Lestat de Lioncourt
La tecnología nos rodea y se ha
convertido en algo imprescindible. Todos los días despertamos con
una nueva noticia sobre ésta. Es como si nos atacara sin previo
aviso y nos dejase claro que no podemos vivir sin ella. Todo está
informatizado hoy en día. Las familias se comunican mediante las
redes sociales y las tediosas reuniones, aunque necesarias, ya no son
tan habituales. Los amigos cada vez son más lejanos. Vivimos
atrapados por la pantalla de un pequeño ordenador que cabe en
nuestra palma de la mano, el cual llevamos en nuestro bolsillo y que
se ideó para llamar a otros, escuchar su voz y sentirlos cercanos.
Seamos sinceros, el teléfono móvil se usa para cualquier cosa menos
para llamar. Pocas llamadas realizamos y son cientos los mensajes que
hacemos al día.
Cuando conocí a Armand apenas sabía
lo que era un teléfono fijo. Era impresionante que una criatura de
algo más de cinco siglos desconociera como llamar. Todavía recuerdo
como me perseguía con la guía telefónica deseando que marcara
teléfonos al azar. Deseaba conocer el mundo a través de los nuevos
inventos, los cuales había pasado por alto porque no conocía a
nadie que le ofreciese dicha información. Se convirtió en un
pequeño vicio y ese vicio ahora es virtud.
La mayoría de los vampiros jóvenes, y
no tan jóvenes, sabe manejar un teléfono móvil. Lestat es un caso
a parte, pues es incapaz de recordar su uso por más de unas noches.
Armand, como he apuntado antes, es un adicto de las nuevas
tecnologías. Se siente atraído por los nuevos electrodomésticos
igual que una mosca a la luz. Está completamente extasiado por las
nuevas videocámaras, grabadoras, ordenadores personales, e-book y
todo lo que pueda conseguir. Para él la tecnología avanza demasiado
rápido, pero el ser humano no.
Los mortales usan la tecnología para
su beneficio, pero a veces ese beneficio está destinado al
armamento. Se crean numerosas armas, cada vez más cualificadas para
destruir al mundo entero únicamente pulsando un botón, pero no se
desarrolla con éxito máquinas que puedan salvar vidas. Pocas son
las que terminan desarrollándose, vendiéndose y utilizándose.
Tanta tecnología para nada, ¿verdad?
Aunque no suelo coincidir con Armand,
pues somos polos opuestos, os aseguro que comprendo su inquietud y
sus palabras sobre el hombre moderno.
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