Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

miércoles, 28 de octubre de 2015

Amor

Estaba allí de pie como si fuese un ángel. No sabía desde cuando se encontraba allí. Parecía haberme esperado por horas. Había salido a cazar en las calles aledañas a las avenidas principales de París, donde los románticos pasean de las manos y los carteristas se frotan las suyas recolectando pequeños botines. El abrigo oscuro me amparó durante gran parte de mi paseo, la lluvia no arreciaba y la sangre calentó ligeramente mi cuerpo. Amel estaba en silencio y no había hablado hasta que al llegar lo sentimos. Ambos sabíamos que era él. Su corazón lo delataba.

Situado frente al altar, con los ojos clavados en el crucifijo y las manos juntas. Parecía el niño del coro que jamás fue. Inocencia infinita, fe pura y delicadeza en sus rasgos. Sus cabellos castaños rojizos, con esos reflejos que eran puro fuego gracias a la luz de las velas incidiendo sobre él, parecía haber salido de un retablo. Sus ropas eran simples, como las de cualquier adolescente, y sus zapatillas de deporte parecían desgastadas. Eran ropas de alguna víctima. Había decidido usar aquel disfraz para pasar desapercibido por las grandes ciudades, donde no tenía sus pequeños imperios cargados de antros de placer, música y borrachos perdiendo la vida en cada esquina. Poseía empresas de fiestas, pero también legales e incluso instituciones mentales. Si bien, quien lo contemplara vería a un muchacho de unos diecisiete años, de ojos profundos llenos de miseria y ligeras esperanzas, rogando por un milagro.

—Aún no pierdes la fe—dije tras un largo suspiro de Amel en mi mente. Él me había dejado claro que estaba con nosotros, frente a frente, observando a aquel muchacho que lo significó todo para Marius y ahora, sin duda alguna, era una pieza clave para nuestra tribu.

—No—respondió—. Todavía creo en el bien y en el mal.

—El bien y el mal es un invento que trae beneficios—murmuré encogiéndome de hombros, con las manos metidas en los bolsillos de mi abrigo.

Se giró por completo observándome, para luego caminar rápidamente hacia mí y abrazarme. No le importó humedecer sus ropas, ni mojar su rostro. Rompió en llanto cuando me alcanzó y yo, como no, acabé estrechándolo. ¿Cuántas veces había dicho que lo odiaba siendo mentira? Miles de veces. Había negado el amor que le poseía por rabia y reproches, los cuales ya ni merecían siquiera un pequeño recuerdo en mi alma. Coloqué mi mano derecha sobre sus revueltos y ligeramente ondulados cabellos. Sus mechones estaban secos, así que me daba una idea del tiempo que llevaba allí. Posiblemente más de dos horas. Amel no me había avisado de su llegada, tal vez porque no le apetecían visitas aquella noche.

—No entiendo el amor, pero lo codicio—susurró—. Tú entiendes el amor, quiero comprender el amor—dijo aferrándose con fuerza a mis prendas mojadas.

Tenía el cabello ligeramente pegado al rostro, pero creo que pudo notar como mis ojos brillaron en un destello de preocupación y amargura. Había intentado explicarle el mundo a través de grandes hombres de letras, incluso por medio de mis acciones, pero era un intento nulo tras otro. Entonces, lleno de ternura en ese momento de debilidad, me incliné sobre él tomándolo del rostro, abarcándolo con mis manos suaves y tibias, para ofrecerle un beso. Era un beso de perdón, amor y preocupación. Mi lengua se enredó en la suya y él bajó los párpados disfrutando del momento. Al apartarme, dejando su boca, susurré algunas frases que parecieron caldear su alma.

—Amar es perdonar. Amar es ofrecer parte de tu corazón a otro, sin importar nada. Amar va más allá de tus leyes sobre el bien, el mal, Dios, el Diablo, lo correcto y lo incorrecto. Amar te hace enfrentarte a leyes, tiempo y distancia. El amor no conoce fronteras y hay tantos tipos de amor como personas hay en éste mundo—aún lo tenía del rostro cuando le recitaba aquella plegaria—. Hay muchos que te han amado de múltiples formas, pero no te han comprendido. Tú no los has comprendido tampoco. Para que el amor termine funcionando debes bajar tus muros. Vives en un laberinto de sombras, palabras y matices. Quizás si los bajas te hieran, pero ese dolor merece la pena—aparté entonces mis manos y mi cuerpo de él, para ver como empezaba a llorar desconsoladamente.


Así es Armand. Así es el ángel de alas negras que pintó Marius. A veces es un monstruo terrible adicto a una tecnología que no deja de avanzar, y en otras ocasiones sigue siendo el niño secuestrado en un barco de esclavos, sometido al odio y la vergüenza.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt