Lestat de Lioncourt
Acepto que estoy condenado. Condenado a
entenderme mientras la sociedad fluctua, cambia, se convierte en un
enjambre peligroso y yo tengo que soportar el molesto zumbido del
tráfico. Estoy aquí, yaciendo en la inmortalidad de un sueño
peligroso, mientras las luces alójenas y de neón estallan contra la
oscuridad e impactan en mi silueta. He visto diferentes épocas, he
sentido el calor de la masa ingente que camina como animales hacia el
matadero, y acepto que todas tienen su encanto. Aprecio muchísimo la
sangre tentadora llenando mis venas, la violencia poética de cazar a
la presa, el dolor del momento en el cual me separo de mi víctima,
la mentira de su muerte y su propia existencia, la piedad con la cual
observo el escenario de mi propio crimen y cualquier símbolo que
comulgue con ese momento exacto en el cual destrozo una vida para
prolongar la mía.
Todavía recuerdo como era cuando tan
sólo era un muchacho delgado y optimista. Apenas era un niño cuando
el ejército cambió mi vida. El mundo que se encontraba a mi
alrededor se convirtió en un paraíso carmesí poco después,
floreciendo en mí el deseo ingenuo de vivir para siempre a costa del
sacrificio de mis enemigos. Pero ahora no son enemigos. Cualquiera es
una presa idónea. Me dejo guiar por los corazones más oscuros,
aunque también disfruto de la misericordia y la bondad. Soy un ser
que no desprecia nada. En la muerte hay arte.
Mi nombre es Cyril. Pocos me recuerdan.
Soy un vagamundo sin nombre incluso para los miembros de mi ancestral
tribu. El pacto con el diablo acabó hace tiempo, pues la reina yace
en las profundidades de un pasado terrible y emborronado por sus
propias mentiras. Ahora no tengo rumbo fijo. Amel me incita a
reunirme con todos, pero ¿no soy un alma libre? Debería poder
elegir si quiero llegar pronto a la cita o jamás aparecer por el
baile.
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