Allí estaba frente a mí con aquel
aspecto nuevo. Lo observaba como quien observa el David de Miguel
Ángel por primera vez. Contemplé sus hermosas proporciones, sus
marcados pómulos, sus profundos ojos almendrados y su boca carnosa.
Parecía un joven más, pero yo podía ver que quien respiraba era mi
gran amigo de Talamasca. Estaba allí de cuerpo presente, aunque sin
ser el hombre que todos conocían. Animaba un cuerpo joven que yo
conocía íntimamente, pero que él llenaba a la perfección.
Quise correr hacia él, pero lo evité.
Durante varios segundos me dediqué a contemplarlo. Para un ser
humano puede ser un pestañeo, pero para un vampiro no lo es tanto.
Podemos movernos rápido, pensar aún más rápido y guardar los
detalles con gran exactitud. A pesar que no olía a su clásica
colonia, ni vestía con su elegante taje, podía ver en él el hombre
que era el modelo a seguir para muchos novicios en su querida Orden
de Investigadores de lo Paranormal. Allí estaba. ¡Qué prodigio! Se
había salvado del mismo modo que yo, pero él no había tenido la
suerte de volver a su antiguo cuerpo. Él estaba en uno mucho más
joven, atlético y distinto. Los rasgos anglo-hindúes le daban un
toque exótico, como exótica fue su vida en las junglas y manglares.
Él, un hombre de acción, tenía un cuerpo que podía usar para
conquistar el mundo si así lo requería.
Di un par de pasos hacia él
conteniendo mis ganas de llorar y estrecharlo, hasta que al final lo
hicimos. Oh, mon Dieu! Fue delicioso poder sentir sus brazos
rodeándome como a un hermano, un igual, después de un naufragio tan
terrible en un mundo tan desconocido para mí, pero no tanto para él.
Los trucos sucios de Raglan se habían diluido como el azúcar en
agua caliente. No quedaba nada salvo los recuerdos.
Deseé de nuevo convertirlo y lo hice.
Pese a que pudiese odiarme en un futuro. Tenía que hacerlo. No podía
verlo envejecer otra vez y poder perder su amistad. No. Me negaba en
rotundo a que eso pasase.
Lestat de Lioncourt
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