He aquí una página de su diario.
Lestat de Lioncourt
Estaba allí, sobre alfombra de
hermosos estampados de flores de llamativos colores. Parecía un
maniquí abandona, casi destruido, con su rostro girado hacia mí y
sus cuencas vacías de vida. Allí, tirado como si no valiera nada,
yacía el cadáver de quien me dio la vida. Lo observaba con
minuciosidad, como si nunca nos hubiéramos topado, e intentaba
quedarme con cada rasgo de su rostro y rezaba para mí misma que el
sufrimiento hubiese acabado.
Mi corazón palpitaba tan acelerado
como cuando al fin podía morder el cuello de mi víctima. Era la
emoción más pura que había tenido en años. Hacía décadas que no
me sentía tan dichosa. Posiblemente se marchitaron en mí todos los
sueños hace mucho, tanto tiempo que ya ni recuerdo. Lo único que me
mantenía con vida era el deseo de destruirlo. Era un deseo
insaciable y en esos momentos lo había cumplido. Me había liberado
y a la vez condenado. El amor cedió ante el odio y el odio hacia la
respuesta más fácil que era acabar con él.
Era como una muñeca destruida, una de
tantas que yo decapitaba y arrojaba al suelo haciendo estallar su
pequeño cuerpo. Allí, aquel Padre de las Mentiras, se había
precipitado desangrándose ante la mirada atónita de Louis. Ese
pobre idiota de Louis. No podía dejar de llorar ante el caos que se
había esparcido, en forma de charco de sangre, sobre aquella
encantadora alfombra. Sé que lo amaba y que aún hoy, por mucho que
le pese, sigue amándolo y rezando porque siga vivo.
Nos convertimos en dos huérfanos. Él
estaba huérfano sin la luz patética y descarada de aquel imbécil,
tan simple en sus divertimentos como complejo a la hora de matarlo.
Acabé con él como quien acaba con una mosca. Le atraje hacia la luz
de un regalo, un acuerdo pequeño e insignificante. Sabía bien que
me amaba, casi tanto como se amaba así mismo y su belleza, y eso fue
lo que traicionó a su instinto.
Ahora lo recuerdo tomándome entre sus
brazos, con la fiebre marchitando mi cuerpo. Los viejos recuerdos
salen en éstos momentos, cuando el barco zarpa al fin. Observo el
horizonte donde el fuego consume lo que fuimos. Louis sigue llorando
porque ésta vez, sin duda alguna, ha sido él quien ha acabado con
su vida. Lestat regresó, como si fuese una pesadilla, del pantano
donde fue arrojado como si fuese basura. Mi padre era demasiado
fuerte, pero ruego que las llamas que fueron precipitadas hacia él,
como hacia el neófito que creó esa misma noche, hayan acabado con
su historia.
No soy cruel. La crueldad es un punto
de vista. Ni siquiera el demonio puede considerarse cruel, pero
quizás sí Dios que permitió que nosotros, pequeñas y extrañas
abominaciones, caminemos por éste sendero oscuro arrebatándole
tiempo a otros. Consumimos tiempo, somos ladrones de tiempo, y ese
tiempo ya no sé como malgastarlo. Sólo sé que quiero volver al
pasado y morir, pues sólo muerte quizás me liberaría. Sin embargo,
necesito experimentar y comprender. Quiero liberarme de otro modo.
Desearía mil veces poder ser una mujer y que Louis deje de
contemplarme como una muñeca mágica que le sonríe con tristeza.
No hay comentarios:
Publicar un comentario