Jamás quise decirte adiós. Nunca
deseé despedirme de tu aroma en mi ropa. Me aferré a todos los
recuerdos, a cada momento vivido, y dejé que parte de mi alma
muriera desesperada por la despedida. Ahogué mis lágrimas en los
momentos más intensos de ésta nueva vida, pero jamás
desaparecieron. Recuerdo nuestras largas conversaciones, tus ojos
oscuros sonriéndome embriagados por la pasión, y esas caricias que
siempre sentí puras.
El tiempo no ha borrado todo lo que
hemos vivido. Creo que todavía puedo escuchar tu voz y rememorar
ocasionalmente el aroma de tu piel. Durante algunos años creí
enloquecer. Te imaginaba caminando a mi lado, con las manos en la
chaqueta y esas largas zancadas tuyas intentando seguirme. Eras el
fantasma que me recordaba permanentemente mi mayor fracaso.
Hoy, tras tantos siglos, he vuelto a
París, como hago ocasionalmente, y me he subido a un tejado con un
violín entre mis manos. Abajo hay un gran alboroto. He visto algún
joven vampiro observándome con curiosidad, preguntándose si yo soy
ese legendario inmortal llamado Lestat, pero no he dicho ni hecho
nada. Amel ha tarareado aquellas canciones que solías balbucear
completamente ciego por el alcohol.
He llorado, Nicolas. He llorado como un
niño. He vuelto a llorar como cuando fuimos al lugar de las brujas.
Te he imaginado en las empedradas calles correteando con aquel
magnífico violín bajo tus brazos, con la camisa abierta y el
cabello revuelto. He vuelto a nuestro París. Contemplé el Jardín
Salvaje de antaño, pude aspirar el aroma de sus flores y me dejé
llevar por los recuerdos. Creo que grité tu nombre, pero fue un
arrebato inconsciente.
Desearía que te manifestaras... Si
sigues rondando éste mundo... ¡Hazlo! Se el demonio que me persiga
en ésta ocasión...
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario