Daniel Molloy ha decidido compartir con nosotros esta reflexión. Esperamos que os interese.
Lestat de Lioncourt
El mundo tiene demasiadas escalas
sociales, aunque esto ocurre desde sus albores. Sin embargo, en los
primeros años del hombre sobre la tierra poseían una organización
similar a la que disfrutamos los vampiros hoy en día. Era una
pirámide marcada, aunque simple. Los ancianos eran quienes
destacaban entre los moradores de los pueblos, ellos eran los
dirigentes y se escuchaba también a los guerreros. El resto
participaba, pero era una participación más nimia donde tan sólo
dejaban ciertos matices ante los puntos de vista de las esferas
superiores.
Actualmente el ser humano arrincona a
los ancianos en horribles edificios donde los abandonan y olvidan.
Ellos se quedan desconsolados contemplando las paredes vacías de
recuerdos, algunos con la mente perdida en viejas fotografías que ya
ni siquiera existen y cientos con la angustia de saberse un trasto
inútil que se irá apagando lentamente. Se han convertido en
escombros de aquello que fue parte de la civilización. Muchos
apartan la vista sin saber que ese pasado, el que les intenta hablar,
pronto serán ellos y se verán en las mismas penosas circunstancias.
Sin embargo, los jóvenes no piensan en el tiempo perdido y en las
oportunidades concedidas. Ni siquiera creen que las arrugas y la
muerte son algo habitual en todo ser humano, si bien el miedo los
alienta a desear ser inmortales.
Nosotros tenemos una civilización que
está basada en el diálogo. Se tiene en cuenta a los más antiguos y
en aquellos que poseen ciertas capacidades especiales. No se olvidan
a los jóvenes, así como a los más débiles, porque es para ellos
por quienes luchamos. En los últimos tiempos tuvimos un conflicto
que provocó que muchos murieran. El dolor fue terrible, la pérdida
incalificable. Actualmente nos movemos con los pies de plomos y
acatamos unas normas, una forma de vivir y unas necesidades
delimitadas por aquellos que nos dirigen.
El mundo que estamos construyendo no
sólo servirá para los más ancianos, sino también para los
jóvenes. Hay cabida para todos entre los nuestros. Desconozco porque
los seres humanos olvidan y aíslan a muchos de sus mayores. Quizás
es el miedo de verse reflejado en la inevitable muerte.
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