Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 9 de agosto de 2015

Heridas

—He aprendido mucho de ti...—murmuró con cierta rabia.

Intentaba ser misericordioso con él, pero era imposible. Ambos habíamos caído en las redes del odio. Todo el amor que nos juramos y profesamos, todas esas promesas que quedaron suspendidas en el aire, se convirtieron en las llamas de un odio imposible de soportar. Era demasiado fuerte. Me sentía atado a ese sentimiento de rencor permanente.

—Me alegro—respondí admirándolo sobre las tablas de aquel desdichado escenario.

Todavía podía escuchar al público, sentir su calor, oler los distintos perfumes y sentir el maquillaje de polvos en mi cara. Danzaba de un lado a otro, cantaba mientras coreaban mi nombre y aplaudían entusiasmados. Volvía a ser ese joven enérgico y lleno de sueños. Por un momento él no estaba, pero tampoco estaba yo. Tan sólo estaba la sensación extraña de libertad y felicidad intrínseca en cada movimiento en la escena. Pero, como de la nada, todo se vino abajo y quedó él convertido en una figura desdichada, llena de odio y envenenada por la rabia.

—Yo también—dijo con una sonrisa cruel. Tenía los ojos fríos y frívolos. No era el Nicolas que yo amaba. Ese hombrecito menudo, de ojos pardos, cabello negro y manos suaves. No. Era un ser dantesco con ganas de abrirme en canal y echarse unas risas con mi sufrimiento—. Soy un demonio igual de despreciable que tú.

—No te equivoques, Nicolas. ¡No soy despreciable!—dije exaltado.

—¿No?—musitó alzando sus oscuras y finas cejas—. Ah, no... No lo eres. No eres como esos malditos desgraciados que se lanzan a las llamas. Sí, sí que lo eres. Tienes miedo porque lo eres. Eres tan monstruoso como ellos. Jamás serás de nuevo humano. Ya no eres más que un muerto que camina, al igual que yo—dijo abriendo los brazos—. Y éste será mi reino. ¡Yo seré el rey de la escena mientras el tiempo me conserva intacto! Como intactos estuvieron mis sueños de amor, mis esperanzas por ser el único en tu cama, mientras tú me ocultabas la verdad de tu misteriosa desaparición. Ingenuo de mí...

—Yo, yo, yo y yo. Mis sufrimientos, mis necesidades, mis tormentos, mis pasiones y mis... ¡Demonio!—grité dirigiéndome hacia el escenario por el patio de butacas—. ¡Tú!—lo señalé con mi dedo acusador y luego bajé el brazo de inmediato. Negué con la cabeza, hice que mi cabello leonino cayese sobre mis hombros y mis ojos azules le contemplaran con decepción—. Sólo buscas como torturarme...

—Siempre te voy a torturar... —murmuró.

De inmediato las llamas lo consumieron todo. Todo a mi alrededor eran llamas. Podía oler el humo, sentir el fuego, y a la vez no me quemaba. Al despertar lo hice llorando murmurando su nombre. Amel intentaba consolarme. Aquello había sido un sueño.

—Cálmate, belleza—dijo en tono sosegado—. Los muertos no pueden hacer daño.

—¿Y por qué no se vuelve a manifestar?—pregunté—. Deseo saber si todavía me odia...

—¿Acaso importa?

—Sí, sí importa—dije de inmediato—. A mí me importa. Todavía me siento culpable. Creo que aún amo a ese mártir...

Entonces escuché sus pasos por el pasillo. Conocía bien el sonido de esos pies. Al llegar a la biblioteca hizo sonar sus nudillos, después pasó como si nada y al verme llorar corrió hacia mí. Se movió tan rápido como un suspiro. Sus largos dedos blanquecinos rozaron mis mejillas y sus ojos verdes, como las esmeraldas más hermosas del mundo, brillaron con un poder sanador indescriptible. Él me sanaba. Él era mi cruz y mi cara.

—Lestat, mon coeur...

—Oh, Louis... Louis... mon Louis... mon ange...—susurré aferrándome a él, llorando en sus brazos como un niño, mientras intentaba calmarme.

Hay heridas que no se cierran, aunque a veces parecen haber cicatrizado. Son heridas que dejan huella, que marcan nuestros pasos y se convierten en miedos. Aún así esos miedos pueden hacernos fuerte. Se transforman en una nueva semilla que germina en nuestros corazones y dan fuerza a nuestras acciones. A veces créemos que no llorar, ocultando lo que sentimos, nos hará más fuertes; pero eso es un error de principiantes. No somos más fuertes cuanto más daño aceptamos y ocultamos. Hay días que desearemos huir, ocultarnos por un tiempo, y reflexionar sobre las marcas de nuestras almas y otros, los que realmente merecen la pena, nos alzaremos frente a esas heridas con la lección aprendida y una actitud mucho más desafiante.


De él aprendí que el amor es cruel y puede perderse en el tiempo; aunque de Louis comprendí que aunque parezca una tortura, a veces terrible, merece la pena.

Lestat de Lioncourt  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt