La voz de la Tribu vuelve a emitir con un mensaje claro sobre la vida y la música gracias a Notker.
Lestat de Lioncourt
La radio estaba encendida, pero no había música de violín ni de piano. Se escuchaba de fondo el sonido de unas voces celestiales, como si el cielo hubiese bajado a Nueva York en aquella ventosa noche de noviembre. Las canciones eran hermosas y delicadas, las letras hablaban de amor puro que acariciaba el alma hasta reconstruir cada pedazo de sus ruinas, convirtiéndose en bálsamo de desheredados y seres atrapados en el dolor de un mundo insufrible. La soledad, el desasosiego, las miserias y heridas por las múltiples cicatrices que la eternidad ofrecía, como si fueran terribles acuchilladas, se perdían. El piano al fin se alzó llegando a toda la audiencia con una pasión insondable, como la propia oscuridad, mientras que el violín murmuraba suavemente revoloteando a su lado, como un ave perdida. Junto a estos las liras, mandolinas y diversos instrumentos de cuerda y viento sonaron suavemente, sin opacar las dulces y melodiosas voces del coro.
Lestat de Lioncourt
La radio estaba encendida, pero no había música de violín ni de piano. Se escuchaba de fondo el sonido de unas voces celestiales, como si el cielo hubiese bajado a Nueva York en aquella ventosa noche de noviembre. Las canciones eran hermosas y delicadas, las letras hablaban de amor puro que acariciaba el alma hasta reconstruir cada pedazo de sus ruinas, convirtiéndose en bálsamo de desheredados y seres atrapados en el dolor de un mundo insufrible. La soledad, el desasosiego, las miserias y heridas por las múltiples cicatrices que la eternidad ofrecía, como si fueran terribles acuchilladas, se perdían. El piano al fin se alzó llegando a toda la audiencia con una pasión insondable, como la propia oscuridad, mientras que el violín murmuraba suavemente revoloteando a su lado, como un ave perdida. Junto a estos las liras, mandolinas y diversos instrumentos de cuerda y viento sonaron suavemente, sin opacar las dulces y melodiosas voces del coro.
Notker había traído a todos y cada
uno de sus muchachos. Allí estaba aquella figura larga, de hombros
anchos, túnica negra muy discreta, cabeza brillante sin cabello y
ojos penetrantes. Esos ojos profundos, pero no turbios, que hablaban
de bondad y amor. Era un hombre simple, aunque extraordinario y
sensible. Jamás había pasado alguien así por la radio. Él estaba
ahora entre los inmortales habituales con sus ropas cómodas, a
diferencia de los trajes elegantes de terciopelo negro de Antoine y
Armand, el cual estaba en un discreto segundo plano absolutamente
conmovido, como los elegantes, y ligeramente clásicos, trajes Armani
de David y Benjamín. En la cabina se encontraba Daniel llorando.
El viejo periodista vestía ropas tan
simples y cómodas como Notker, aunque modernas y desenfadadas, las
cuales estaban quedándose salpicadas por sus lágrimas. Armand había
logrado contener las lágrimas, pero no su única criatura. Daniel
Molloy parecía trémulo y perdido en aquel mar de belleza. Se sentía
tan dichoso como confundido. Jamás había escuchado algo tan hermoso
y terrible. Eran niños los que veía, todos poseían rostros
similares a los de Armand. No había mucha diferencia entre el
antiguo querubín de Marius y aquellos muchachos, los cuales podían
llegar a ser tan antiguos como su creador.
Marius estaba detrás de Daniel, con
sus largas y frías manos blancas sobre sus hombros. Apretaba
ligeramente a su amado muchacho, el cual sufría y amaba lo que veía.
El sabio, tozudo y artístico romano que desafió a todos, para luego
convertirse en un huraño resentido con el mundo, con sus vacíos
ideales de belleza, volvía a tener una voz firme y contundente ante
el resto de vampiros. Pero aquel día no tenía que hablar él, sino
aquel vampiro, casi tan antiguo como sus viejos enemigos de La Secta
de la Serpiente, que también se encontraban presentes en la silueta
oscura, delgada y simple de Landen.
Muchos vampiros se habían acercado
hasta el estudio. Notker sólo quería ser entrevistado si sus
muchachos cantaban para todos, demostrando así el valor de conservar
el arte y la música. Él se presentó ante todos con la bondad como
única carta de presentación.
Benjamín decidió hablar entonces,
indicándole con un simple gesto al centenario vampiro que se
aproximara, y lo hizo en un tono suave, el que podría usar un amante
o un confidente.
—Bienvenidos todos una noche más a
nuestra reunión habitual. Una reunión que se ha convertido hoy en
una velada maravillosa, única y sencillamente impresionante—explicó
visiblemente ilusionado. Sus pequeños ojos brillaban bajo aquel
sombrero de ala ancha. Parecía un hombre, pero no era más que un
chiquillo. Algunos de los querubines de Notker se acercó con su
túnica radiante de lino blanco con bordados de oro. Ellos iban
muchas veces donde se movía su maestro—. Estamos aquí con Notker
y sus discípulos, los cuales nos han interpretado una composición
hecha especialmente para todos nosotros, para La Tribu.
—Así es—intervino David acomodando
su corbata, pues sentía que le faltaba aire. Todavía podía
escucharlos cantar, aunque en un tono más bajo. Era como un murmullo
que envolvía todo, como el sonido de la lluvia en mitad de la
silenciosa noche—. Como bien dice mi compañero, Benjamín, y
director de éste programa, el cual podéis escuchar cada noche, hoy
ha venido un nuevo amigo, un vampiro que pocos conocéis y que es una
de las grandes revelaciones de nuestra presente historia—explicó
cediendo de nuevo la palabra a Benjamín con un gesto rápido y
medido.
—Notker es un vampiro que vive
alejado del mundo y que tiene la habilidad de recolectar voces
únicas, casi mágicas, y grandes virtuosos para que no mueran. Voces
e instrumentos que siempre sonarán en éste mundo, conservando así
el arte, del mismo modo que Marius hace con sus extraordinarias
pinturas—comentó provocando que el milenario romano sonriera
orgulloso—. Posee una academia de canto y música, como Marius tuvo
su vieja academia de pintura. Sin embargo, la particularidad, es que
los muchachos quedan congelados para siempre en el tiempo gracias al
Don de Oscuro—hizo un inciso y lo miró a los ojos, esos ojos
llenos de bondad, y éste sonrió—. Cuéntanos, ¿por qué lo
haces?
—Porque la música es parte de la
vida, es parte del alma, y pensé que el alma debe conservarse. La
bondad del mundo, la belleza del mundo, la esencia del mundo está en
el arte. Todo artista deja parte de su alma en las obras que crea.
Alguien puede compartir una obra, pero no puede entenderla como su
artista. Todos tienen una interpretación sobre una canción, pero es
su compositor quien la entiende desde las raíces más
profundas—juntó sus manos y las abrió suavemente—. Cuando abres
un libro encuentras una gran historia que fue imaginada por un alma
inquieta, esa historia forma ahora parte de la tuya desde la primera
palabra, y se convierte en algo que te cambiará la vida. Jamás
podrás comprender del todo el alma de ese autor, ni sus personajes,
por mucho que leas mil veces la historia. Igual que cuando vas a un
museo y admiras un cuadro—comentó colocando las palmas de sus
manos sobre la moderna mesa donde se sujetaban los micrófonos y todo
el armatoste en el cual consistía la radio—. Vas, lo admiras, lees
el título de la obra, te explica el guía lo que ves, interpretas
parte de ésta obra mezclándola con tu alma, con aquello que tú
conoces y sientes, ¿pero eres su autor? No—negó suavemente, para
luego levantar sus manos y dirigirlas hacia uno de los muchachos que
se acercaron—. Ellos son almas que siempre se conservarán puras.
Son instrumentos. Los instrumentos, todos los objetos, tienen un alma
porque poseen un valor histórico, poseen recuerdos y los resucitan
al ser tocados o rememorados por aquellos que lo tuvieron. Ellos son
mis instrumentos. Ellos cuentan su historia, la mía y la del mundo.
Lo hacen gracias a su voz—lo soltó y miró a los ojos a David
Talbot—. Ninguno ha sido creado en contra de su voluntad, eso os lo
aseguro, y todos ellos deseaban ser inmortales para cantar alabanzas
a Dios, los ángeles, la vida, el amor, la pureza de la naturaleza y
cualquier cosa que ellos crean bella. Incluso al Demonio, porque no
hay nada horrendo realmente. Lo horrendo es un invento para
despreciar lo que no se entiende—explicó.
Los muchachos ya habían dejado paso
tan sólo a los instrumentos. Eran más de una decena. Antoine
parecía eufórico, pero se contenía. Sybelle, sin embargo, no podía
hacerlo y se dejaba llevar. Daniel había dejado de llorar para
acercarse a ellos y conversar en voz muy baja. Parecía haberse
enamorado de cada timbre de voz.
—¿Qué opinas de lo que ha ocurrido
con tantos jóvenes?—preguntó David Talbot con una amabilidad
terrible, pues aún se sentía ligeramente transportado por la
belleza de aquellas voces y las palabras de ese maestro cargado de
pasión por la música.
—Una tragedia. Todos sabemos que es
una tragedia. Pero de las tragedias debemos aprender—explicó.
—¿Sigues admirando a Rhosh? Sabemos
que os conocíais bien—intervino Benjamín.
—¿Por qué no? Cayó en la trampa de
la codicia, en el pecado más común del ser humano, y nosotros no
dejamos de ser humanos. Una trampa de codicia porque sería hacer
algo heróico, ayudar para volver a ser reconocido como un hombre
bueno y justo. Quería ayudar, pero fue engañado por Amel—suspiró
suavemente recostando su espalda en la silla y sonrió—. Aunque han
muerto inocentes, aunque el mundo entero sufre las consecuencias,
admitamos que todo se ha solventado de alguna forma... Confío en
Lestat y en todos ustedes. Confío de todo corazón.
—Nosotros queríamos hacerte venir
para que nos hablaras sobre ti...—no dio tiempo que David terminara
de hablar cuando él respondió.
—No. Quiero que escuchen mi coro y
nada más. ¿Para qué quieren saber de mi vida? Sólo me dedico a
componer y deleitarme con el arte que crean mis músicos. Es la mejor
vida que puedo tener, pero honestamente no es de aventuras ni de
grandes momentos de acción—rió a carcajadas y provocó que alguno
más riera, como Armand—. No soy un temerario. Sólo soy un
compositor y maestro de música.
—¿Quiere dejar algún
mensaje?—preguntó David.
—Amad la vida, amad su música, pues
es una melodía increíble e irrepetible. Sólo habrá una y no se
debe despreciar odiando, llenándola de rabia y rencor—sentenció—.
Muchachos, canten para nosotros. Por favor, canten. La audiencia debe
escucharos. Os he traído para que mostréis la bondad que hay en
vuestros corazones. No sois monstruos, no sois ángeles, sois la
belleza encarnada y eso está por encima de la bondad y la
malicia—comentó acercándose de nuevo a sus pupilos mientras estos
volvían a entonar una canción nueva.
Era en latín, pero podía descifrarse
con facilidad parte de la letra:
“La vida está llena de momentos
terribles, te convertirás en la espada de San Jorge y querrás herir
al dragón sin saber que el dragón eres tú. Ten piedad con el mundo
y el mundo será piadoso. Si cometes errores aprende de ellos, porque
los errores están ahí para que te levantes con fuerza. Oh, gloria a
las heridas, bendice tu dolor, porque del dolor también se aprende a
sonreír con mayor frecuencia y a no desperdiciar el momento. La vida
está llena de momentos terribles, te convertirás en tormenta para
otros, pero quien saldrá ahogado serás tú. Ofrece una sonrisa y la
sonrisa te será devuelta. Los santos no son aquellos que aguardan en
las iglesias, el cielo puede esperar y el infierno no son las
ciudades de ésta tierra.”
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