Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

viernes, 30 de octubre de 2015

Tú eres todo

Michael y Rowan, Rowan y Michael... ¡Ah! ¡Los amo! Me gustaría volver a verlos. Aquí un trozo de las confesiones de éste gran hombre.

Lestat de Lioncourt


Allí estábamos frente a frente en un inmenso mar de silencio. Era unmar más profundo y oscuro que aquel del cual recuperó mi cuerpo, salvando mi vida y mi alma. Ella, como siempre, parecía estar sobre el bien y el mal. Una mujer única, excepcional, y adicta a la tragedia aunque no lo supiera. Sus labios carnosos parecían amargos, como el humo del tabaco que exhalaba, y sus ojos demasiado tristes. Estábamos allí, en aquella sala, aguardando que alguno de los dos hiriera los segundos sin respuesta.

Estiré mi brazo derecho hacia ella, intentando tocar su mano con la mía, pero ella apartó las suyas dejándolas bajo la mesa. Una lágrima surgió como una puñalada, recorriendo su fino rostro, mientras sostenía su cuerpo a duras penas. Sabía que un dolor terrible la quebraba convirtiéndola en pedazos y éstos, como no, en polvo. La mujer que había conocido se desvanecía y dejaba escombros de su pasado. Era sólo un reflejo infiel de un hermoso retrato. Sin embargo, mi amor era ahora más fuerte que nunca. Estaba decidido a recuperar a la mujer que había llevado al altar, jurado amor eterno y cansado entre las sábanas de nuestra cama de matrimonio.

—Rowan...—dije.

Ella sólo me miró cansada, inapetente, mientras hacía el intento de sonreír. Pocas veces la había visto sonreír, pero sabía reconocer sus sonrisas y esa, sin duda alguna, era un reflejo de dolor y un intento, prácticamente nulo, de consolarme como si fuese un niño pequeño al que puede mentir. Quería hacerme creer que todo estaba bien, que dentro de ella no había un mundo devorándose a otro. Las sombras de la tragedia la atrapaban del mismo modo que la sedujo, atrapó y destrozó aquel maldito fantasma. Ahora mi mujer era sólo un envoltorio, una cáscara, un muro de piel recubriendo un alma atormentada y eso no podía soportarlo.

Me lancé a la nevera y agarré una cerveza que bebí impunemente frente a ella. Me había regañado miles de veces por mi adicción al alcohol como medio para fugarme de una realidad terrible, pero era lo que había vivido y visto en mi humilde casa del barrio irlandés de la ciudad. Ni siquiera me había planteado cuántos años habían pasado desde la última vez que había pisado esa casa, pero en ese momento me pregunté cómo pude abandonar la ciudad sin sentir un profundo aguijonazo. Mi padre había muerto, no me quedaban demasiadas buenas cosas en la ciudad y mi futuro esperaba a la vuelta de la esquina. Decidí tomar mi oportunidad, mi camino, mi lugar en la vida y había regresado a la mansión que siempre había codiciado para ser su propietario, pues la heredera me había elegido entre todos los hombres del mundo. Pero, ¿había sido ella? Mientras daba un trago de cerveza, paladeando su amargura, me eché a reír percatándome que éramos marionetas de aquel indeseable. Sin embargo, ¿no era amor lo que sentía por ella? Claro que sí. La amaba profundamente y no podía evitarlo. Nadie podría evitarlo.

—Rowan, no importa lo que ha sucedido—comenté apoyándome en la nevera—. Podemos salir de ésta.

—No podré darte hijos y tú quieres hijos, Michael. He matado la única oportunidad para ofrecerte algo dulce en la vida—hablaba, por supuesto, de aquella mujer tan dócil que había dado muerte. Una mujer que había sido fruto de la violación de nuestro propio hijo, que no era más que el fantasma que siempre había tirado de los hilos del destino de la familia. Emaleth estaba muerta, enterrada junto a su padre y hermano, convirtiéndose en abono para el árbol que había presenciado tantas desgracias y carnavales.


—No importa—respondí encogiéndome de hombros—. Sólo quiero estar contigo. No importa que no seamos padres—dejé la lata sobre la mesa y me acerqué a ella, tomándola del rostro con mis grandes y ásperas manos, para entonces decirle con toda la dulzura que pude que la amaba—. Te amo. Te amo a ti, no tu fertilidad. Amo tus breves sonrisas y tu rostro serio, amo tu profesionalidad, tu temeridad, tus deseos de superarte y amo que estés viva porque sin ti, Rowan, yo me moriría. Te has convertido en los latidos de mi corazón.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt