Muchas veces has cuestionado mis
sentimientos como si no me importaras. Me has mirado con una rabia
ciega digna del peor enemigo. Has escupido veneno por tus carnosos y
encantadores labios. Sentí el dolor y la malicia en cada una de tus
palabras, igual que una daga atravesando mi corazón y decapitando
cada sentimiento bondadoso que he tenido hacia ti. Debería odiarte,
despreciarte, y enterrarte finalmente, con todos los honores y
horrores, en el olvido. Sin embargo, me sigues esperando y deseando
que me arrodille frente a ti, admita mis pecados y acepte la condena
de tus ojos tristes.
Sé que no he sido el mejor de los
amantes. Juro por éste prometedor futuro, ese que aún es
desconocido, excitante y aterrador, que estoy arrepentido de haber
dado la callada por respuesta. Mis silencios se convirtieron en el
eco de tus lamentables pasos, en fallos condenables y en pecado
abrasador que envenenaba cada partícula de tu alma. Te convertiste
en rabia y fuego, en lágrimas y condena, mientras creías que no
hallarías jamás la paz. Y, sin embargo, yo hallaba la paz en el
hogar de tu cuerpo, en esos brazos mucho más delgados que los míos
y en ese rostro, que a veces parece de porcelana fina, empapado en
lágrimas.
Me preguntas por el amor y si siento
algo similar por ti. Algo que sea puro y condenable en el infierno,
que pueda alzarse en los cielos y brillar con cada incontable
estrella. Para ser sinceros te amo demasiado. Eres la prueba
irrefutable que hay amores incomprensibles, incontenibles,
inconcebibles y defectuosos. Sí, estamos defectuosos porque no
sabemos mantenernos el uno con el otro, no nos saciamos y nos
condenamos a despreciarnos durante algunas noches. ¡Pero, ah! Luego
viene el arrepentimiento amargo y terrible, ese que te deja sin
descansar durante las mañanas y te hace caminar despacio,
arrastrando las suelas de las botas, nada más caer el sol.
No sé imaginar un mundo sin ti. Te has
convertido en el bombeo continuo de mi corazón. Jamás sabría
expresar con exactitud aquello que alimenta mi vida, pues soy incapaz
de olvidarme de ti ni un solo segundo. Ambiciono cada minuto, codicio
cada segundo y añoro los momentos que no pasamos juntos. He
imaginado miles de sonrisas diáfanas, caricias intensas, besos
inquietos y el cortejo de un digno caballero al hombre que ama. Pero
soy incapaz de confesarme abiertamente usando todas estas palabras,
pues pueden sonar a simple estratagema. Soy un cobarde quizás, pero
frente a tus ojos no sé decir más que te amo. Un simple te amo. Un
te amo que usan demasiado los poetas y escritores más variopintos,
también los jóvenes que sin saber su valor o significado real lo
ofrecen como quien regala unos céntimos de limosna a un pobre.
El amor, Louis, no se puede explicar.
El amor se debe sentir. Y yo lo siento con todo mi ser. Tú y yo lo
sentimos cada noche, aunque estemos separados. Cuando estamos juntos
noto que el mundo deja de tener el mismo sentido, comienza a ser una
paradoja y los fuegos artificiales estallan en mi cabeza. Hay algo
que me impulsa a besarte, tocar tus mejillas como si fueras una obra
de arte y destrozar tu camisa para deslizar mi húmeda lengua por tus
rosados pezones. Muchas veces te he dejado desnudo, como la Venus
salida de las aguas, permitiendo que me excitara como ahora mismo lo
estoy haciendo de tan sólo recordarlo. Si quieres saber que es el
amor y la pasión sólo tienes que mirarme a los ojos, buscar mi boca
y dejar que te pegue a la pared, desnude tu cuerpo y te haga mío una
vez más. Mi sangre será tu sangre, tu sangre será mi sangre, y nos
convertiremos en una amalgama de caricias tórridas, palabras
impronunciables y exceso. Deseas saber si me comprometo a permanecer
a tu lado, siendo algo más que el príncipe que todos contemplan y
señalan como si fuese un Dios griego, cuando sólo tienes que
desnudarte recostándote en la blanca espuma de mis sábanas de seda.
Quiero ser tu demonio y que tú te
conviertas en mi ángel. Deseo que seas la sangre que haga bombear mi
corazón. Necesito el veneno de tus ojos verdes cargados
desesperanza, necedad y locura. Tus manos me quemarán como nunca lo
han hecho y yo te marcaré como jamás lo he intentado. Por favor,
ven a mí.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario