Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 9 de agosto de 2015

Conversaciones necesarias

Armand y Daniel deberían hablar largo y tendido a solas. 

Lestat de Lioncourt


Hoy ha ocurrido algo que todavía intento asimilar. Ha sido un suceso realmente extraño y extraordinario. Hacía varios años que no conversaba con Armand de la forma en la cual lo hemos hecho hoy. Desde hace algún tiempo todos estamos conectados. Hemos comprendido que no vale la pena despreciarnos, odiarnos y olvidarnos. Comprendo perfectamente los sentimientos encontrados de mi creador, así como sus necesidades de encontrar afecto inclusive en objetos inanimados. Codicia lo que otros tienen porque a él le han negado en infinidad de ocasiones un respeto puro, sin miedo u odio.

A primera hora me encontraba frente a mi vieja olivetti, pues reconozco que me es imposible concentrarme frente a un ordenador. Organizo mejor mis ideas frente a mi vieja amiga. Los ordenadores está bien para difundir información, pero amo lo clásico y acorde a mi época. Él apareció súbitamente emocionado, me estrechó y se subió a la mesa moviendo sus piernas. Parecía un adolescente caprichoso y feliz, para nada el ser siniestro que puede llegar a ser. No era el ángel de la iglesia, harapiento y sucio, que vio Lestat. Tampoco el líder que descubrió Louis. Ni siquiera era el niño moribundo que Marius tomó entre sus brazos. No. Jamás podrías creer que ese muchacho pudiese contener un alma antigua y siniestra. Su boca generosa, sus pómulos llenos y esos ojos profundos, aunque castaños, arrebatarían el aliento a cualquiera. El pecado hecho carne, supongo.

—Hola—dijo tras unos segundos de silencio—. ¿Qué haces?—preguntó husmeando con curiosidad mis documentos.

—Me dispongo a escribir sobre un tema que me resulta muy interesante. Quiero subirlo a la web en unas horas. Es el tema sobre la mitología que nos envuelve—respondí—. ¿Acaso necesitas algo?

—No. No necesito nada.

Me encuentro en su edificio en Nueva York. Marius ha decidido que debemos vivir cerca los unos de los otros. Lestat pidió que estuviésemos, los más cercanos a él, concentrados en pequeños grupos y dispuestos a llevar el peso de las decisiones que él tomaría de acuerdo al consejo principal. El consejo está basado, o formulado, en base a los más antiguos y también, por supuesto, a todos aquellos que conocen bien su forma de pensar. Aunque decir que conoces bien a Lestat es una utopía. Es demasiado impredecible nuestro “gobernante”. Digamos, que Lestat es una caja de sorpresas que no podemos controlar y tampoco debemos hacerlo.

—De acuerdo—. Decidí continuar con mi trabajo, pero sus ojos no se apartaban de mí. Por eso volví a realizar la misma pregunta una vez más—. ¿Necesitas algo?—pregunté apartando las manos de mi máquina de escribir, para colocarlas sobre las suyas.

Vestía muy informal. Sabía que había estado por los barrios bajos cazando alguna presa. Tenía las manos cálidas, igual que las mejillas algo ruborizadas. Llevaba puesto una camisa de cuadros negros y azul cielo, camiseta sin mangas blanca, unos tejanos deslavados claros algo sucios, unas deportivas Converse en el mismo tono de azul que la camisa y un colgante que me resultaba familiar.

—Armand, ¿ese colgante de madera fue mío?—pregunté estirando mi mano derecha hacia su cuello. Toqué el cordón de tela cola de razón y deslicé los dedos hasta la madera. Era una cruz de madera. Siempre la había llevado conmigo cuando era un adolescente. No creía en Dios, pero la encontré en la calle y decidí que la llevaría conmigo. Jamás pensé que me protegería, diese suerte o fuese algo importante. Pero, allí estaba. Esa cruz me trajo recuerdos y él pareció perdido en sus pensamientos, al igual que yo lo hice por unos instantes.

—Estaba entre tus pertenencias cuando decidió Marius cuidarte—explicó apartando mi mano con cuidado, para luego quitársela y tendérmela—. Ahora estás aquí. No tengo porqué llevarla para recordarme que el amor y los deseos tienen un alto precio—susurró. Tomó mis manos entre las suyas, dejó el colgante entre mis dedos y se bajó—. Vine porque deseaba verte. Quería ver con mis propios ojos que sigues siendo el mismo hombre que una vez fuiste. Ya no eres un ratón temeroso en un rincón de la habitación. Mi presencia no te resulta incómoda, al igual que yo no me siento abatido cuando te miro—rió como lo haría un niño y se bajó de la mesa—. He mentido muchas veces, sobre todo en lo que respecta a nosotros, y ahora no tengo porqué hacerlo. No hay motivos.


Los inmortales solemos mentirnos para poder superar los momentos más terribles, oscuros y dolorosos que vivimos día a día. Es una forma de afrontar lo que sufrimos. Algunos nos centramos en tareas mecánicas, como fue mi caso, y otros intentan engañarse con falsos testimonios, como es el caso de Armand, Louis o Marius. Tal vez debí impedir que se fuese de la habitación, pero permití que se marchara y buscara cierta paz lejos de mi presencia. Si bien, desde aquí, aclaro que no le odio, aunque es imposible que podamos vivir sin discutir. Aceptaría sus abrazos, aunque no del todo sus consejos. No suelo seguir los consejos de nadie, pese a que los escucho con cuidado y los tengo presentes a la hora de decidir qué hacer o qué sentir. Quizás medito demasiado las cosas... Sí, lo hago. La próxima vez no le permitiré salir de la habitación sin abrazarlo y darle las gracias por admitir que yo fui importante para él, del mismo modo que él lo fue para mí.  

No hay comentarios:

Gracias por su lectura

Gracias por su lectura
Lestat de Lioncourt