Lestat de Lioncourt
Ella me recordaba a Heliogábalo. Mi
tutor, y amigo, decidió ofrecerme su conocimiento sobre historia,
literatura y política. Me explicó con paciencia los clásicos
griegos y romanos, así como puso especial hincapié en sucesos
terribles de la Roma antigua. Deseaba que comprendiera que el amor y
el odio era algo habitual en éste mundo, como si fuese el doble filo
de un puñal, el cual se enterraba con firmeza en nuestros corazones.
Heliogábalo era un emperador que murió con tan sólo dieciocho
años, el cual estaba decidido a ser una mujer de pleno derecho e
intentar cambiar sus genitales sin importar el precio. Todos lo veían
como un hombre excéntrico, que tuvo varias mujeres y a ninguna amó,
que se ofrecía a los hombres y se deleitaba con uno de sus amantes.
Siempre maquillado, delicado en sus modales y terriblemente seductor.
Por eso ella me recordaba a él.
Era una mujer hermosa si se lo
proponía, pero podía mostrarse como el hombre monstruoso del cual
todos se burlaban. Petronia era hermafrodita, tenía ambos genitales
y un alma azotada por el dolor. Sin embargo, ese no era el mayor
horror o carga que soportaba su, en apariencia, frágil espalda.
Conforme la conocía comprendí su temor, su amarga historia y sufrí
con ella cuando nos vinculamos con la sangre. Me desafió y me llevó
al borde de la muerte, pues no deseaba que cruzara el umbral sin
haber sufrido intensamente el dolor y la rabia que ella transportaba.
Su sangre me hizo fuerte, sus recuerdos
me quemaban y sus ojos se introdujeron en mi mente como si fueran un
animal salvaje a punto de matarme. Me quedé paralizado. Tuve que
asimilar todo aquello durante varios minutos. Acabé llorando, de
rodillas, implorando una pizca de cordura.
Aquel amanecer, después de mi primera
víctima, recordé los pétalos de Heliogábalo. Pude aspirar su
fragancia, imaginar su risa ligeramente soñadora que me invitaba,
mientras las telas de la cortina se mecían por la brisa. También
apareció ella, desnuda, mostrando sus pequeños pechos y ocultando
una pequeña sábana sus malformaciones. Seductora y cruel, una mujer
fuerte con el alma hecha añicos, que me imploraba ser escuchada.
Entonces, el vestido. La novia sobre la cama. La sangre salpicaba
todo. El mundo caía. Desperté aterrado por mis visiones y sediento.
Esto es algo que no he contado a nadie y que hoy he decidido narrar,
en éste libro de viaje.
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