Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

jueves, 29 de octubre de 2015

Je suis ton assasin et vous l'idiot.

Estaba allí de pie como un maldito espantapájaros con esa ropa que nadie se pondría ya, ni siquiera yo, tres tallas más grandes, de una tela barata y de confección en fábrica. Podría decirse que era ropa de Carnaval, no para pasear en una noche ligeramente pluviosa y húmeda. La humedad calaba mis huesos y me refugiaba en mi gabán de cuero negro, con las solapas alzadas rozando mis mejillas marcadas y mi gentil mentón. Ni siquiera se había percatado que lo observaba como si fuese un pequeño, sucio y perdido roedor en mitad de una ciudad demasiado brillante y estrafalaria incluso para él.

Las luces de neón incidían sobre sus cabellos teñidos en un tono demasiado, por así decirlo, chabacano. Era uno de esos tintes baratos que se encontraban en los supermercados de los barrios más bajos, los cuales podían terminar dañando tu pelo y provocando heridas en tu piel. Si bien, los estúpidos mortales se dejan guiar por el consumismo, las gangas y las ansias de ser quienes no son. Se había olvidado teñir sus cejas, como no, y las tenía ligeramente gruesas y desproporcionadas. Sus ojos no eran claros, pero usaba unas lentillas que cualquier engreído de tres al cuarto podía adquirir en Internet.

Merodeaba mi mansión haciendo aspavientos, creyendo que algún mortal querría hacerse una foto con el genuino Lestat. Sólo un idiota, aún más idiota y ciego que él, se aproximó para pedirle un autógrafo. Él se regocijó, aplaudió como un imbécil y se vanaglorió. Por mi parte me mantenía en las sombras, alejado ligeramente de la farola que iluminaba la calzada. Cerca de mí había un par de charcos y rogaba que ningún idiota me salpicara, pues me las haría pagar caro.

Mis ropas, por supuesto, eran elegantes y poseía la chaqueta roja de ante que tanto amaba. ¡Oh! Esas hermosas solapas negras, esos bonitos botones cuadrados tan clásicos y extraños a la vez, conjugaban bien con aquellos tejanos de vestir, elegantes y caros, que había adquirido en una de las tiendas más prestigiosas de Londres. Sí, Londres. Me gustaba viajar, observar la moda, elegir a mi gusto y embriagarme con el consumismo más caro. Elegía con cuidado, eso sí, porque no podía soportar cualquier tela, ni corte y ni mucho menos color. Mis botas eran elegantes, puntiagudas y nuevas. Podría decirse que solía comprar un par cada pocos meses, pues odiaba tener un look destruido. ¡Yo era Lestat! ¡Era el Príncipe de los Vampiros!

Tenía subida las lentes tintadas de aviador. Amaba ese toque extraño y elegante que me ofrecían, igual que mis nuevas mechas blancas gracias a la exposición solar. Mis ojos grises de tonalidades violetas y azulados estaban ocultos, como si fuese un truco de magia simple, al alcance de cualquier cretino. Me gustaba seducir con la mirada, pero sólo cuando era preciso.

—Míralo, se llena de orgullo imitándote—susurró Amel.

—Sí, lo estoy viendo—dije con los brazos cruzados a la altura del pecho.

—¿Y qué harás? ¿Observar como siempre? Siempre observas para reírte en privado de ellos, contándoselo a Louis como una comadre mientras aplaudes al aire, mueves tu cabeza y abres los brazos girando como una peonza. Ah, la última vez te reíste más de cinco noches—me hizo rememorar aquello al instante y no dudé en carcajearme.

—El muy idiota ni era vampiro—susurré.

—Ni éste—chistó.

—Lo sé—dije con una sonrisa traviesa en los labios.

—Hace cuatro noches que no te alimentas, ¿no tienes sed?—preguntó incitándome.

No, no tenía sed. No, no quería beber. Sin embargo, algo en mí me pedía que lo hiciera. Era delicioso acercarme a él, fingir ser un fan de Lestat y un imitador más. Pero era un truco ya muy viejo para mí, así que cuando se marchó el patético insecto que le reía las gracias, decidí acercarme tal y como era.

La lluvia arreciaba, pero no la humedad. Mi pelo estaba más rizado que nunca, pero pegado a mi frente y algo revuelto. Tenía algunas hojas sobre la coronilla, pero ni me había preocupado por ellas. Mis botas se escucharon como si fuera el taconeo clásico de una dama, pues tenían suela gruesa y la acera resonaba. Él me miró altivo, como si le molestara mi sola presencia, y al sonreír vio mis colmillos, los cuales creyó que eran apliques como los suyos.

—¿Qué haces aquí?—preguntó—. ¿Cómo te atreves a venir hasta donde yo estoy? ¡Cómo!

—Vaya, no hace falta que me presente. Veo que me conoces—dije inclinándome suavemente hacia delante.

—¡Claro que sí! ¡Un maldito desgraciado que lleva noches asustando a mis neófitos! ¡Tú no eres Lestat! ¡Ni siquiera eres digno de llevar mi nombre!—puse los ojos en blanco cuando escuché esa verborragia tan estúpida, estridente y llena de preocupación. En realidad estaba muerto de miedo, como los perros de pequeño tamaño que ladran a otros de mayor tamaño, aunque se creía valiente. Ah, el olor del miedo. El dulce y pestilente olor a sudor.

—Eres un ladrón de identidades, pero me acusas a mí de robar—coloqué mi dedo índice y pulgar, de la mano derecha, sobre la fina patilla metálica de mis gafas y las bajé hasta la punta de mi nariz.

—¡Zafio! ¡Me insultas! ¡Eres un inconsciente! ¡No sabes con quién te estás metiendo!—gritó.

—Con un pelele que ni a payaso llega, ¿tal vez?—dije quitándome mi abrigo, para mostrar mis hermosas prendas. Abrí mis brazos como si llamara a las nubes y sonreí encogiéndome de hombros—. ¿Ven espíritus de la noche? ¿Observan como es tratado su príncipe?—comenté para luego mirarlo.

—¡Yo soy Lestat! ¡Tú ni a neófito llegas! ¡Me cansé de pelear contigo! ¡Adiós!—dijo intentando huir como la rata que era, pero lo agarré fuertemente del brazo derecho y lo pegué a mi torso.

—Je suis Lestat de Lioncourt, Je suis le vampire plus imposante—pegué mis labios a su oreja izquierda y susurré—. Je suis ton assassin—perforé su piel clavándome como si fueran dos dagas al rojo vivo, acabadas de salir de la fragua, y me fundí con su alma ponzoñosa. Llevaba años estafando a cientos de jóvenes, robando y secuestrando verdades retorciéndolas hasta convertirlas en mentiras, y provocando la ira de muchos escritores, artistas y gente de toda índole—. Au revoir, idiot.


Dejé su cuerpo en mitad de la calle, con el cráneo partido por una pisada, como si le hubiesen robado el dinero y luego la vida. Huí rápidamente, sin ser visto, mientras Amel prácricamente bailaba con cada gota de sangre. ¡Oh! ¡El éxtasis de la muerte!

Lestat de Lioncourt  

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