—¿Podríamos hablar?—preguntó
sentándose en el borde de la cama.
Parecía fatigado, como si esa última
aventura fuese a acabar con él. Era un hombre fuerte, pero anciano.
Rondaba los setenta años y la muerte ya acariciaba sus cabellos
grises, tenía demasiadas arrugas para imaginar su rostro sin ellas y
sus manos tenían pequeñas manchas debido a la edad. Creo que su
alma era demasiado fuerte y por eso no dejaba marchar a su cuerpo. Un
alma fuerte y firme que se había propuesto ayudarme.
—¿Serviría de algo?—dije
acomodándome la toalla.
Acababa de salir de la ducha.
Necesitaba apartarme del sudor de un día duro. Odiaba el olor de mi
cuerpo, sus defecciones, el tener cansancio y el apetito que a veces
me hacía retorcerme. Pero, sobre todo, odiaba lo frágil que era.
—Quizás comprenderías porqué es
tan peligroso lo que has hecho, no sólo para tu integridad—respondió
mirándome a los ojos.
—No sé si quiera o deba
oírlo—murmuré entre dientes dando un par de pasos por la
habitación. La moqueta era agradable, pero más agradable se veía
la cama.
—Has dejado que alguien, con posibles
metas terribles y oscuras, en posesión de tu cuerpo—me recriminó.
Sabía que lo haría.
—Lo sé, ahora lo sé.
Marius ya me había hecho el mismo
reproche, aunque sólo con una mirada amarga y airada. Louis se había
desecho de mí. Nadie me ayudaría salvo mi amigo de Talamasca, su
director, porque sabían que se pondrían en serios apuros.
—Eres un vampiro brillante, poderoso
y admirado. ¡Cómo se te ocurrió dar tu cuerpo!—acabó
exaltándose—. Eres un irresponsable y un soñador.
—¡Sólo quería volver a saber a qué
sabía la comida, cómo era yacer en la cama desnudo tras el sexo y
ver el sol!—grité.
—¡No tuviste suficiente con
exponerte a la luz de la mañana como un maldito idiota!
Recordé el Gobi y sonreí para mis
adentros, aunque también me sentía acorralado. Yo sólo quería
disfrutar del mundo, de mi poder.
—¡Ya basta!—rogué echándome a
llorar.
—Lestat...
Cuando me percaté estaba llorando.
Eran lágrimas cristalinas, fáciles de ocultar y limpiar. No eran
mis lágrimas, pero sí mis sentimientos. Mis lágrimas
sanguinolentas las tenía otro en su poder, junto a mi cuerpo. Me
sentía perdido, dolido y rabioso.
Lestat de Lioncourt
No hay comentarios:
Publicar un comentario