Esto me lo veía venir...
Lestat de Lioncourt
Había estado persiguiendo a ese
estúpido durante algunas noches. Era demasiado atrevido, demasiado
voraz, demasiado instintivo y se dejaba llevar por sus impulsos más
bajos. Algo en él me llamaba poderosamente la atención y no era la
fuerza que le había otorgado la sangre de Magnus. Tampoco eran sus
rasgos y el ímpetu de la juventud. No era nada de eso. Era su deseo
de aprender, su forma de moverse sigilosamente entre la multitud y de
divertirse como cualquier mortal. Había visto a él algo que conocía
bien y que pude sentir cerca, como si alguien agitara un viejo tarro
de perfume y me recordara que era la esencia de la vida.
Reconocí en él a Marius, mi creador,
del cual no había tenido noticias desde el atentado que sufrió en
Venecia, cuando yo apenas era un neófito. Muchos decían que no pudo
sobrevivir a las llamas, pero yo aún mantenía la fe. Sin embargo,
con el paso de los siglos me fui percatando que si estaba vivo no
vendría a buscarme, pues yo ya no le interesaba.
Durante noches me arriesgué a ser
visto, sobre todo cuando cruzaba intrépido por el cementerio de Les
Innocents. Allí, merodeando por el grandioso cementerio, parecía un
ángel entre las tumbas, el Mesías de la nueva semilla del mal. Yo
jamás deseé ser líder de una pandilla de estúpidos, obnubilados
por una fe de fuente débil, pero él parecía querer llamar la
atención de todos para que lo siguieran. Era un peligro. Quizás yo
no había deseado jamás ser líder de aquellos indecentes,
estruendosos y terribles vampiros, pero si ellos se marchaban temía
quedarme aún más solo.
Deseé atraparlo entre mis pequeñas y
blancas manos, atraparlo como un aguilucho mortal, y despedazar su
alma para convertirlo en un adepto. Quería que su brillo se apagara
y se convirtiera en sombras. Pero, a la vez, deseaba quedarme a su
lado para recordar viejas épocas donde fui extrañamente feliz. Mi
alma se debatía en dos mitades y finalmente, como no, ganó la
locura.
Decidí atrapar a su amante mortal,
torturarlo hasta la locura y ofrecerle el mismo desconsuelo que
Santino me regaló. Reconozco que no fue ético, pero funcionó
durante algunas noches. Llamé poderosamente la atención de Lestat
de Lioncourt. Fui su único pensamiento durante horas y volví a la
vida de algún modo. Si bien, también me gané su odio y rechazo.
Ahora es distinto. Él dice amarme y yo me siento afortunado, pero
hubiese estado bien que nuestra cercanía se hubiese dado hace
siglos... cuando más lo necesitaba...
No hay comentarios:
Publicar un comentario