Lestat de Lioncourt
Las sirenas parecían romper la quietud
de la ciudad. Habían ocurrido algunos disturbios violentos no muy
lejos del estudio donde todos se reunían. En aquella habitación,
ligeramente alejada del mundo, se encontraba un reducto de inmortales
que deseaban desvelar la verdad oculta en cada párrafo de una
historia ya contada. Benjamín estaba junto a David. Ambos inmortales
poseían unos rasgos muy atractivos, unas pieles doradas de
apariencia mortal y unos ojos castaños muy profundos. Conversaban en
un suave murmullo sobre el próximo invitado. Daniel, el antiguo
periodista de prensa escrita, se dedicaba a revisar los últimos
comentarios realizados en la web.
No muy lejos de ellos, alrededor del
piano, se hallaba Sybelle en los brazos de Antoine. Ambos se miraban
a los ojos mientras bailaban gracias a una canción dulce, aunque
apasionada, que tarareaba el violinista. Los ojos azules, tan llenos
de vida como de malas vivencias, se fundían en los de su amada musa.
Sybelle era como un ángel con aquellos cabellos dorados sueltos,
rozando sus hombros y cintura, mientras sonreía con aquellos ojos
claros llenos de música. Pues ella veía la música ascender y
descender, podía sentirla sobre su piel y entrando en su alma. Para
ella la música era algo más que una melodía, un pentagrama, un
ruido agradable...
Los presentadores del informal, aunque
imprescindible, programa de radio online vestían con unos trajes de
Armani que Armand había conseguido hacía unas horas. Había sido un
obsequio y ellos habían aceptado. Era habitual entre inmortales,
sobre todo entre grandes amigos, regalarse cosas como aquellas. Las
ropas o joyas eran prendas muy apreciadas, aunque Louis prefería que
le regalaran libros. Él no estaba allí, aunque se encontraba
pendiente del programa muy cerca de Lestat. Ambos estaban en
Auvernia.
Allí estaba otro inmortal. Otro tan
importante como desconocido para muchos. Benedict se hallaba sentado
alrededor de todos aquellos que le juzgaban, para bien como para mal,
mientras se recordaba así mismo que ser un monstruo era parte
intrínseca del proceso de ser inmortal, que sus pecados no eran tan
distintos a los de otros y que podía asumir el riesgo de hablar
públicamente en aquella pequeña radio.
La risa fresca de Sybelle era muy
agradable y fue lo primero que se escuchó aquella noche, para luego
transmitir las primeras notas de su piano. Antoine la siguió
danzando alrededor del instrumento apoyando su mentón en el suyo,
dejando que sus dedos pellizcaran cada cuerda y emitiera un sonido
poco usual para muchos. Armand los escuchaba desde una de las
bibliotecas, la favorita de Lestat, mientras rezaba a un Dios en el
cual ya no creía, pero que aún así tenía presente.
—Bienvenidos una vez más—dijo
Benjamín rompiendo el hielo—. Mi nombre es Benjamín y estoy aquí
para invitaros a éste espacio íntimo que tan bien conoceréis. Para
aquellos que no, que es su primera vez, os agradezco el contactar con
nosotros en una noche que puede ser una puerta abierta que jamás se
cerrará si no queréis—su voz era dulce y tranquila, lo cual
animaba a la complicidad que tenía con David tras tantas semanas.
—Hoy tenemos un invitado muy
especial—indicó David—. Soy David Talbot, viejo miembro y
director de la Orden de La Talamasca, detectives de lo sobrenatural,
que se encuentra entre los inmortales más poderosos de éstos
tiempos. Ahora, como inmortal, me dedico a traeros entrevistas
profundas y sinceras con inmortales que han decidido ser parte de la
historia de la Tribu. Una Tribu que cada vez es más amplia y
unida—dijo con una sonrisa que podía transmitirse a través de las
ondas—. Benedict nos acompaña en ésta ocasión. ¿Quién es
Benedict? Para aquellos que han leído la última aventura de Lestat
bien sabréis quién es y parte de su historia, otros la conoceréis
hoy.
—Bienvenido, te damos las
gracias—añadió Benjamín.
—Gracias a ambos—dijo en un tono de
voz casi inapreciable—. Mi nombre es Benedict...—susurró algo
más convencido con lo que hacía. Se animó así mismo pensando que
debía demostrar lo que conocía, su verdad, y no permitirle a otros
que contaran sus orígenes y el dolor que aún soportaba—. Estoy a
vuestra entera disposición.
—Hace tiempo que no conocíamos
inmortales tan antiguos como tú. Habéis dado un paso adelante y tú
eres ahora conocido por una atrocidad, por una desgracia, ¿cómo
sienta una fama tan terrible?—preguntó David.
—Soy un hombre que iba a consagrar su
vida a Dios. Todavía creo en la bondad y en la maldad. Ahora no soy
un monje, no voy a ser ordenado jamás entre los hombres bondadosos
que seguían a Dios Padre, pero sí soy un hombre que acepta sus
errores y se flagela cada noche—su voz sonaba trémula, pero
fuerte. Hablaba con convicción, aunque parecía asustado—. Ayudé
a acabar con la vida de Maharet y Khayman, secuestré a Mekare y
Viktor, pero juro que lo hice porque creí que era la única
solución. Rhosh parecía decidido y me convenció. Él está muy
arrepentido y yo también. Me arrepiento de mis actos, pues estos han
causado un daño terrible. Sin embargo, ya no se pueden reparar. Es
algo que no podemos regresar, aunque damos las gracias a todos por
aceptar nuestras disculpas. Nuestra conciencia jamás estará
tranquila y ese, sin duda alguna, será la peor condena.
Aquellas palabras llegaron a Jesse.
David pudo conocerlo de primera mano. Un mensaje apareció en la
pantalla de su móvil. No hubo sonido alguno, sólo una pequeña
vibración y una luz encendida. El mensaje era sincero y directo.
Ella aceptaba esas disculpas, pues sabía que Benedict en el fondo
era sólo una víctima como el resto de inmortales implicados en las
Quemas.
—¿Por qué aceptaste la
inmortalidad?—preguntó Benjamín—. Yo quería estar con Armand y
Sybelle para siempre. Amo a ambos. También amo a mi amo, Marius, y
aprecio a todos los inmortales que he ido conociendo. Si bien, ¿por
qué lo aceptaste tú?—la pregunta era habitual. Muchos lo habían
contado en sus historias, pero otros no habían podido aún decir
demasiado.
—Conocía Rhosh. Él prácticamente
me persuadió a aceptarlo—respondió tras una risa nerviosa—. Amo
a Rhosh. Detesto cuando él se molesta conmigo—se encogió de
hombros un momento y suspiró—. Es un gran regalo que hay que dar
con cuidado.
—Hablando de dar, ¿cómo te sentó
que Magnus te robara La Sangre y se convirtiera en inmortal?—preguntó
ésta vez David.
—Ah...—alzó sus cejas castañas y
se echó a reír—. Me molesté mucho, pero sobre todo porque sabía
que Rhosh no estaba de acuerdo. No fui cuidadoso y me comporté como
un idiota—puso sus delicadas manos sobre la mesa y acarició el
micrófono—. Me gusta la música de Sybelle y Antoine, pues me
recuerda mucho al trabajo de Notker...
Ambos músicos tocaban apasionadamente,
se concentraban en una melodía que animara al inmortal a contar su
historia. También sanaban las heridas de muchos. La música era una
terapia, una amiga. Sybelle llevaba un elegante y vaporoso vestido
rojo pasión, como si fuese una fresa madura, y Antoine un traje
blanco muy elegante.
—¿Qué sentiste al saber que Magnus
es un fantasma ahora? Y un fantasma que colabora con la raíz misma
de Talamasca—esa pregunta era interesante, pues le hizo meditar
unos segundos. David había dado en el clavo.
—Felicidad—respondió con
simpleza—. Ha logrado tener la apariencia que merecía y tiene la
paz que buscaba. Fue un estúpido al creer que podría tenerlo todo
con La Sangre. La Sangre no te da nada salvo oportunidades para ser
feliz, pero a veces no podemos ser felices basándonos en vivir para
siempre. Es el miedo a la muerte el que le condujo hacer algo así.
Un miedo terrible a morir sin ser amado, sin ser comprendido, sin
experimentar todo lo que quería hacer y sin lograr ciertos
hallazgos. Pero ahora es feliz, yo también lo soy y todos deberíamos
serlo porque ha llegado un nuevo periodo menos oscuro, menos frívolo,
menos duro...
—¿Por qué crees eso?—interrogó
Benjamín.
—Todos sabemos ahora la verdad, qué
somos y de dónde venimos, aunque todavía queda resolver el dónde
vamos y cómo nos comportaremos en un futuro. Me encanta saber que
soy parte de una Tribu y que no soy un muerto viviente, sino un
mutante—movió sus piernas un instante y las cruzó para luego
estirazarlas por debajo de la mesa. Aquella silla era algo incómoda,
pero no diría nada por no parecer desagradable.
—¿Por qué os separáis a veces
Rhosh y tú?—aquello hizo que Benedict sufriera otro cambio. Las
palabras en tono sutil de David llegaron hasta su corazón.
—Discusiones estúpidas, como las que
podéis tener todos—dijo encogiéndose de hombros—. Pero él se
muestra muy arrepentido y me acepta de nuevo a su lado, yo acepto
estarlo y decido amarlo sin más. Aprendemos de nuestros errores y
eso es bueno. Es la belleza de la vida, sea mortal o no—se llevó
la mano derecha a la frente y retiró un mechón ondulado, casi
rizado por completo, de su rostro para dejarlo tras su oreja.
—¿Como las de Marius y Armand? ¿O
las que tiene Louis y Lestat?—esa pregunta por parte de David puso
nervioso a Benedict. No quería hablar de ello—. ¿Qué has
decidido hacer con tu nueva fama?
—Limpiarla. Deseo que comprendan que
fue algo puntual. No soy así. Lo hice por amor y lealtad, pero era
porque pensaba que era lo correcto. Ahora sabemos que no lo
era—explicó de nuevo—. El amor es mejor que el odio y la
violencia.
—¿Qué es lo que más te
gusta?—preguntó Benjamín.
—Como a muchos inmortales me gusta el
arte, conversar con otros, leer y sobre todo observar a Rhosh jugar
sus eternas partidas de ajedrez—dijo Benedict.
—Gracias por estar aquí, por contar
tu verdad. ¿Deseas añadir algo más?—dijo Benjamín.
—Sí, que gracias. Que lamento mucho
lo ocurrido. También que espero poder volver a Viktor, Jesse y a
tantos otros. Quiero hablar con ellos en privado y comprenderlos
mejor. Por favor...
La música ascendió, pero de repente
se calmó. Benjamín dio sus palabras finales. Explicó que la
siguiente entrevista sería con Pandora, la cual estaba deseosa de
estar en la radio compartiendo sus vivencias. David sonrió
triunfante, pues él la convenció como hacía tantos años atrás.
Daniel simplemente terminaba de teclear la entrevista, para dejarla
en medios escritos. Los músicos siguieron tocando hasta pasadas
varias horas. Benedict se marchó a la biblioteca, allí se sentó
junto a Armand y lo contempló en silencio. Después ambos vampiros,
Benedict y Armand, conversaron sobre el arte, la ciencia y el mundo
mortal.
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