habías hecho lo que soy hacía mucho y no me habrías
condenado a observar ese espectáculo de huesos, demonios consumidos
por las llamas y juicios de palabras profanas. Sabías que yo creía
en Dios, pero tú te convertiste en mi ángel. Ahora no eres más que
un demonio. Desprecio tu dinero, tus propiedades y todo lo que me
ofreces. Pero me quedo con éste lugar porque es el escenario de
nuestra derrota, una derrota peor que la que tuvimos frente a la
vida. Es la derrota del amor, la amistad y la complicidad. Aquí
yacen todos mis sueños, mientras parece que los tuyos volaron
contigo.
Si te escribo ésta carta es para
despedirme de ti. No envíes más cartas. No quiero saber de ti. No
quiero escuchar tus miserables palabras de amor y preocupación. Tú
a mí no me quieres. Sólo soy una espina clavada en tu corazón que
pronto dejará de hacerte daño. Muérete o deja que yo muera, pero
no me condenes a saber que ambos estamos bailando con la doncella
sobre la faz de ésta pútrida tierra.
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