Santino es un vampiro que ya no existe, al parecer, pero no se sabe bien cómo pudo morir tan rápido y fácil, siendo tan antiguo. Tampoco se sabe dónde se hallan sus restos. Aquí un escrito que nos ha llegado recientemente.
Lestat de Lioncourt
El Diablo nunca me esperó en las frías
y oscuras esquinas. Maté indiscriminadamente, del mismo modo que
creía que Dios, todopoderoso y escasamente misericordioso, lo hacía.
Vagué por el mundo con la mirada perdida en viejos escritos que yo
mismo me encargué de transmitir a mis seguidores, involucrándolos
en una revuelta sangrienta y llena de rabia. Creía que estábamos
condenados, pero a la vez éramos los elegidos por la mano divina
para ser los ejecutores de la verdad. La noche nos precedía, la
oscuridad nos acariciaba el rostro y el luto nos refugiaba de
nuestros rostros de mármol.
La sed. Esa maldita sed, tan terrible,
que reptaba por mi garganta y se convertía en veneno. Era un paria
desalmado, porque mi alma estaba convertida en un esqueleto carcomido
por el dolor y la amargura. Evitaba que otros pudieran ver en mis
ojos el deterioro de mis fuerzas. Me convertí en un ser salvaje,
despreciable y hostil. Transformé la belleza en horror e hice de las
calles de Roma mi palacio, mi infierno, mi guarida y un río de
ánimas donde se vertían lágrimas, pecado y oraciones clamando paz.
Jamás creí arrepentirme, pues
afirmaba que era indigno hacerlo. Me creía un demonio, igual que
Lucifer, y rezaba en su nombre, deleitándome con cada sílaba de
éste, mientras mis manos se colocaban en mi pecho ofreciéndole mi
tenebroso corazón. Cada latido era un paso hacia el infierno, pero a
la vez hacia la pureza de mi trabajo. Era la muerte, vestía como tal
y me paseaba por los jardines esperando a los enamorados, los
infieles, los justos, pecadores y niños. Arrebaté del los cándidos
brazos de una madre a un niño lozano y me llevé su alma conmigo.
Hice lo mismo con ancianos, mujeres, hombres fuertes y aguerridos,
vampiros y cualquier ser que poseyera algo más que unas pequeñas y
frías patas, diminuto cuerpo peludo y brillantes ojos negros.
Caminaba bajo los hermosos adoquines de
Roma, bajo esos caminos que dicen que conducen a cualquier parte de
éste endemoniado mundo, y lo hacía en compañía de ratas. Éstos
animales se cobijaban bajo mi túnica negra raída, cuchicheaban en
mis oídos y se enredaban en mis largos cabellos negros. Ellas eran
lo único que me importaba, porque incluso despreciaba a los que me
creían el Mesías de un nuevo credo.
¿La muerte libera? ¿Es un castigo?
¿Es una condena estar vivo para siempre sin encontrar la salida? No
lo sé. No sé si la muerte libera, pues estoy vivo. Tal vez carezca
de cuerpo, pero ahora comprendo que tengo un alma torturada. He
decidido coser cada jirón, y lo he hecho sin rezos ni cánticos
llenos de alabanzas a seres que no existen realmente. La maldad es la
ausencia de bondad, la bondad es algo inventado para poder ser un
animal social y poseer la conciencia limpia. También se usa la
bondad para amar y todos terminamos conociendo el amor, aunque no lo
comprendamos. Los vampiros no somos tan distintos a los humanos, pues
somos su evolución y castigo.
Yo soy Santino.
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