Lestat de Lioncourt
—Has venido—dijo acomodando su
elegante túnica borgoña.
Marius poseía un aspecto imponente e
imperturbable, pero realmente era el peor enemigo que podrías
cruzarte. Tenía una soberbia tan exacerbada como su ira. Sus ojos
azules, profundos y gélidos, me contemplaban como si fuese una mosca
a la cual aplastar de una palmada. Era sólo un títere al cual daba
vida para generar odio y miedo hacia mí, mis viejos actos por los
cuales ya había pedido perdón, y por los nuevos que estaba
realizando, los cuales estaban dirigiéndose a caminos distintos a
los que siempre transité. Él no me perdonaría jamás aquel
incendio, ni la muerte de sus pupilos, ni amar a Pandora y Armand
como lo hacía. Sobre todo el amor y el respeto que tenía hacia esas
dos magníficas creaciones.
—Tú me has llamado y yo he
accedido—indiqué acomodando mi túnica negra.
Amaba las túnicas, al igual que él.
Adoraba el roce de la tela contra mi piel. Eran admirable, incluso
deseables, los encantadores trajes italianos. Amaba contemplar la
ropa actual como si fuesen joyas, pero no eran para mí. Me sentía
extraño enfundado en aquellos trajes hechos a medida. Si bien,
asaltaba las joyerías más lujosas y llenaba mis manos de anillos de
oro, plata e incluso aleaciones baratas. No importaba. Me gustaba la
joyería fuese barata o extremadamente cara. Era como una urraca que
adoraba el brillo, sobre todo el dorado, de los complementos que
podía encontrar en el almacén de cualquier orfebre.
Y allí, junto a él, miraba mi sello
de oro son la S estampada. Pensaba en mi pasado, pero también en mi
futuro. Deseaba contar mi historia a otros más jóvenes, hacerles
entender lo equivocado que estaba y demostrarles que había cambiado.
El verdugo del fuego, el líder de la Secta de Roma, había cambiado.
Era un ser distinto. Quería encontrar a vampiros como Landen, el
cual sabía que seguía vivo, y conversar con ellos en los cafés al
caer la tarde.
Él, sin embargo, se frotaba las manos
esperando que el juicio comenzase. Maharet parecía disgustada, casi
forzada a hacer algo que no quería. Por eso se negó. Rechazó la
oferta de Marius y yo respiré aliviado tan sólo unos segundos, pues
luego, de la nada, noté que mi cuerpo estallaba en llamas y me
convertía en una bola de fuego.
Así recuerdo todo. Dolor, fuego,
rabia, recuerdos rotos y voluntad quebrada...
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