Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 12 de agosto de 2015

Dime lo maldito que soy

—Desprecias la vida humana—masculló.

La luz de las velas iluminaba encantadoramente la escena. Sobre la mesa había un festín opulento. Cualquiera de mis hambrientos hermanos se habrían dado un atracón increíble. Los perros se habrían lanzado contra el pavo, mi viejo y achacoso padre habría sorbido la sopa, mi madre, con sus encantadores modales, habría preferido saborear las manzanas tan apetecibles, las cuales parecían sacadas de un impresionante bodegón, que destacaban en el frutero. Aquello era una vida que yo no había conocido. Había vivido rodeado de miseria y hambre. El calor de Louisiana era muy distinto al frío y la humedad de aquel viejo castillo.

—¿Desprecio su vida?—pregunté abriendo mis generosos labios, para luego sonreír de forma socarrona. Me sentía tentado a proseguir la discusión. Amaba sus rasgos masculinos, aunque suaves y dulces como los de una mujer, con una expresión desamparo y dolor propia de un mártir. Realmente lo amaba—. No, querido. Aprecio la mía—dije tomando uno de los racimos de uva negra. Aquellas viñas habían venido de Europa. Era impresionante como habían sobrevivido las cepas y se habían adaptado a una tierra hostil. Las viñas de mi padre nunca volvieron a dar frutos, pero aquí era distinto.

—¿Y qué aprecio es ese?—susurró tomando uno de los candelabros. La vela iluminó ligeramente su rostro, provocando que sus ojos verdes parecieran gemas—. Te diviertes eligiendo tu víctima entre la multitud, como si fueses superior a ellos, y haces que confíen en ti para arrebatarles lo más preciado.

La inmortalidad tiene un precio muy alto y es que te conviertes en un asesino. Pero yo no era cualquier asesino. Yo seguía mis normas. Unas normas que no le había enseñado a él por el mero hecho que si las contaba, tal y como me lo había pedido Marius, me vería obligado a escupir todo lo que sabía. Me negaba, obviamente. No quería romper mi pacto de caballeros. Por ese entonces intentaba ser todo lo que mi buena madre, la cual me había abandonado hacía no mucho, me había enseñado.

—Lo describes de una forma muy poética, adelante—dije con un ademán de mi mano derecha, pidiéndole que continuara—. Por favor, que no pare tu retórica.

—¡Te estoy abriendo mi corazón! ¡Me repugnas!—exclamó—. Detesto saber que todo lo tengo que aprender de ti.

Sus ojos estaban a punto de romper a llorar. ¡Oh! ¡Qué maravilla! Podía ver sus sentimientos tan claros, tan firmes, tan hirientes y tan hermosos. Aquello era un espectáculo digno de una novela de Dickens.

—Adelante, aprende tú solo—susurré tomando una de las uvas, para arrancarla del racimo. Miré la fruta, acaricié su suave piel, y se la lancé a la cara propinándole un suave golpe en la mejilla derecha—.Yo así lo hice.

—Mentiroso—reprochó en un murmullo.

—¿Acaso no me crees?—pregunté ligeramente ofendido, aunque me regodeaba. Me encantaba ver como se molestaba conmigo. Aquello era muy divertido.

—¿Es que puedo creer algo de ti? ¿Puedo confiar en el ser que tú eres?—insinuaba que yo era lo peor de lo peor, lo cual me convertía en lo mejor—. Eres despreciable.

—Ya escuché ésto antes, creo que en un sueño... Ah, no... la noche anterior. Llevas así más de un mes—guardé silencio un segundo, comprobando que me escuchaba con aquel ceño fruncido y esa boca carnosa a punto de estallar en un griterío insufrible—. Por favor, cállate.

—¡No voy a callarme! ¡Deja de burlarte de mí!—gritó tal y como esperaba.

—Pues deja de creer que tu moral es superior a la mía—dije dejando el racimo en la mesa, para levantarme de ésta y apoyarme sobre el borde de ambos extremos.

—Perdóname si aún aprecio la vida humana—dijo dejando la vela en su lugar.

—¿Acaso yo no la aprecio?—susurré ligeramente inclinado hacia delante.

—No lo haces—negó con la cabeza.

—Si no la apreciara no seguiría vivo. Me enamoro de la maldad que poseen sus corazones, los atrapo con encanto en mi tela de araña y bebo de ellos hasta la última gota. No desprecio nada. Si no apreciara su vida no tendría tanto cuidado.

Admito que el discurso me quedó espléndido, pero él no lo vio así. No comprendía lo que yo quería transmitirle. Para él yo era un monstruo, un demonio, un ser horrible y él un sufrido que se creía poeta. Todos hemos sentido repulsión ante el asesinato, pero te acostumbras. Sabes que debes hacerlo y escoges al peor de todos. Eliges asesinos porque son como tú, porque tienen el corazón podrido, y porque saben mucho mejor. Además, nadie echa de menos a los bastardos. Libras al mundo de un grano en el culo y salvas a pobres inocentes que tendrían que soportar sus fechorías. No hay nada mejor que matar a un ser terrible, un criminal, porque te hace sentir bueno y que haces algo digno de ser elogiado. Si bien, como he dicho, eliges a un ser idéntico a ti. Tomas a un igual. No eres un héroe.

—Eres despreciable—murmuró con rabia.

—Y tú un perfecto mártir—dije señalándolo con el índice de mi mano derecha.

—Me das asco—chistó.

—Añadiré el asco a la lista de sentimientos que te provoco—contesté apartándome de la mesa, para poner las manos tras mi espalda.

Me dirigí a la puerta del comedor, la cual daba al espléndido salón que poseíamos. Allí había un elegante clave y a mí me encantaba contemplarlo. Amaba tocar sus formas. El instrumento era de la hermana de Louis. Sabía cuánto lo apreciaba. Aquella obra maestra había sonado en tiempos mejores, cuando Paul no era un cadáver siendo consumido por gusanos.

—¡Muérete!—gritó con una furia muy común en él, lo cual no me pilló por sorpresa.

—Lo siento, pero creo que llegas tarde para desearme la muerte—dije girándome justo bajo el marco de la puerta—. Ya estoy muerto—susurré con una sonrisa, regodeándome en cada una de mis palabras—. Igual que tú.


El resto de la noche fue un silencio incómodo entre ambos, aunque no para la noche. Fuera los esclavos se arremolinaban acusándonos de demonios. Podía sentir el miedo y el odio cubriendo sus almas, envenenando sus pensamientos y provocando que la revuelta estuviese muy cerca.

Lestat de Lioncourt  

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Lestat de Lioncourt