Durante largos años he publicado varios trabajos originales, los cuales están bajo Derechos de Autor y diversas licencias en Internet, así que como es normal demandaré a todo aquel que publique algún contenido de mi blog sin mi permiso.
No sólo el contenido de las entradas es propio, sino también los laterales. Son poemas algo antiguos y desgraciadamente he tenido que tomar medidas en más de una ocasión.

Por favor, no hagan que me enfurezca y tenga que perseguirles.

Sobre el restante contenido son meros homenajes con los cuales no gano ni un céntimo. Sin embargo, también pido que no sean tomados de mi blog ya que es mi trabajo (o el de compañeros míos) para un fandom determinado (Crónicas Vampíricas y Brujas Mayfair)

Un saludo, Lestat de Lioncourt

ADVERTENCIA


Este lugar contiene novelas eróticas homosexuales y de terror psicológico, con otras de vampiros algo subidas de tono. Si no te gusta este tipo de literatura, por favor no sigas leyendo.

~La eternidad~ Según Lestat

lunes, 2 de noviembre de 2015

Dos seres

Fareed y Seth una pareja extraña, un duelo entre dos grandes sanadores de almas y cuerpo. ¡Impresionantes!

Lestat de Lioncourt 


Actualmente todo puede cambiar tras un pestañeo, como si éste fuese el batir de las alas de una mariposa abriendo la caja de Pandora. La vida se ha convertido en un reflejo directo de nuestras acciones. Hoy nuestras palabras son más veloces que una bala y se convierten en transcendentales, inmortales y peligrosas. Nos hacemos eco del dolor, la rabia, la felicidad o la vergüenza con rapidez, pero eso no implica que lo sintamos realmente. A veces contemplamos el mundo como si fuésemos Dios y sus santos arcángeles. Mostramos el lado más frío y frívolo, mientras otros suplican y lloran aferrados a una fe devaluada, aunque sea tan sólo fe en sí mismos.

Vivo rodeado de tecnología desde hace varias décadas. Aprendí a usarla en beneficio de la humanidad. Tuve la inmensa fortuna de nacer en una familia adinerada, alcanzar unos niveles de estudios superiores y saber aprovechar los recursos que éstos me ofrecían cada día. Doy gracias a mis padres y hermanos por su apoyo, dedicación y esfuerzo. Gracias a sus palabras de ánimo me levantaba cada mañana empeñado en superarme. También sentí la presión, el barullo constante de mis propios miedos sobrevolando como si fueran insectos insufribles. Pero terminé llegando a mi meta y me convertí en uno de los mejores en el campo de la medicina. Decidí ser cirujano. Quería salvar vidas. Sin embargo los medios eran limitados en la India y me veía colapsado. Era insoportable.

Había llegado a mi edad madura. Sólo había alcanzado un par de relaciones sentimentales que no llegaron a nada. Mis padres insistían en casarme, comprometiéndome a menudo con mujeres que jamás sabría amar. Me negué. Rompí sus corazones al alejarme de la familia y aceptar mi destino en soledad. Me había casado con el bisturí y las revistas médicas que llegaban a mi puerta todos los meses. Investigaba nuevas técnicas, instrumental e incluso rogaba al gobierno que me ofrecieran becas para mejorar la sanidad. Pero todo era imposible e impensable. Vivía en una cloaca donde el dinero es lo más importante. Sin embargo, no hay que mirar mi país para quedarse con ese mal sabor de boca. Allá donde mires, sea cual sea el país, aprendes esa lección demasiado fácil. El dinero no da la felicidad, pero te ofrece recursos para alcanzar un estatus social cómodo y factible para la vida.

El amor quedó atrás, como los amigos. No era capaz de relacionarme demasiado con otras personas. Me había convertido en un ser demasiado empático y frustrado. Pasaba las horas libres junto a mis pacientes. Vivía atado a mi buscapersonas. Las noches a veces eran eternas en casa y merodeaba como un gato por las salas, leyendo libros o intentando dejarme llevar por la música. Insoportable.

Ahora las noches son eternas. Vivo en una noche eterna desde que Seth, mi creador, me dio la oportunidad más fabulosa que puede tener un investigador. Puedo cambiar el mundo. Tengo un equipo de seres inmortales como yo, vampiros amantes de la ciencia y la tecnología con una cualificación igual que la mía, comprometidos con el mundo y sus heridas.

Pero hay algo que ha cambiado en mí. Hay momentos en los que no puedo vivir atado a un ordenador, un tubo de ensayo o un bisturí. Necesito contacto. Él es lo que me mantiene atado y firme. La cordura llega, surge como una chispa, cuando logro alcanzar su mirada oscura e impaciente. Parece un hombre joven, sosegado y comprensivo, pero dentro de ese cascarón hay un ser que pide más, insaciable como yo, en busca de su consuelo. Me he convertido en un compañero extraño, aunque ambos lo somos. Podemos definirnos como dos gatos que buscan afecto mutuo más allá del que pueden ofrecernos los humanos, con una calidad y comprensión mágica y trascendental.

He logrado que vampiros de toda índole, sin importar las décadas, siglos o milenios que soporten, puedan hacer el amor entre mares de sábanas blancas y sudor sanguinolento. La ciencia nos ha dado la posibilidad de entregarnos unos a otros, como si bajáramos al fin las estrellas para tocarlas con la punta de los dedos, mientras los corazones bombean cada vez con más rabia y desenfreno.

La silueta de Seth es terriblemente atractiva. Sus muslos son suaves y su miembro yace dormido entre sus piernas, esperando que lo avive con una descarga de testosterona y una mirada furibunda en mitad de un acto cruel, delicioso y magnífico. Su cuerpo se enciende y el mío acaba ardiendo entre las llamas que me provoca su alma, un alma apasionada que se deja llevar por los ríos del placer. Puedo sentirme aprisionado entre sus piernas, mientras sus caderas se descontrolan al mismo ritmo que las mías. Mis besos se convierten en veneno cruel y mis mordiscos son la chispa adecuada para sus afiladas uñas.

La tecnología podrá rodearme, pero jamás la cambiaría por su compañía. He cambiado. Amo ayudar a otros, sin embargo es imposible que deje atrás a mi creador. Necesito el contacto de su piel contra la mía, mezclar nuestro sudor y ahogarnos en besos, gemidos y reproches. Muero entre sus gemidos y renazco después con la punzada placentera de sus uñas enterradas en mi espalda, viajando hasta mi cintura, mientras mis rodillas toman apoyo en el colchón. Puedo dejar que mi voz se quiebre, igual que mi conciencia completamente perdida en mi instinto animal. Me convierto en un animal salvaje deseando despedazar a su presa, la cual parece gozar con cada ataque.

Mi sexo, igual que una espada, atraviesa sus redondeadas nalgas provocando que tiemble, solloce y aliente cada uno de mis movimientos. Sus labios son seda pura recorriendo mi cuello, sabiendo que tras ellos hay unas peligrosas dagas que pueden matarme llevándose mi sangre, mi vida y, por ende, todo lo que soy. Dejo que mi lengua lama sus pezones cafés, recorra su pecho desnudo y provoque nuevos espasmos de gloria en su, en apariencia, frágil figura.

Siempre giramos en la cama, luchamos por la supremacía de nuestros sueños más perversos, y él acaba ligeramente agotado con el rostro contra la almohada, su espalda contra mi torso y sus manos aferradas al cabezal de la cama. Y yo, por el contrario, golpeo sus glúteos, tiro de su cabello y penetro con rabia su cuerpo desesperado por sentirme. Controlo cada una de sus respiraciones, no me dejo vencer por sus miradas rabiosas de soslayo y gobierno a un demonio casi tan viejo como mi propia cultura.

Ambos estallamos en placeres. La esencia se desvanece entre ambos, manchando nuestros cuerpos y la cama de por sí destruida como un campo de batalla, provocando que lleguemos a la calma. Los besos se convierten en caricias sagradas, los dedos en salmos olvidados de una religión que ya no se practica y nos miramos cómplices, satisfechos y terribles.

Lamo cada parte de su cuerpo, me hundo en su cuello y bebo de él, recorro su vientre con besos escuetos y me introduzco su adormilado miembro en una boca que sólo busca ofrecerle placer. Me convierto en siervo, recorro cada trozo de su sexo con la punta de mi lengua y mis labios ásperos de hombre sincero. Él sólo se deja llevar, recostado en el colchón, mientras me observa y estira sus manos para perder sus dedos entre los mechones de mi pelo. Lavo su cuerpo, como se lavaría el cuerpo de un enfermo, y como única esponja mi lengua y como única toalla mis manos. Después, él hace lo mismo, pero siempre inyectándome de nuevo otra dosis de placer. Aviva mi sexo, busca mi sabor y succiona con una necesidad salvaje. Sus labios acarician, sus dientes mordisquean y su lengua se enreda en la fina y sensible piel. Ese sexo oral es como cantarle a los dioses de todas las tribus de éste mundo, que en realidad convergen en una sola, mientras noto el calor de los rayos de sol del desierto corriendo por mis venas. Bebe de mí, sediento y complaciente, sin dejar de observarme. Me sabe suyo, pues jamás he dejado de serlo desde el primer momento.  

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Gracias por su lectura

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Lestat de Lioncourt