Los Mayfair os necesitan... Talamasca está alerta... La Tribu también.
Desde hacía días la casa estaba
abandonada. La familia Mayfair al completo habían pedido que se
reformara nuevamente todas las habitaciones, para que pudieran
limpiarse, repararse y adecentarse para la venida de un nuevo miembro
en la familia. Mayfair and Mayfair habían dado el visto bueno al
nuevo proyecto vital de Rowan Mayfair. Ellos necesitaban una heredera
y ella quería ofrecerle una hija a Michael, el cual se había
mantenido a su lado pese a sus grandes deseos de ser padre. Gracias a
labores de investigación, embarazo asistido y diversos protocolos
para elegir la madre apropiada, así como para modificar el óvulo
con la genética de la bruja científica, la poderosa y prestigiosa
Doctora Rowan Mayfair, habían logrado engendrar a un descendiente.
La vivienda, por lo tanto, iba a ser reformada en una de las viejas
habitaciones, la cual quedó cerrada a cal y canto tras el
despropósito de Lasher.
La habitación de la segunda planta,
junto a la habitación principal de ambos progenitores, iba a ser
para un recién nacido que acabó poseyendo una genética y unos
poderes imposibles de controlar, así como unas ansias de venganza y
destrucción demasiado evidentes. Aunque Lasher se redimió jamás
fue aceptado por la familia y acabó asesinado a manos de su propio
padre, bajo el símbolo de un martillo y las heridas evidentes de una
lucha feroz por la supervivencia.
Pocos ajenos a la familia sabían la
historia. Era algo que únicamente los familiares más directos
conocían con cada detalle, incluyendo en el lugar que ocupaba el
cuerpo del primogénito de Rowan, y por ello habían pedido
discreción a la hora de llevar acabo las reformas. Michael había
contratado a sus propios hombres, los de su empresa de reformas y
construcción, llevando un proyecto único y especial que le hiciese
olvidar los malos momentos vividos en aquella mansión que parecía
llena de vida, pero no únicamente por aquellos que aún les latía
el pulso.
Ya no era el hombre joven que fue en la
primera reforma, con la cual se comprometió ante una mansión en
ruinas carcomida por la humedad y el paso del tiempo, sino alguien
que se aproximaba a los años dorados de cualquier hombre. Por ello,
y porque quería evitar malos presagios y recuerdos, decidió vigilar
cada paso del mismo desde la lejanía y frialdad de un portátil. Las
videoconferencias se hacían habitualmente a media tarde, justo en la
hora del descanso de la mayoría de su equipo. Sólo tenían que
mejorar ciertas grietas que se estaban realizando tras las pasadas
lluvias, mejorar el suelo de la cocina y reconstruir la habitación.
Cuando los obreros abrieron el cuarto
del bebé, así como su armario de laca blanca y adorables diseños
infantiles, se hallaron con cuantiosa ropa que todavía poseía
etiqueta. La cuna estaba intacta, aunque cubierta de polvo. Los
juguetes parecían contar una historia que nunca tuvo final feliz.
Muchos de ellos se sintieron intimidados por varios peluches que
parecían dormir en una de las repisas. Los sonajeros estaban allí,
cubiertos de polvo y recuerdos, como si todavía esperaran ser
alzados por una graciosa mano infantil. En ese momento, como si el
mundo quisiera acabar en ese instante, unas nubes negras cubrieron
gran parte de la avenida. Éstas parecían correr en todas
direcciones, arremolinándose entorno a la localización de la
vivienda, para descargar su furia incontrolada.
Los árboles del jardín parecían
moverse con furia, los cristales de la planta inferior, cercanos al
corredor que daba al comedor, estallaron y un gemido terrible, como
si alguien gritara desde las entrañas de la tierra, surgió junto a
un trueno que inició una tormenta perfecta. Tan sólo a unas casas
el cielo estaba únicamente nublado y al final de la avenida, la
popular First Street, lucía un sol magnífico de un otoño
ligeramente fresco.
Michael fue testigo de lo ocurrido. Sus
hombres bromeaban sobre los espíritus que contenían los juguetes.
Él no lo hizo y tan sólo pidió que empaquetaran rápidamente cada
objeto para la beneficencia, pues había adquirido nuevos juguetes
para su futura hija. Rowan no estaba presente en aquella llamada,
ella se encontraba en el hospital junto a la futura madre de su hija.
Pierce llamó horas más tarde a
Michael. Hablaron durante más de una hora sobre temas ligeramente
relevantes, pero ninguno habló del suceso de la extraña tormenta
que incluso había salido en las noticias locales de primera hora de
la noche. Ambos hicieron un silencio absoluto sobre el tema, pues los
dos conocían la historia de Lasher y su forma de mostrar tristeza y
desacuerdo. No fue así con otro viejo amigo. Yuri Stefano telefoneó
poco después a Michael, justo cuando Rowan estaba a punto de llegar
del hospital.
—¿Tienes cinco minutos para un viejo
amigo?—preguntó desde el otro lado de la línea telefónica—. ¿O
ya te es imposible reconocer mi voz?—dijo tras una ligera risa
llena de significado y matices.
—Llamas por ese espíritu. No tengo
miedo y mi mujer tampoco lo tendrá—respondió—. Pude con él una
vez y podré de nuevo.
—¿La niña ya ha nacido?—aquella
pregunta dejó helado a Michael.
—¿Cómo sabes que vamos a tener una
niña?—dijo rápidamente incorporándose de la mesa, para caminar
por toda la habitación del hotel.
Estaba en una de las habitaciones del
hospital Mayfair. Eran habitaciones para familiares de enfermos que
debían viajar hasta la ciudad, no encontraban hotel y decidían
estar cerca por cualquier motivo sentimental o práctico. La
habitación no parecía la de un hospital, pues ni siquiera olía a
antiséptico. Las paredes poseían un papel pintado agradable en
color crema, cuadros de relevantes pintores de la ciudad que se
basaban en las festividades más notables, un escritorio cómodo y
útil de madera noble, una cama amplia con ropa de cama agradable al
tacto y diversos enseres necesarios para pasar más de unos meses
allí. Poseía incluso una pequeña cocina, con nevera y horno, así
como un cuarto de baño con un pequeño mueble para guardar el
neceser y algunas prendas. Era como un pequeño apartamento y lo
conocía muy bien. Sus pies se movían sobre la moqueta sin necesidad
de zapatos. Estaba descalzo, sintiendo el tacto de aquel suelo
agradable, mientras escuchaba aquella voz recordándole que Talamasca
siempre sabía todo.
—Las noticias vuelan, ¿no sabes lo
ocurrido con La Orden en éstos años?—su voz parecía dulce, pero
a la vez tan madura que le costaba reconocer al muchacho que conoció
hacía casi dos décadas.
—No, ni me importa demasiado.
Últimamente me he centrado demasiado en mi familia, mis proyectos
empresariales y en cuidar mi propia alma. Sé que iré al infierno
por todo lo que he hecho, pero por ahora quiero salvarla de algún
modo—explicó tomando asiento en los pies de la cama y, por
supuesto, arrugando ligeramente las mantas color marengo.
—Iré al grano—dijo—. Los
Ancianos eran un espíritu, un fantasma y un vampiro milenario casi
tan antiguo como el Antiguo Egipto—añadió sin preámbulos—. Los
espíritus nos rodean y nos cuentan cosas, Michael. Esa niña ya
perteneció a la familia y puede que Lasher esté vivo de algún
modo, si es que se puede llamar vida a ser un fantasma—explicó.
—¿Perteneció a la familia?—dijo
apretando el auricular—. ¿Eso es posible?
—¿Has tenido un Taltos?—respondió
con cierto sarcasmo.
En ese momento tocaron a su puerta,
pero no esperaron a que él abriera. Era Rowan y estaba agitada.
Cuando vio la expresión de su mirada lo supo. La niña estaba en
camino. El embarazo estaba a punto de terminar. La niña nacía.
—¿Michael?—se escuchó tras el
otro lado, pero él no contestó.
Michael había arrojado el teléfono
sobre la cama, para lanzarse al pasillo camino a la sala de partos.
Allí el milagro de la vida estaba llevándose a cabo.
Al otro extremo de la calle, en una
esquina, observaba el hospital un viejo conocido de New Orleans. Era
un hombre atractivo, de cabellos oscuros, y ojos ámbar. Allí
situado, con su gabardina gris y su aire misterioso, como inglés, se
percataba de los cambios hechos en el mundo. Había un joven delgado,
con el flequillo rubio revuelto sobre su frente, y unos ojos
violáceos que miraban con desasosiego el impresionante edificio
Mayfair. Ellos ya sabían lo que estaba ocurriendo sin necesidad de
involucrarse con el resto, pues sus finos oídos vampíricos habían
escuchado claramente lo que ocurría, incluso los llantos fuertes de
aquel bebé de indefensa apariencia.
—Ya poseen su “Jardín Sagrado”...
y al parecer el guardián lo sabe—musitó.
—David, ¿te refieres a que Lasher ya
sabía que iba a nacer hoy?—preguntó con las manos en los
bolsillos de su amplia sudadera roja.
—Sí, y la lluvia no significa
siempre tristeza, pues no siempre se llora cuando se siente dolor.
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