Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

domingo, 30 de agosto de 2015

Errores que marcan

He tomado tantas decisiones incorrectas, con las cuales he aprendido, que yo tengo el alma llena de heridas. Reconozco cada marca como si fuese ayer mismo su corte, pero no me importa. He llegado a ser feliz. Al fin lo he sido. Recuerdo las dudas de mi pobre madre enferma, desamparada por la vida y la libertad, afrontando sus últimos días temiendo llegar el día de su juicio ante Dios, el Demonio o la nada más temible. De aquellos días queda mucho de mí, pero a la vez no queda nada. He desterrado el miedo y he abrazado la libertad con actos imprudentes, aunque necesarios. Uno no aprende si no se cae y yo, como no, me he caído demasiado.

Pero si hay algo que todavía me duele, a la vez que me fascina, son los pequeños recuerdos que no se van, sino que se agitan. Hace unas noches conversaba con el espíritu que yace a mi lado, que comparte con mi alma éste cuerpo animado por la rebeldía y los reproches típicos de un caprichoso, sobre la tragedia representada en mi Jardín Salvaje. Pero recordaba, sobre todo, los momentos que viví en aquel pequeño y ridículo escenario, de telón raído, polvos blancos y veneno para el corazón. Porque me dejaba embriagar por el éxito, el aplauso fácil, el baile, la música desgarradora del violín de mi amante y el continuo despertar de mis bajas pasiones.

Sí, esas bajas pasiones... Él.

Con asombro recordé cada trozo de su cuerpo. Pude recorrer con los ojos cerrados su musculatura escasa, aunque marcada, su cintura estrecha, sus muslos firmes y redondos, esos dedos finos y largos que me recorrían como si fuera una araña y el vientre plano que bajaba hasta su miembro hinchado, necesitado de atenciones y que se esforzaba por complacer mis crueles tácticas en la cama. Me derrumbé entre el delirio de la lujuria y el llanto, un llanto amargo os lo juro, cuando me vi a mí mismo en aquella cama de paja, de sábanas viejas y mantas escuetas, mordiendo su espalda, lamiendo la cruz de ésta y permitiendo que mi sexo rompiera todos los tabúes establecidos. Lo torturaba deslizando mis manos, mientras él se aferraba al débil cabezal que temblaba con cada arremetida. Aquella noche lloraba. Había estado bebiendo hasta casi perder el conocimiento, pues me había encontrado entre las bambalinas con dos de las protagonistas de la dichosa obra.

Creo que cuando le ofrecí la sangre pudo ver cuan despreciable era, lo solitario y amargo que llegaba a ser, y lo diferente que siempre fui aunque él me idolatraba. Cayó un ídolo, murió como quien mata a una pobre ave indefensa en una jaula, para surgir un enemigo. Había sido un hipócrita, le había vendido amor y pasión cuando sólo era miedo a la soledad. Y, sin embargo, yo le amaba. Amaba cada pequeño y estúpido detalle. Disfrutaba de su música, pero también de su cuerpo.


Es increíble que aún pueda escuchar cada palabra que nos dimos, con mayor o menor rencor, en aquellos tristes días donde me echó de su lado. Pero a la vez soy incapaz de recordar una simple cifra para acceder a mis correos electrónicos. Es como si mi mente sólo seleccionara lo que mi corazón, o mejor dicho mi alma, aún no se perdona. Fui un idiota y reconozco que aprendí a querer lo que ya no tenía.

Lestat de Lioncourt   

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt