—He aprendido mucho de ti...—murmuró
con cierta rabia.
Intentaba ser misericordioso con él,
pero era imposible. Ambos habíamos caído en las redes del odio.
Todo el amor que nos juramos y profesamos, todas esas promesas que
quedaron suspendidas en el aire, se convirtieron en las llamas de un
odio imposible de soportar. Era demasiado fuerte. Me sentía atado a
ese sentimiento de rencor permanente.
—Me alegro—respondí admirándolo
sobre las tablas de aquel desdichado escenario.
Todavía podía escuchar al público,
sentir su calor, oler los distintos perfumes y sentir el maquillaje
de polvos en mi cara. Danzaba de un lado a otro, cantaba mientras
coreaban mi nombre y aplaudían entusiasmados. Volvía a ser ese
joven enérgico y lleno de sueños. Por un momento él no estaba,
pero tampoco estaba yo. Tan sólo estaba la sensación extraña de
libertad y felicidad intrínseca en cada movimiento en la escena.
Pero, como de la nada, todo se vino abajo y quedó él convertido en
una figura desdichada, llena de odio y envenenada por la rabia.
—Yo también—dijo con una sonrisa
cruel. Tenía los ojos fríos y frívolos. No era el Nicolas que yo
amaba. Ese hombrecito menudo, de ojos pardos, cabello negro y manos
suaves. No. Era un ser dantesco con ganas de abrirme en canal y
echarse unas risas con mi sufrimiento—. Soy un demonio igual de
despreciable que tú.
—No te equivoques, Nicolas. ¡No soy
despreciable!—dije exaltado.
—¿No?—musitó alzando sus oscuras
y finas cejas—. Ah, no... No lo eres. No eres como esos malditos
desgraciados que se lanzan a las llamas. Sí, sí que lo eres. Tienes
miedo porque lo eres. Eres tan monstruoso como ellos. Jamás serás
de nuevo humano. Ya no eres más que un muerto que camina, al igual
que yo—dijo abriendo los brazos—. Y éste será mi reino. ¡Yo
seré el rey de la escena mientras el tiempo me conserva intacto!
Como intactos estuvieron mis sueños de amor, mis esperanzas por ser
el único en tu cama, mientras tú me ocultabas la verdad de tu
misteriosa desaparición. Ingenuo de mí...
—Yo, yo, yo y yo. Mis sufrimientos,
mis necesidades, mis tormentos, mis pasiones y mis... ¡Demonio!—grité
dirigiéndome hacia el escenario por el patio de butacas—. ¡Tú!—lo
señalé con mi dedo acusador y luego bajé el brazo de inmediato.
Negué con la cabeza, hice que mi cabello leonino cayese sobre mis
hombros y mis ojos azules le contemplaran con decepción—. Sólo
buscas como torturarme...
—Siempre te voy a torturar...
—murmuró.
De inmediato las llamas lo consumieron
todo. Todo a mi alrededor eran llamas. Podía oler el humo, sentir el
fuego, y a la vez no me quemaba. Al despertar lo hice llorando
murmurando su nombre. Amel intentaba consolarme. Aquello había sido
un sueño.
—Cálmate, belleza—dijo en tono
sosegado—. Los muertos no pueden hacer daño.
—¿Y por qué no se vuelve a
manifestar?—pregunté—. Deseo saber si todavía me odia...
—¿Acaso importa?
—Sí, sí importa—dije de
inmediato—. A mí me importa. Todavía me siento culpable. Creo que
aún amo a ese mártir...
Entonces escuché sus pasos por el
pasillo. Conocía bien el sonido de esos pies. Al llegar a la
biblioteca hizo sonar sus nudillos, después pasó como si nada y al
verme llorar corrió hacia mí. Se movió tan rápido como un
suspiro. Sus largos dedos blanquecinos rozaron mis mejillas y sus
ojos verdes, como las esmeraldas más hermosas del mundo, brillaron
con un poder sanador indescriptible. Él me sanaba. Él era mi cruz y
mi cara.
—Lestat, mon coeur...
—Oh, Louis... Louis... mon Louis...
mon ange...—susurré aferrándome a él, llorando en sus brazos
como un niño, mientras intentaba calmarme.
Hay heridas que no se cierran, aunque a
veces parecen haber cicatrizado. Son heridas que dejan huella, que
marcan nuestros pasos y se convierten en miedos. Aún así esos
miedos pueden hacernos fuerte. Se transforman en una nueva semilla
que germina en nuestros corazones y dan fuerza a nuestras acciones. A
veces créemos que no llorar, ocultando lo que sentimos, nos hará
más fuertes; pero eso es un error de principiantes. No somos más
fuertes cuanto más daño aceptamos y ocultamos. Hay días que
desearemos huir, ocultarnos por un tiempo, y reflexionar sobre las
marcas de nuestras almas y otros, los que realmente merecen la pena,
nos alzaremos frente a esas heridas con la lección aprendida y una
actitud mucho más desafiante.
De él aprendí que el amor es cruel y
puede perderse en el tiempo; aunque de Louis comprendí que aunque
parezca una tortura, a veces terrible, merece la pena.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario