Amel es el espíritu que cohabita con mi alma. Es para mí un igual y yo para él lo soy.
Lestat de Lioncourt
Reconozco la belleza cuando la veo. En
ti veo belleza. Tú eres algo más que un rostro hermoso, pues posees
la fuerza necesaria para levantarte y luchar con todas tus fuerzas.
No hay nada más hermoso que un ser que no se de por vencido. Tú
tienes una belleza mágica, atractiva, que atrapa hasta adormecer los
sentidos del resto. Ya no es tu hermoso cabello dorado, ni tus
profundos ojos claros, tu generosa boca o tus pómulos marcados. Ni
siquiera tu portentoso cuerpo de joven eterno. No. Nada de eso,
príncipe. Eres belleza salvaje, y como salvaje dominas éste mundo
de alquitrán y altos edificios. El jardín está repleto de flores
peligrosas, tan peligrosas como tú, pero sabes caminar sin caer en
el perfume de otros. Sabes librar tus propias batallas, pero también
las que otros no son capaces de empezar.
Mi concepto de belleza no es el tuyo.
La belleza que yo admiro no es la que otros creen. Del mismo modo que
tú has sabido ver bondad, soledad y dolor en mí yo he sabido ver en
ti al perfecto compañero. Jamás volveremos a estar solo. No te
sentirás solo. Estaremos caminando acompañados, el uno del otro,
convirtiéndonos en un mismo ser. Sonreiremos a la luna, saludaremos
a las nuevas aventuras y conocimientos que nos atrapen. No
permitiremos que la rebeldía se apague, pues es un fuego que nos
calienta la sangre. Buscaremos el delicioso de la sangre de un
condenado y brindaremos carcajeándonos de nuestra suerte.
La conversación jamás acabará.
Siempre estaremos el uno para el otro. Reinaremos sobre vampiros,
espíritus, diversas criaturas y mortales. Nos convertiremos en una
especie de Dios benévolo que escucha a sus súbditos, los abraza y
ama sin importar que no sean perfectos. Pues nosotros tampoco somos
perfectos, pero sí somos hermosos. Belleza, Lestat. En ti vi
belleza. Yo también deseo ser bello.
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